El amanecer entraba tímidamente por las cortinas del hotel. Selena abrió los ojos y por un instante olvido dónde estaba. Ya que sentía que estaba en un cuento de hadas, pero el recuerdo de la noche anterior la golpeó como una ola: los besos, las caricias, la entrega. Una mezcla de felicidad y miedo se apoderó de ella.
Moisés estaba a su lado, aún medio dormido, con el cabello desordenado y el rostro relajado. Respirando tranquilo, como si por fin hubiera encontrado un lugar seguro.
Ella se quedó mirándolo unos segundos, intentando procesar lo que había ocurrido.
«Hicimos el amor» pensó, y el recuerdo la estremeció. No era solo el acto físico, era la confesión silenciosa de todo lo que habían negado durante meses.
Moisés abrió los ojos y la encontró observándolo. Sonrió con timidez, como un niño atrapado en una travesura.
—Buenos días muñeca.
Cuando sus miradas se cruzaron, la pregunta saltó al aire, inevitable:
—¿Y ahora qué? —susurró Selena, con voz temblorosa.
Moisés se incorporó lentamente, apoyando el brazo en la almohada. La miró con una intensidad que la desarmó.
—Ahora… estoy dispuesto a ser lo que sea, siempre y cuando quieras permanecer a mi lado.
Selena lo miró fijamente, con los ojos brillando.
—¿Sabes qué es lo más extraño? Que al principio te odiaba. Te odiaba con todo lo que tenía.
Moisés sonrió, con un gesto cansado.
—Lo sé. Se notaba, creo que si hubieras tenido la oportunidad, me hubieras mandado a Saturno.
—Y más con tantos rumores que se decían de ti —continuó ella—. Que eras un ceo tan malo que criabas serpientes o cocodrilos, y que los usabas para atacar a tus enemigos.
Moisés soltó una carcajada, llevándose la mano al rostro.
—¡Eso sí que es nuevo! ¿Quién inventa esas cosas?
Selena también rió, y por un momento el ambiente se relajó. La tensión de la confesión se transformó en complicidad.
Pero pronto, la seriedad volvió. Selena se acomodó en la cama, mirándolo con firmeza.
—Moisés, tenemos que decidir. ¿Será mejor revelar todo al mundo o seguir con la farsa… pero ahora con nuestros sentimientos no fingidos?
Él bajó la mirada, pensativo.
—Ya no quiero ser “Moisesa”. Solo fue una idea para espantar el matrimonio. Pero al final… acabé amarrado y enamorado hasta los huesos de una niña mimada.
Selena lo miró con sorpresa.
—¿Niña mimada?
—Sí —respondió él, con una sonrisa traviesa—. Mimada, caprichosa, pero también la única que me ha hecho sentir vivo.
Selena suspiró, bajando la guardia.
—Entonces… lo del beso en Cartagena sí pasó de verdad.
Moisés asintió, con los ojos brillando.
—Claro que pasó. Y desde ese momento supe que no podía dejarte.
Ella lo miró con ternura, recordando la intensidad de aquel beso.
—Yo pensé que había sido algún efecto maldito del alcohol, ja, ja, ja.
—No —respondió él, con firmeza—. Fue real. Tan real como lo que siento ahora.
De pronto, Moisés se inclinó hacia ella, con el rostro serio.
—Selena, tengo que confesarte algo. Los celos me matan en ese momento y en todos aquellos que veía como se le sonreías a otros.
—¿Celos? —preguntó ella, arqueando una ceja.
—Sí. Porque tú eres mía y no voy a permitir que seas de nadie más. Mía.
Selena lo miró con una mezcla de sorpresa y picardía.
—¿Mía? Qué posesivo.
—No es posesión —respondió él, con voz baja—. Es miedo. Miedo de perderte. Selena, no te imaginas lo que me haces sentir.
El silencio se apoderó de la habitación. Selena pensaba en todo lo que habían vivido: la farsa, los rumores, los disfraces, las peleas. Y ahora, la confesión, los besos, la entrega.
Parte de ella aún se había sentido traicionada por la mentira inicial. Pero otra parte… otra parte ya se sentía liberada, como si por fin pudiera respirar sin cadenas.
Moisés la observaba, con el corazón latiendo rápido.
« ¿Me creerá? ¿Me aceptará?» pensaba él.
Finalmente, Selena sonrió con picardía.
—Pues si ya no quieres ser “Moisesa”, tendrás que ser Moisés. Porque obviamente no puedo seguir casada con una mujer trans. Pero no el de las serpientes ni los cocodrilos. El Moisés que me besó en Cartagena y que me abrazó como un oso y que lo siga haciendo cuando lleguemos a Medellín.
Moisés rió, aliviado.
—Ese Moisés sí puedo ser.
Selena se acercó y lo besó suavemente. Fue un beso distinto: no de pasión desbordada, sino de pacto silencioso.
La mañana avanzaba, pero ellos seguían en la cama, abrazados, riendo, confesando. La mezcla de felicidad y miedo seguía presente, pero ahora había algo más: certeza de un amor verdadero.
Ya no podían ocultar lo que había pasado entre ellos. La farsa había terminado. Lo que quedaba era real, intenso, imposible de negar.
Bogotá había sido el escenario de la confesión, pero el verdadero escenario estaba en sus corazones.
«Es increíble como lo odié, lo desprecié, lo acusé de farsante, bueno en eso si tuve razón. Pero ahora… ahora lo siento mío, es mío.» pensó ella.
—Ahora estoy arrepentido por haber querido escapar del matrimonio con un disfraz, y mírame terminé atrapado en el amor más verdadero. —susurro Moisés en el oido de ella, haciendo que se estremeciera.
Ambos sabían que el camino no sería fácil. La prensa, los socios, la familia… todos tendrían algo que decir. Pero por primera vez, estaban dispuestos a enfrentarlo juntos.
Antes de regresar a Medellín, Moisés decidió pasar un fin de semana en casa de su amiga Abril Montenegro, una mujer de carácter fuerte y personalidad chispeante que siempre había sido su confidente. Selena también lo iba a acompañar, aunque tenía miedo, pero una cierta curiosidad la embargaba mezclada con algo de celos, quería conocer a esa amiga que tanto significaba para él.
Abril los recibió con los brazos abiertos, en una enorme mansión que tenia, cuadros modernos y plantas que parecían tener vida propia. Apenas vio a Moisés, soltó una carcajada que resonó en toda la sala.