Me casé con una mujer ¿trans?

Santa Marta.

Después de la tormenta mediática y de meses de trabajo intenso, Moisés logró estabilizar sus empresas. Los inversionistas volvieron a confiar, los productos se posicionaron en el mercado y la imagen pública, aunque marcada por el escándalo, se transformó en símbolo de resiliencia.

Selena lo acompañaba en cada paso, y juntos aprendieron a reírse de los rumores y a disfrutar de la libertad que habían conquistado.

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Una tarde, Moisés preparó una sorpresa. Llevaba semanas organizándola en secreto. Invitó a Selena a un jardín decorado con luces cálidas, pétalos de rosas y música suave.

Cuando ella llegó, lo encontró esperándola con un ramo en las manos.

—Selena Vázquez —dijo, con voz firme pero emocionado—. Aunque ya estamos casados, quiero pedirte algo que nunca te pedí: ¿quieres ser mi novia?

Selena lo miró, sorprendida, y luego soltó una carcajada entre lágrimas.

—¿Tu novia? ¡Pero si ya soy tu esposa!

—Sí, pero quiero que vivas esa experiencia. Y yo también quiero vivirla. Quiero que todo lo que nos negamos al principio, ahora lo tengamos.

Selena lo abrazó con fuerza.

—Claro que sí. acepto ser tu novia Señor Licano.

Entonces, Moisés se arrodilló y sacó un anillo.

—¿Y quieres casarte conmigo… otra vez?

Selena, con los ojos brillando, respondió sin dudar:

—Sí. Una y mil veces sí.

Esa noche, mientras celebraban la nueva promesa, Moisés confesó algo que había aprendido en su travesía como Moisesa.

—Fingir ser mujer me enseñó a valorar más a una. Ser mujer no es nada fácil. Tiene sus luchas, sus cargas, sus batallas invisibles. Y ahora entiendo que tu fuerza es mucho mayor de lo que imaginaba.

Selena lo miró con ternura.

—Y ahora entiendes por qué no me dejo vencer.

Moisés asintió, con respeto y admiración.

Meses después, decidieron mudarse a Santa Marta. Querían un nuevo comienzo, lejos de los ecos del escándalo, cerca del mar y de la tranquilidad que tanto necesitaban.

La ciudad costera los recibió con su brisa cálida, sus playas doradas y su ritmo relajado. Allí planearon una nueva boda, pero esta vez sin disfraces, sin contratos, sin farsas. Solo ellos, su amor y el mar como testigo.

La celebración fue íntima y mágica. Cada uno eligió a su gusto cómo quería que fuera. Selena optó por un vestido ligero, blanco, que se movía con el viento. Moisés escogió una guayabera elegante, sencilla, que lo hacía sentir libre.

La ceremonia se realizó al atardecer, con el sol pintando el cielo de tonos naranjas y rosados. Los invitados eran pocos: amigos cercanos, familiares y aquellos que habían estado en las buenas y en las malas.

Cuando pronunciaron sus votos, el sonido de las olas acompañó cada palabra.

—Selena Vázquez —dijo Moisés—, prometo amarte sin máscaras, sin miedos, sin disfraces. Prometo ser yo, siempre, contigo. Y te respetaré por toda la eternidad, mi amada.

—Moisés Licano—respondió ella—, prometo amarte en la verdad, en la risa, en la lucha y en la calma. Prometo que este amor será nuestro refugio, y siempre serás mío.

Después de la ceremonia, la fiesta fue sencilla pero llena de alegría. Música caribeña, baile descalzo en la arena, risas que se mezclaban con el sonido del mar. Pablo y Paola, como siempre, hicieron bromas sobre la primera boda y los disfraces de “Moisesa”, arrancando carcajadas de todos.

—¡Por fin una boda sin pestañas postizas! —gritó Pablo, levantando su copa.

—¡Y sin pelucas que se caigan con el viento! —añadió Paola.

—Y sin prótesis de senos —murmuró Pablo como si fuera un secreto.

Selena y Moisés se miraron, riendo, sabiendo que esas bromas eran parte de su historia, pero que ahora quedaban atrás.

Al final de la noche, Selena y Moisés caminaron juntos por la orilla, con la arena fría bajo sus pies y el mar iluminado por la luna.

—¿Sabes qué es lo mejor? —dijo Selena, apoyando la cabeza en su hombro.

—¿Qué? —preguntó él.

—Ahora si me siento feliz. Porque esta vez no hay contratos, ni farsas, ni disfraces. Solo nosotros. Porque así lo hemos decidido.

Moisés la abrazó con fuerza.

—Y eso es lo único que necesito.

—Te amo mi muñeca hermosa.

—Yo también lo amo señor Licano.

El mar fue testigo de su nueva promesa. Santa Marta se convirtió en el escenario de un amor que había sobrevivido al escándalo, a las máscaras y a los rumores. Ahora, por fin, eran libres.

La brisa del mar acariciaba sus rostros mientras las olas rompían suavemente contra la orilla. Selena y Moisés se detuvieron a contemplar el horizonte, donde el sol ya se había escondido y la luna comenzaba a reinar.

Moisés la miró con una mezcla de ternura y deseo. Sin decir palabra, la alzó en brazos, como si fuera ligera como el viento. Caminó con ella por la arena húmeda, girando en un juego de risas y besos que se mezclaban con el murmullo del mar.

Selena reía, con la cabeza apoyada en su hombro, mientras él la sostenía con fuerza, como si nunca quisiera soltarla. Cada giro era un instante suspendido, cada beso era como un pacto renovado.

La noche siguió cayendo obre ellos como un manto de estrellas. Se detuvieron, mirándose a los ojos, y en ese silencio se dijeron todo lo que las palabras no podían expresar.

Sus labios se encontraron de nuevo, primero con dulzura, luego con una pasión que los envolvió por completo. El mar fue testigo, la arena su altar, la luna su lámpara.

Se entregaron el uno al otro, no como cuerpos que se buscan, sino como almas que se reconocen. Cada caricia fue un verso, cada suspiro una melodía.

Selena se deleitaba en la fuerza y la ternura de Moisés; él se perdía en la belleza y la entrega de ella. No había máscaras, no había disfraces, solo la verdad desnuda de dos seres que se amaban hasta el tuétano.

—Te amo —susurro el, dejando besos húmedos en el cuerpo de su amada.




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