*Narra Rosalie Hale:
Era estúpido pensar en mi nombre en aquellos momentos. Era tan absurdo como el solo hecho de imaginar que esto me pasaría. Que esto le ocurría a la hija de una familia adinerada, a la chica que le compraban dos vestidos de seda a la semana, que esto le pasaría a una de las muchachas más hermosas y refinadas de la élite de la ciudad. Sobre todo que esto le pasaría a Rosalie Hale.
Abrí mi boca produciendo un ruido ahogado y pegajoso. Sabía que era inútil gritar, así como tampoco me serviría de nada pedir ayuda. Y pensar que en una situación similar, con otros horrorosos protagonistas, la misma persona que me tapaba la boca con su boca riéndose de mi miedo sería la que me ayudaría.
Odiaba todo en este mundo. Odiaba el arribismo de mis padres y las estúpidas rosas que me mandaba cada día. Aborrecía el trabajo de mi padre, sentía antipatía por Vera y su marido, me desagradaba el amor y detestaba el estúpido sueño de convertirme en princesa.
Cada vez que sus asquerosas manos bajaban por mi cuerpo me hacían temblar, no de placer, sino de asco, de miedo. Ellos lo sabían y disfrutaban que me sintiera así. Podía comprobar que mi mirada aterrada les encantaba. Mis músculos me dolían de lo tensos que se ponían cuando sus inmundas manos se posaban en mi pecho, desabrochaban mi abrigo para dirigirse a mi estómago, bajaban por mi falda hasta colarse en mis piernas, mis pantorrillas y seguían subiendo. Pero no me dolían tanto de la manera que mi corazón latía tan rápido que sentía punzadas atravesando cada milímetro de mi piel. No me dolían tanto como el sentimiento de sentirme sucia.
Y sobre todo, lo odiaba a él. Desde el mismo momento en que Royce King II me llamó en esa oscura y fría noche. En el exacto instante en que mi prometido me quitó mi abrigo para enseñarme a sus amigos. El segundo en cual me tumbó en el suelo de un golpe y su aliento con un fuerte olor a coñac y avellanas me aturdió. Allí fue cuando juré odiar para siempre al hombre que creía que era un príncipe y me haría su princesa, al que pidió mi mano siendo el novio perfecto para mi familia, el que andaba de mi brazo exhibiéndome como un trofeo, con el que me uniría hasta que la muerte nos separara. A Royce King II.
Cerré fuertemente los ojos creyendo que así no los vería más; no sentiría sus manos aferrándose a mi liga, no escucharía las risas de los otros… . Tampoco sería consciente de cuando me quitó todo trozo de tela para dejarme sólo con mi blusa mal abotonada y mi sujetador. Quería ser capaz de irme de aquel terrible lugar, de esa situación y para trasladarme a otra.
Irme a una casa en el campo, grande y espaciosa. Esa casa blanca con un gran ante jardín lleno de rosas, rojas a ser posible. Niños jugando. Tres niños. Una sería una niña que se columpiaría riendo, los otros dos serían de la misma edad y correrían peleando quién se quedaría con las canicas. Yo lo estaría observando desde el porche cruzada de brazos, diciendo que no pelearan por algo insignificante, pero sonreiría feliz por verlos tan sanos. Una mano pasaría alrededor de mi cintura y me atraería hasta que mi cabeza se colocara en el pecho de él. Giraría la cabeza para encontrarme con un hombre alto y sonriente, que me besaría en la coronilla preguntándome por la cena. Le diría que estaría lista en una horas, que fuera paciente mientras tomaba su mano entre las mías para jugar entre sus grandes dedos. Y los niños dejarían de correr para venir con nosotros, seguidos por la niña de cabellos rubios que pedía que su padre la tomara en brazos. Irme de aquel asqueroso callejón donde me tocaban a destajo para estar en una hermosa casa con una familia. Estar lejos de aquel vil hombre que me había dicho que me amaba para después abusar de mí, y así encontrarme con un marido que me quisiera, que me besara sin importarle los demás y me sonriera, contento de estar conmigo. No de estar con Rosalie Hale ni mi dinero, tampoco de mi belleza; sino conmigo.
Aún así, mis ojos cerrados no sirvieron para que las lágrimas rodaran sin misericordia por mis mejillas cuando él entró en mí. Cuando él me despejó de todo para allanar mi cuerpo, mi virginidad, mis sueños, mi vida. Cada embestida era algo de lo que me robaba: Mi sueño de tener tres hijos y estar felizmente casada, mi codiciado nombre por muchas jovencitas de la ciudad, el orgullo de mis padres por mi belleza, y mis ganas de un día convertirme en la princesa de un hombre. Que me amara de verdad como yo lo haría. Lo sentía adentrarse en mí, llenarme con su presencia lentamente. Con cada movimiento me dañaba, me invadía.
Sin embargo, me di cuenta que ya no era estúpido pensar que Rosalie Hale vivía eso. Ahora ella perdía todo a manos de una persona de la alta sociedad, ella perdía todo por culpa de su adinerado prometido; ella se perdía a causa de la asquerosa lujuria y banalismo de la alta élite.
Rosalie Hale se perdió cuando sintió que él temblaba de excitación, que todo su cuerpo estaba lleno de su asqueroso deseo y que susurró su nombre entre un suspiro acalorado y una risita desdeñosa.
¿Ahora quién era yo?.
Royce se subió los pantalones comentando algo estúpido sobre lo simplona que podía llegar a ser, aún teniendo un cuerpo apetecible. Sus amigos, el imbécil de John proveniente de Georgia fue el que dijo que era una lástima que fuera tan tímida para tener un cuerpo deslumbrante; otro pelirrojo asintió echándome una mirada rigurosa. El más bajo prendió un cigarrillo y le pasó los fósforos al rubio para que encendiera el suyo.
Lo único que pude sentir cuando los otros se aproximaron a mí con una chispa de deseo inmundo en sus pupilas fueron las ganas de morir.
Seguía llorando, el calor del líquido recorriendo mis mejillas me recordó que estaba viva. Lágrimas de rabia, de asco, de pena, miedo, denigración, humillación, lágrimas de saber que nunca podría convertirme en una princesa. Lágrimas que demostraban cada sueño en el fondo de mi superficial y vanidoso corazón que se esfumaban.