Me casé con una mujer ¿trans?

El beso.

Cartagena los recibió con su calor húmedo y el brillo del mar Caribe. La empresa de Moisés estaba en plena expansión, y el viaje tenía como objetivo cerrar acuerdos con nuevos socios. Durante el día, las reuniones fueron intensas: presentaciones, contratos, y varias promesas de inversión.

Moisés, vestido como “Moisesa”, había dejado atrás los atuendos extravagantes de los primeros meses. Ahora lucía elegante, sofisticada, con un vestido azul marino que resaltaba su musculosa figura y un peinado cuidado que le daba un aire de ejecutiva glamorosa. Selena lo acompañaba, seria y profesional, aunque por dentro seguía sintiendo la incomodidad de la farsa de ese matrimonio.

Al terminar las reuniones, los socios los invitaron a una fiesta en un salón frente al mar. Era la oportunidad de celebrar la expansión de la empresa y reforzar la imagen de la “pareja del año”.

Cuando llegaron al lugar, la música tropical llenaba el ambiente. Las luces de colores se reflejaban en las copas de champán y en los vestidos brillantes de los invitados. Moisés y Selena entraron juntos, atrayendo miradas.

—Estamos en el centro del espectáculo otra vez —susurró Selena, con ironía.

—Pues que nos miren —respondió Moisés, sonriendo con seguridad—. Somos la pareja del año, ¿recuerdas?

Al inicio todo fue armonía. Bailaron juntos, riendo entre pasos torpes y miradas cómplices. Selena se sorprendió de lo bien que Moisés manejaba los tacones en la pista de baile.

—Ya eres todo un experto —le dijo, divertida.

—Experta muñeca. y además el Caribe me inspira —contestó él, girándola con gracia.

Pero la calma se rompió cuando uno de los socios, un hombre alto y carismático, invitó a Selena a bailar. Ella aceptó con naturalidad, pensando que era parte de la cortesía empresarial.

Moisés los observó desde la mesa, con la copa en la mano. Al principio intentó disimular, pero pronto la incomodidad se transformó en un fuego interno. Selena parecía disfrutar de la compañía del hombre: reía, se dejaba guiar en los pasos, y sus ojos brillaban con la música.

¿Por qué sonríe así? pensaba Moisés, apretando la copa. ¿Por qué con él y no conmigo?

El sentimiento lo quemaba por dentro. No era solo celos, era algo más profundo, algo que no quería admitir.

Así que Para calmarse, Moisés comenzó a beber. Una copa, luego otra, y otra más. El champán se convirtió en su refugio, pero también en su perdición. Cada sorbo aumentaba la intensidad de lo que sentía.

Desde la mesa, veía cómo el socio se acercaba demasiado a Selena, cómo sus manos rozaban su cintura, cómo sus labios parecían buscar los de ella.

—¡No! —murmuró, con rabia contenida.

Y justo cuando el hombre inclinó el rostro, con claras intenciones de besarla, Moisés no pudo resistirlo más. Se levantó de golpe, caminó con pasos firmes y tomó a Selena del brazo.

—Vamos afuera —dijo, con voz temblorosa pero firme.

El socio quedó sorprendido, sin entender lo que pasaba. Selena, confundida y algo mareada por las copas, lo siguió sin protestar.

—Moisesa, dejame, quiero seguir bailando —murmuró Selena—. Ese hombre es guapo.

Afuera, el aire fresco de la noche los envolvió. El sonido del mar se mezclaba con la música que llegaba desde el salón. Moisés la miró fijamente, con los ojos brillando de celos y deseo.

—No puedo más —susurró.

Antes de que Selena pudiera responder, la besó. Fue un beso inesperado, intenso, lleno de rabia y pasión. Selena, sorprendida, abrió los ojos de golpe. No lo esperaba, no lo había imaginado tampoco.

Pero estaba pasada de tragos, y algo en ese beso la desarmó. En lugar de apartarse, lo aceptó.

El beso se volvió demandante, apasionado. Moisés la sostuvo con fuerza, como si temiera perderla. Selena, confundida, se dejó llevar. Sus labios se encontraron una y otra vez, mezclados con el labial de ambos, dejando marcas rojas en sus bocas y mejillas.

El mundo desapareció. No había fiesta, no había socios, no había contrato. Solo ellos dos, en medio de la noche cartagenera, encendidos por un fuego que ninguno había previsto.

«¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué no lo detengo? » penso ella, ese era el mejor beso que le estaban dando.

«No me importa nada. La quiero para mí. Selena es mía» pensaba el, mientras disfrutaba de sus deliciosos labios.

El beso fue largo, profundo, como si liberara meses de tensión contenida. Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban agitados, con los labios manchados de labial y los ojos brillando.

Selena lo miró, aún sorprendida.

—Moisés… —dijo, con voz temblorosa—. No esperaba esto, ¿que significa ahora?

Él bajó la mirada, avergonzado pero decidido.

—Yo tampoco. Pero no podía dejar que otro te besara.

Selena se quedó en silencio. No sabía si reír, llorar o gritar. Lo único que sabía era que ese beso había cambiado algo entre ellos.

Regresaron al hotel sin decir mucho más. La fiesta seguía en el salón, pero para ellos había terminado. El beso había marcado un antes y un después.

No era amor todavía, no era libertad, pero era un fuego que los unía. Y esa noche, en Cartagena, la farsa se convirtió en algo más real de lo que jamás habían imaginado.

Cuando llegaron a La habitación del hotel estaba en penumbras, iluminada apenas por la luz tenue que entraba desde el balcón. El sonido lejano de la música de la fiesta aún se filtraba, pero para ellos la noche ya había terminado desde hace rato.

Ambos cayeron rendidos sobre la cama, con el cuerpo pesado por las copas que habían bebido. Selena se dejó caer de espaldas, cerrando los ojos con un suspiro. Moisés, en cambio, no pudo resistir la necesidad de acercarse.

Con un movimiento torpe, la atrajo hacia él y la rodeó con sus brazos, abrazándola como un oso. Su fuerza contrastaba con la suavidad del gesto.

—Ven aquí… —murmuró, con voz ronca por el alcohol y la emoción.




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