La luz del amanecer entraba tímidamente por las cortinas del hotel en Cartagena. Selena abrió los ojos lentamente, con la cabeza aún pesada por las copas de la noche anterior. Al principio no entendió dónde estaba, hasta que sintió el calor de un cuerpo pegado al suyo.
Se dio cuenta de que estaba abrazada de una manera muy peculiar y algo vergonzoso, su pierna descansaba sobre Moisés, mientras él la apretaba contra sí como un oso protector. Lo peor fue descubrir que una de sus manos estaba justo en ese punto medio de él.
Selena abrió los ojos de golpe, con el corazón acelerado.
«¡No puede ser! ¡Estoy tocando semejante paquete!» pensó, horrorizada.
Para colmo, el rostro de Moisés estaba prácticamente hundido en sus senos, respirando con calma como si estuviera en el lugar más cómodo del mundo.
Así que Selena intentó moverse con cuidado, tratando de liberar su mano y su pierna sin despertar a Moisés. Pero el abrazo del oso era demasiado fuerte. Cada movimiento la acercaba más a él, y la incomodidad se volvía insoportable.
—¡Ay, Dios mío! —susurró, con voz temblorosa—. ¿Como salgo de este enredó?
En ese momento, Moisés se movió y abrió los ojos lentamente. Sus miradas se cruzaron. Por un segundo, ninguno dijo nada. Solo se observaron, con la duda flotando en el aire:
¿Lo que pasó anoche fue efecto del alcohol, un sueño… o algo real?
La palabra “real” cruzó la mente de ambos al mismo tiempo. Y como si fueran adolescentes atrapados en una travesura, pegaron un grito simultáneo.
—¡AAAAAHHHHH!
El movimiento brusco hizo que ambos se resbalaran de la cama y cayeran al piso con un golpe seco. Selena quedó enredada en la sábana, mientras Moisés intentaba cubrirse con la almohada.
—¡Esto es un desastre! —gritó Selena, con el rostro rojo.
—¡No fue mi culpa! —respondió Moisés, levantando las manos como si se defendiera en un juicio.
Moisés, aún en el suelo, buscó la primera excusa que se le ocurrió.
—Es que… bebí demasiado. ¡Fue el exceso de alcohol! si eso fue.
Selena lo miró con incredulidad, aún tratando de desenredarse de la sábana.
—¿El exceso de alcohol? Si, ¡Yo también bebí!
—¡Entonces fue el exceso de los dos! —replicó él, con gesto dramático.
Selena se llevó las manos al rostro, entre la risa nerviosa y la vergüenza.
—Esto no puede estar pasando.
Se quedaron unos segundos en silencio, sentados en el suelo, evitando mirarse directamente. El recuerdo del beso de la noche anterior y el abrazo de esa mañana pesaba demasiado.
Moisés rompió el silencio, con voz baja.
—Selena… ¿y si no fue solo el alcohol?
Ella lo miró fijamente, con los ojos aún hinchados por la resaca.
—No digas eso. No compliques más las cosas, para la próxima hay que modelar el consumo, Moisesa.
—Pero… —intentó él.
—¡Pero nada! —lo interrumpió, poniéndose de pie—. Fue un error. Un error con exceso de copas. Aunque no hicimos nada de malo.
Moisés también se levantó, acomodándose el cabello despeinado y las prótesis que casi se le habían salido en la caída.
—Bueno, al menos sobrevivimos al abrazo del oso.
Selena lo miró y, a pesar de todo, soltó una carcajada.
—Sí… aunque casi me mata de un infarto.
Ambos rieron, nerviosos, intentando aliviar la tensión.
Mientras se vestían para el desayuno, la incomodidad seguía presente. Cada mirada cruzada era un recordatorio de lo que había pasado.
Selena no podía evitar pensar en eso:
«¿Fue un error… o algo más?»
Moisés estaba igual o pero que ella.
«Si eso fue real, ¿qué significa para nosotros?»
Y aunque ninguno lo dijo en voz alta, ambos sabían que el beso y el abrazo habían cambiado la dinámica. La farsa ya no era solo un contrato: ahora había sentimientos, dudas y un fuego que no podían ignorar.
El vuelo de Cartagena a Medellín fue silencioso. Selena miraba por la ventanilla, con la mente llena de preguntas que no se atrevía a formular. Moisés, a su lado, fingía dormir, aunque en realidad estaba despierto, repasando una y otra vez lo que había ocurrido en la fiesta: el beso, el abrazo, la caída en la cama.
Ninguno mencionó nada. Era como si hubieran firmado un pacto tácito de silencio. Al llegar a la ciudad, retomaron sus rutinas: trabajo, estudios, reuniones. Pero debajo de esa aparente normalidad, algo había cambiado.
Con el paso de los días, Selena comenzó a observar detalles que antes había pasado por alto. Moisés ya no parecía tan comprometido con su personaje de “Moisesa”.
—¿Ahora que le pasa a esta?
La primera señal fue cuando se quitó las uñas postizas. Una tarde, mientras se arreglaban para una reunión, Selena lo vio guardando las uñas en una caja.
—¿Y eso? —preguntó, arqueando una ceja.
Moisés levantó las manos, mostrando sus dedos desnudos.
—Mis dedos necesitan descanso. Ya no aguanto más estas cosas.
Selena lo miró con desconfianza.
—¿Descanso? Pensé que eran parte de tu identidad.
Él sonrió con ironía.
—Mi identidad también necesita vacaciones.
—Ah, si lo dices —Selena se encogió de hombros, en ese momento no me tomo tanta importancia.
Desde entonces, veía que Moisés solo se aplicaba un brillo transparente en las uñas. Selena lo observaba en silencio, pero por dentro empezaba a sospechar mas.
La segunda señal llegó unos días después. Moisés apareció en la sala sin sus pestañas postizas. Selena lo miró sorprendida.
—¿Y las pestañas? —preguntó.
—Mi rostro necesita un respiro de cosas postizas muñeca—respondió él, encogiéndose de hombros.
Selena lo estudió con atención. Sin las pestañas, su mirada parecía más masculina, más directa. Era como si poco a poco se despojara de la máscara que había construido.
Incluso noto que ya no se maquillaba como antes.
El cabello también empezó a delatarlo. Desde hacía meses lo había dejado crecer, y ahora tenía una melena mini corta pero suficiente para peinarse sin necesidad de pelucas.