Selena había pasado la tarde con Paola, su amiga de confianza. Entre cafés y confidencias, le contó sus sospechas sobre Moisés, sentía que si no lo contaba, le daría un patatus.
—Paola, creo que Moisés no es trans de verdad. Porque es que cada día se quita algo: las uñas, las pestañas, las pelucas… hasta la ropa cambió, tanto que verlo así es algo raro.
Paola, siempre directa, le respondió sin rodeos y con una sonrisa pícara.
—Si quieres saber si es un hombre de verdad, usa tus encantos femeninos. Créeme, esa táctica no falla. porque un hombre no va a poder resistirse.
Selena se quedó pensativa. Parte de lo que decía Paola tenía sentido. Si Moisés realmente era trans, no reaccionaría. Pero si todo era una farsa, tarde o temprano se delataría.
Así que se dibujo una amplia sonrisa en el rostro de la joven.
Esa noche, Selena decidió poner en práctica el consejo. Se arregló más de lo habitual: un vestido ajustado, maquillaje sutil pero seductor, perfume delicado. No era vulgar, sino elegante y provocadora.
Cuando Moisés la vio entrar al comedor, casi se atraganta con el agua.
—¿Y ese look? —preguntó, con los ojos abiertos.
—¿Qué? ¿No puedo arreglarme para estar en casa? —respondió ella, con una sonrisa traviesa.
Moisés intentó disimular, pero no pudo evitar mirarla de arriba abajo.
—Deja de mirarme, harás me sonroje Moisesa.
Moisés salio de su trance y se obligó a enfocarse en la comida.
Los días siguientes, Selena se volvió más atrevida. Se paseaba por más tiempo desnuda en la habitación cuando él estaba presente. Al principio, Moisés se escondía bajo las sábanas o corría al baño, pero pronto empezó a quedarse quieto, con el rostro rojo y los ojos desviados.
Aquella tarde, ella decidió implementar otra táctica, mientras se cambiaba, decidió quitarse la ropa de manera sensual, lenta, como si estuviera en un desfile privado. Moisés se quedó paralizado, con la boca entreabierta. ¡Eso si que era todo un espectáculo! digno de llamarse algo erotico.
—¿Qué pasa? —preguntó Selena, fingiendo inocencia.1
—Nada… nada… —respondió él, girando la cabeza, aunque sus mejillas ardían y quería salir corriendo
El golpe final fue el cambio de pijama. Selena guardó las prendas cómodas y sacó un conjunto más sexy: seda, encajes, transparencias. Mejor dicho tuvo que comprar unas cuantas.
Cuando apareció en la habitación, Moisés casi se cayó de la cama.
—¿Y ese cambio? —preguntó, con voz temblorosa.
—Es mi nuevo pijama. ¿No te gusta? —respondió ella, girando lentamente para mostrarlo.
Moisés tragó saliva, intentando mantener la compostura.
—Está… está bonito.
Selena sonrió, satisfecha.
«La táctica de Paola está funcionando» pensó>
Para Moisés cada gesto de Selena lo descolocaba. Era como una especie de tortura. Y aunque intentaba mantener su papel de “Moisesa”, no podía ignorar su verdadera naturaleza, pues su cuerpo lo traicionaba: miradas largas, nerviosismo, respiración agitada y esas ganas de tomarla y poseerla primero por ser tan atrevida y segundo porque estaba enamorado de ella, aunque esto último era algo que no se atrevía a confesar ni en sus pensamientos.
Una noche, mientras ella se acomodaba en la cama con algún nuevo pijama, Moisés se giró hacia la pared, murmurando:
—Esto es una tortura. ¡Dios! apiádate de mi, por favor
Selena lo escuchó y sonrió en silencio.
Pero ella no se quedaría solo con eso. Selena decidió subir la intensidad. Una mañana, mientras Moisés se afeitaba, entró al baño con una bata ligera y la dejó caer “accidentalmente”. Moisés, con la espuma en la cara, se quedó congelado.
—¡Selena! —exclamó, con la navaja en la mano—. ¡Vas a hacer que me corte!
—¿Qué? Solo me estoy cambiando —respondió ella, con voz inocente—. Pensé que te inyectarias algo para mantener a raya tus hormonas masculinas.
Pero Moisés no le respondió, ¿como podría decirle que ya no quería jugar a ser una mujer?
Otro día, mientras jugaban cartas en la sala, Selena se inclinó demasiado sobre la mesa, dejando ver más de lo necesario. Moisés tiró las cartas al suelo, nervioso.
—¡No se vale usar trampas visuales! —gritó, intentando recuperar la compostura.
Selena se echó a reír.
—¿Trampas? pero nena, Yo solo estoy jugando.
Y así era como cada noche, la tensión aumentaba. Selena se mostraba más segura, más seductora, mientras Moisés luchaba por mantener a su famoso personaje.
Una noche, mientras se servían vino, Selena se acercó demasiado, rozando su brazo con el suyo. Moisés la miró fijamente, con los ojos brillando de deseo reprimido.
—Selena… —murmuró, con voz baja.
—¿Qué? —preguntó ella, con una sonrisa traviesa.
—No juegues conmigo.
—¿Y si no estoy jugando? —respondió ella, acercándose aún más.
—Estas advertida —agregó el mirandola con intensidad.
La estrategia de Paola había encendido mucho más la convivencia entre ellos. Selena estaba jugando con el peligro mientras que Moisés reaccionaba con nerviosismo y contradicciones, luchando para mantener esa fiera a cierta distancia.
Ambos sabían que estaban jugando con fuego. Cada gesto, cada mirada, cada provocación los acercaba más a una verdad que ninguno estaba listo para enfrentar.
Un nuevo viaje los llevó a Bogotá. La empresa de Moisés seguía expandiéndose y había reuniones clave con inversionistas. Esta vez, Moisés había dejado atrás gran parte de su personaje de “Moisesa”.
Se presentó con un traje impecable, varonil, elegante, que resaltaba su porte. Solo el cabello largo seguía siendo parte de su estilo, pero lejos de restarle, le daba un aire sofisticado.
Selena lo observaba en silencio.
«Ya no parece la caricatura que conocí» pensaba mientras que solo estaba concentrada en él y menos en la reunión «Ahora se ve… demasiado hombre. Un pecado andante»
Las reuniones fueron intensas: contratos, presentaciones, promesas de inversión. Moisés hablaba con seguridad, con esa mezcla de carisma y firmeza que lo hacía destacar. Selena lo acompañaba, sonriendo, pero en los descansos se permitía coquetear con algunos de los socios.