ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.
Capítulo 4.
—Eres demasiado curiosa —negué.
Hizo un puchero.
—Soy tu hermanita, vamos preséntame.
Me tomó de la mano llevándome casi a rastras, mamá solo me miró. Ella saludó con una sonrisa. Papá la saludó y yo aproveché para presentarla. Ella tendió la mano sonriendo.
—Es un placer. Ana me ha hablado mucho de ti. Yo soy como su hermana.
—Un gusto Juliana —respondió él.
Ella se sentó al lado de mi papá como si nada, yo regresé a la cocina. Mamá me comentó que no le había gustado para nada que Juliana llegara así, le dije que era por curiosidad.
—Tú dices que son tonterías mías, pero Ana, no me gusta la manera en que ella mira a ese chico.
—Mamá, solo son ideas tuyas, además ella es una niña —sonreí.
—Digamos que sí, pero, ¿por qué se quedó allá? Dile que venga aquí, es como feo estar en conversaciones de hombres.
Mamá la llamó con la disculpa de que pusiera la mesa. Mientras lo hacía susurró solo para las dos.
—Mauro está guapísimo, te quedaste corta.
—Te lo dije —levanté la mirada buscando la suya.
—Sí, es muy maduro para tener solo 16, mi tío está platicando muy a gusto con él.
Sonreí orgullosa y feliz.
»Me alegro tanto por ti. Eres muy afortunada de encontrar un hombre así.
Mamá nos interrumpió, me pidió que les avisara que la comida estaba servida. Juliana quiso llamarlos, pero mi madre se interpuso en su camino.
—Juliana no creo que sea correcto. Es el invitado de Ana, ella debe llamarlo.
—¡Ay sí tía, tienes razón!
Me acerqué hasta ellos, Mauro y yo cruzamos miradas, sonreímos al tiempo, papá observaba cada gesto. Mi padre se adelantó, Mauro acarició mi mano casi imperceptible. Mauro me confesó que estaba nervioso, pero feliz, porque al parecer le había caído bien a mi papá. Juliana salió al comedor para avisarnos que la comida se estaba enfriando, nos sentamos todos a disfrutar. Todo quedó delicioso, como siempre cuando mamá cocinaba.
Después de la comida, pasamos a la sala y comenzamos a platicar de todo un poco. Todo iba bien hasta que papá, sin filtro alguno, soltó la pregunta que cambió el ambiente.
—Bien, Mauro, ¿cuáles son tus verdaderas intenciones con Ana?
Un silencio incómodo se instaló en la sala. Cruzamos miradas, de inmediato sentí un sudor frío recorrer mi espalda. Mamá, captando el momento, se levantó de inmediato.
—Juliana, acompáñame un momento a la cocina.
—¿Por qué? Yo quiero quedarme aquí… —protestó, pero mamá la miró fijamente, y eso fue suficiente para que la discusión terminara. Ambas salieron, dejándonos a papá, Mauro y a mí en un momento incómodo.
Mauro aspiró despacio, organizando sus pensamientos y respondió:
—Don Iván, lo primero que quiero es tratar a Ana, conocernos como amigos y ya el tiempo dirá cómo avanzan las cosas.
Papá asintió lentamente, como analizando cada palabra.
—Me parece muy bien. Ustedes aún son jóvenes. A esta edad, uno a veces confunde los sentimientos.
—Claro que sí, don Iván —continuó Mauro, con una voz firme, pero respetuosa—. Pero algo tengo muy claro: mis intenciones con Ana son serias. Me gusta mucho su forma de ser. Es una gran mujer y más adelante, si las cosas se dan, me gustaría intentar algo más serio con ella. Estoy muy seguro de lo que ella me hace sentir, por esa razón estoy dispuesto a esperar el tiempo que sea necesario.
Papá inclinó un poco la cabeza, como evaluando sus palabras. Esbozó una sonrisa.
—Pareces un muchacho de bien y honesto. Ana es una chica muy dulce. Como todo padre, no quiero que mi hija salga lastimada. Pero también tengo claro que no podemos proteger a los hijos de todo. Hay que dejarlos volar y experimentar las cosas de la vida. Así que, si como dices, tus intenciones son buenas… bienvenido a casa. Puedes visitarla las veces que quieras.
Mauro respiró con alivio y respondió con una sonrisa sincera:
—Muchas gracias, don Iván. Le aseguro que mi única intención es compartir con Ana, para conocernos mejor. Ella me parece una niña muy linda y especial. Solo quiero ganarme su corazón. Gracias por abrirme las puertas de su casa y por su confianza.
Papá lo observó detenidamente antes de asentir.
—Me gusta tu forma de pensar, Mauro. Supongo que Ana ya te contó sobre las reglas de esta casa.
—Sí, señor, algo me comentó.
—Quiero que sepas que mi hija no es como las demás muchachas, que andan de novio en novio, o pasan horas en la calle, de fiesta en fiesta. Nosotros la hemos educado con valores y ciertos requisitos.
—Eso es lo que más me gusta de Ana, don Iván. Su forma de ser es lo que la hace especial y diferente a las demás. Estoy dispuesto a seguir las reglas que usted nos ponga.
Papá esbozó una leve sonrisa, como satisfecho con la respuesta. Por dentro, sentí alivio y orgullo. Mauro estaba demostrando ser un caballero y alguien dispuesto a respetar las normas de mi familia.
Yo estaba sentada entre ellos, tratando de mantener la calma aunque mi corazón latía con fuerza. Permanecía en silencio, pero no podía evitar sentirme algo nerviosa. Sin embargo, escuchar la manera en que Mauro se expresaba frente a mi papá me llenaba de felicidad. Cada palabra que decía me hacía sentir que sus intenciones eran sinceras. Sí, estaba dispuesto a todo por mí, entonces era verdad lo que me había dicho: estaba enamorado.
Papá, tras un momento de reflexión, habló con un tono más relajado.
—Tampoco quiero ser un ogro con mi hija. Ana es una gran chica y por eso se ha ganado nuestra confianza. Sabemos que ella entiende qué es lo correcto. Si quieres salir con Ana, podrás hacerlo. Puedes venir a visitarla las veces que quieras. Confío en que ella sabrá comportarse. A pesar de su edad, Ana es muy madura y entiende la diferencia entre lo bueno y lo malo.
Las palabras de papá me llenaron de orgullo. Mauro también pareció aliviado, pues una sonrisa suave iluminó su rostro. Papá se puso de pie y extendió su mano hacia él.