Me enamoré de un amor que no era mío.
Prólogo.
La vida real no es un cuento de hadas. Yo pensé que el amor era como lo contaban en esas historias, tan puro y con el felices para siempre. Pero me di cuenta que el amor duele, no porque sea malo, sino porque las personas no siempre saben amar. Mi historia es un ejemplo de esto.
A los dieciséis años, conocí el amor por primera vez. Fue una ilusión que me llenó de mariposas el estómago y creí que duraría para siempre. Él fue mi primer amor, mi primera ilusión, mis primeros planes, mis primeros sueños, los recuerdos más hermosos.
Mi familia y mis seres más cercanos, especialmente mi prima, eran mi mundo. Ella era más que una amiga, era mi confidente, mi hermana de alma... o así lo creía. Siempre fui de corazón noble, dispuesta a perdonar y a entregar mi corazón sin reservas. Pero la vida me enseñó una dura lección: no siempre se puede ser tan bueno, la puñalada puede llegar de quien menos lo esperes. Mis ilusiones se rompieron y con ellas, sentí la verdadera decepción y el dolor.
Aprendí que el amor no siempre es suficiente y que si alguien realmente te ama, no te hará sufrir. La vida siguió su curso y el karma llegó. Vi cómo perdió todo lo que alguna vez le importó, vi su corazón destrozarse.
Aunque muchos decían que debía sentirme satisfecha, en realidad me dolía verlo así porque a pesar de todo lo amé con el alma. Lo amé tanto, que mi acto de amor más grande fue soltarlo. A pesar de que mi corazón latía solo por él, de que cada fibra de mi ser anhelaba su cercanía, supe que no podía perdonar la herida que me había causado. Y aunque me dolía dejarlo ir, entendí que era el único camino para sanar mi propio corazón.
En ese momento, me di cuenta de que el amor verdadero no es aferrarse a algo que está roto. Me dolía dejarlo ir, pero ese era el único camino para que ambos encontráramos la paz. Esa también es una manera de amar, una que muy pocos pueden entender.