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Las siguientes dos semanas todo pareció volver a la normalidad: las reuniones, la dinámica general, mi distancia con Penélope, las noches de alcohol interminables. El club de poesía se volvió más que un simple club para mí. Era lo que esperaba todos los días, era en lo que ocupaba mi mente cuando tenía el tiempo libre. Leía sobre poetas, sobre sus vidas, analizaba sus poemas para poder discutir sobre ellos en las reuniones. Expandí mi conocimiento, leí desde los clásicos hasta los autores más contemporáneos.
Mi obsesión por la poesía se volvió casi tan intensa como la que tenía por Penélope. Estudié a Neruda, a Plath, a Ginsberg, a Cummings. Cada poema era una pieza del rompecabezas que intentaba armar para encontrar respuestas.
Penélope se mantenía reservada, distante pero nunca completamente ausente. A veces, nuestras miradas se cruzaban durante las discusiones, y en esos momentos, sentía una conexión que iba más allá de las palabras. Era como si ambos tuviéramos un secreto en la punta de nuestras lenguas. Esa sensación era inquietante y adictiva a la vez, una mezcla de anticipación y nostalgia por algo que nunca había sucedido.
La realidad era que mi vida se había convertido en una serie de momentos atrapados entre versos y estrofas, con Penélope siempre en el centro de mi atención.
Fui a ver una nueva obra de Vinny y esta vez me senté con los demás integrantes, distanciados del resto. Éramos nosotros, ellos y una línea que nos separaba ampliamente. Ni siquiera Grace volvió a pasarme notas.
Fuimos a ver una de las exposiciones de Gia y quedé completamente encantado con su colección. Entre sus retratos encontré uno mío, yo estaba ahí, entre los otros cinco retratos hechos con gouache, mi mirada rígida, mi sonrisa inexistente, un as de desesperación en mis ojos. Gia podía verme mejor que nadie, podía ver a través de cualquier persona, tenía esa percepción. Era verdad que me sentía desesperado, sentía que por un fin de semana había casi conseguido capturar todo lo que había querido en la vida para después volver a la llana realidad de una relación unilateral. Pero como me había convertido en un conformista, gracias a mi obtusa fijación con Penélope seguía con lo que tenía, con lo que se me daba, adentrándome más y más en la dinámica absorbente del grupo.
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Gia empezó a desaparecer en el final del primer tercio del año. No sabía bien a donde iba, nadie parecía notar su ausencia, como si de repente fuera normal que ella desapareciera de las reuniones, como si siempre hubiéramos sido cinco.
Ella levaba sus tareas al día, se presentaba para darnos sus ensayos en tiempo y forma, pero se ausentaba de a semanas completas. Cuando estaba nos leía las cartas y sonreía como siempre, pero cuando no estaba ahí su vacío se me hacía casi insoportable. Éramos como una pirámide, sin uno de los pilares era fácil para nosotros desestabilizarnos. “¿Dónde está?” Le pregunté a Vinny una vez y él simplemente respondió. “Haciendo lo que Gia hace.”
Me enteré con el tiempo que había dejado de vivir con Penélope y Brandon de tanto en tanto y estaba limitándose a su espacio, cuando Brandon hizo la mención de que se alegraba de no tener que despertarse con las demandas de Gia y sus desayunos especiales con mucha fruta y sin masas finas. Después de esa reunión paré a James. “¿No estás preocupado?” Le pregunté, sabiendo cuánto el se ocupaba de los integrantes, no importaba que tan tirano pudiera ser con sus métodos y las consignas del club.
“No. Ella tiene que volver sola.”
Pero eso no fue suficiente para mí. Me quemaba en el pecho no verla tanto como antes. Necesitaba que estuviera ahí con nosotros, riendo con Penélope sobre chistes infantiles, con el cigarro colgando de sus labios, con una sonrisa tragando sorbitos de alcohol blanco. No se sentía como antes sin ella.
El club era una pintura en sí, cada personalidad colorida y complicada, parte de la composición del retrato de la crème con las mejores capacidades intelectuales y creativas de Las Tres Torres.
Sabía dónde quedaba su departamento, me acordaba como llegar después de haberla llevado a su casa borracha esa vez con Vinny, pasé varias veces por la entrada esperando ver desde su ventana alguna señal. Algo en mí me decía que necesitaba ayuda. ¿De qué tipo? Todavía no estaba seguro. Quería extenderle mi ayuda pero estar a solas con Gia me daba más miedo que enfrentar a James sin mis consignas realizadas. Siempre existía la posibilidad de que lo que había hecho esa noche, saliera a la luz. Que ella recordara en medio de la intimidad nuestro pequeño momento compartido.
Visité su casa tres veces antes de reunir el valor para golpear la puerta de su departamento. Como esperé, nadie atendió la puerta la primera vez que lo hice, pero fui insistente. Me quedé en el pasillo golpeando en intervalos para que la repetitividad se volviera lo suficientemente insoportable como para que ella tuviera que abrir la puerta. Lo hizo con una toalla en la cabeza y desnuda, solo la parte inferior de su ropa interior estaba abrazando su cuerpo. Me miró de arriba a abajo con un cigarrillo en la boca. “Max.”
Ella dejó la puerta y me invité solo dentro de su departamento.
El lugar estaba completamente dado vuelta, noté enseguida que el aire estaba viciado, que había pasado por lo menos dos días sin ver el exterior de su casa. El humo de cigarrillo impregnaba cada superficie, el polvo se estaba juntando en las esquinas, el sillón estaba repleto de ropa que supuse, tenía que ser lavada, y la cocina tenía una pila de platos sucios.
“¿Qué te ofrezco?” Me dijo ella quitándose la toalla de la cabeza para secar su pelo. “¿Agua, vino, vodka?”
“Vodka está bien.”
Noté, después de ver el desorden, la cantidad de canvas esparcidos por todo el espacio, la pintura que manchaba las paredes, el suelo y la superficie de la mesa.
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Editado: 23.08.2024