Me enamoré de Penélope

Capítulo 9

No pude contenerme, necesitaba aclarar las cosas con Penélope. ¿Qué cosas? No estaba seguro. Pero pensaba que verla una vez más, tal vez tener una charla, disculparme y amablemente retirarme del club iba a ser lo correcto. Sentía todavía el resentimiento por el trato que me habían dado, pero hasta ese momento me consideraba una persona con estándares morales. No quería ser como el resto y solo decir que el club de poesía era simplemente un adefesio porque no me aceptaban como uno de ellos. La idea me pesaba en la conciencia. Me sentía más que el resto de Las Tres Torres. Si no hubiera sido por Penélope, seguramente los hubiera ignorado y seguido con mi día a día. Tener rencor infundado en el rechazo pasivo no estaba dentro del rango de cosas que quería cargar conmigo. 

Busqué el salón de ballet, fue fácil teniendo en cuenta de que me sabía el lugar casi como la palma de mi mano, sabía que estaba en el ala oeste, segundo piso, atravesando los salones de teatro y a la derecha de los cambiadores. Llegué a mitad de la clase y vi por la pequeña ventana a las filas de bailarines en sus barras. No pude identificar a Penélope, era difícil, la ventana no me daba un amplio rango de visión. Estaba seguro de que era su clase, ella misma me había dicho que llegaba tarde a la del salón y según tenía entendido, ese era el único salón dedicado a ballet del establecimiento. 

Esperé.

Esperé por casi cuarenta minutos afuera, escuchando la coreografía una y otra vez, siendo dirigida por el profesor. “En quinta posición, brazos en preparatoria.” 

El silencio completo dentro del aula que producían los alumnos escuchando las indicaciones. 

Développé a la segunda posición, paso a arabesque, promenade en arabesque, paso a pirouette en dedans, salida en relevé” Una y otra vez. 

Para después dar paso a las pisadas sobre la madera que crujían debajo del peso de cada uno de los alumnos de la clase. “Pas de chat, glissade, assemblé, cambio a pas de bourrée, tour en l'air.” 

Mientras que la coreografía avanzaba, el profesor aumentaba la voz para ser escuchado por encima de todo el movimiento “¡Pirueta en dehors triple, fondu a la cuarta posición, pirueta en dedans doble, sus-sous!”

Cuando la clase concluyó uno a uno, los alumnos empezaron a abandonar el lugar, algunos tardaron más que otros cambiándose dentro del salón, mientras que los primeros iban directo a los cambiadores y algunos salían corriendo esperando llegar a tiempo a sus próximas lecciones. Todos los bailarines abandonaron el espacio pero no hubo rastro de Penélope por ningún lado. 

Dos chicas pasaron a mi lado y se quedaron observándome antes de volver a retomar su camino. Una de ellas susurró a la otra y ambas se giraron para mirarme y reír. Me hicieron recordar a Penélope y a Gia por un instante, con el cuerpo delgado y sus movimientos fluidos. Ambas dando pequeños saltitos de bailarina con sus delicados pies. 

Pasaron cinco minutos y nadie más salió del salón. Suspirando me digné a abandonarlo. Sabía que no iba a encontrar a Penélope rondando por el lugar, el grupo casi nunca merodeaba sin sentido por Las Tres Torres. Era difícil encontrarlos si es que no estaban yendo directo a una de sus clases sin detenerse, sin hablar con nadie que no fuera parte del club.

Estaba abandonando el pasillo cuando escuché un gemido frustrado y un pequeño tud. Regresé mis pasos y abrí la puerta del salón, en él me encontré a una chica en el medio, girando sin sentido una y otra vez, sin música, sin indicaciones. Hasta el profesor había abandonado el espacio. 

Penélope giraba una y otra vez sola. 

Me quedé contemplándola, su pierna extendida en el aire se doblaba hacia la rodilla opuesta y volvía a extenderse mientras rotaba. Una, dos, tres, cinco, diez veces. Pero en algún momento se quedaba sin energía y volvía a perder el equilibrio. 

Con el pelo recogido en la base de su cabeza, una malla negra y una pieza de tela que iba por encima de su cadera, Penélope algunas veces caía al suelo. Se volvía a levantar y retomaba todo desde cero. La podía escuchar en un susurro contar sus vueltas. 

Me quedé cargando mi peso contra una pared de brazos cruzados, intentando no perturbar su práctica. 

El pelo rubio brillaba bajo la única luz que había quedado prendida en el lugar, su piel translúcida estaba cubierta de sudor, no llevaba una pizca de maquillaje y de igual manera, aunque sus mejillas estuvieran ruborizadas por el esfuerzo, estaba de forma inexplicable, sumamente bella. Su malla se pegaba a su cuerpo y podía notar cada curva, el hundimiento de su cintura, la dimensión de sus caderas y la extensión de sus piernas, las cuales vibraban a medida que pasaba el tiempo. Se me hizo imposible ignorar la sangre que empezó a teñir sus zapatillas de punta de color crema. El sangrado siguió expandiéndose por la derecha y tiempo después la izquierda empezó a mancharse también. No había nadie observando a Penélope, nadie más que yo y ella seguía practicando como si el mundo dependiera de ello, como si no lograr la cantidad de vueltas que deseaba fuese su fin, como si tuviera todo un público al cual satisfacer. Como si no estuviera literalmente sangrando por conseguirlo. 

No solo estaba viendo a Penélope, también, en secreto, estaba admirándola. ¿Cómo era posible que alguien que antes odiaba el ballet ahora no pudiera dejar de practicar? Estaba perfecta en todos los aspectos, no se necesitaba ser un genio de la danza para apreciar la figura tomando la posición exacta para replicar una y otra vez los mismos movimientos antes de perecer gracias al cansancio. 




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