ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.
Capítulo 5.
Me levanté muy temprano para ayudar a mamá con el desayuno. Mientras batía los huevos escuché pasos detrás de mí. Era Juliana, que se sentó frente a la encimera, todavía con su pijama. Mamá se giró hacia ella con una mirada seria.
—Juliana, ¿por qué no te cambias? ¿Recuerdas que hay visita?
Juliana puso los ojos en blanco y luego soltó una risita tímida.
—Verdad, no me acordaba.
Sin decir nada más, se levantó y fue a cambiarse. Mamá aprovechó para mandarla a recoger los huevos al patio. Mientras tanto, me pidió que fuera a avisarle a Mauro que el desayuno estaba listo. Caminé hasta la puerta de su habitación, estaba tan emocionada que olvidé tocar. Abrí la puerta de golpe y el mundo se detuvo al igual que lo hizo mi corazón.
Ahí estaba él, sentado en el borde de la cama sin camisa y con una pequeña pantaloneta. Su piel parecía brillar bajo la luz tenue que entraba por la ventana. Sus hombros, aunque no musculosos, eran definidos y su pecho se movía con cada respiración lenta y relajada. Su cabello estaba desorganizado, despeinado de una manera que lo hacía ver más atractivo, casi como si hubiera salido de un sueño.
Mi corazón se detuvo por un segundo y el calor subió a mi rostro. Me di la vuelta rápidamente, sintiéndome avergonzada.
—¡Perdón! ¡Lo siento mucho! No quise entrar sin tocar.
Él soltó una carcajada que me hizo sentir más nerviosa.
—Tranquila, muñeca, no pasa nada. Ni que estuviera desnudo.
Me atreví a girar un poco y mirarlo de reojo. Él seguía ahí, relajado, como si nada hubiera pasado. No podía dejar de notar lo guapo que era. Su cuerpo, aunque delgado, tenía una elegancia natural. Había algo en su postura y en la despreocupación de su sonrisa que lo hacía irresistiblemente sexy.
—Yo… yo solo venía a decirte que el desayuno está listo —dije, con la voz apenas audible mientras trataba de no mirarlo directamente.
Mauro sonrió, se pasó una mano por el cabello desordenado y se levantó con tranquilidad. Se acercó a mí. Todo mi cuerpo comenzó a temblar bajo su mirada, mientras una sonrisa juguetona se dibujó en su rostro. Antes de que pudiera reaccionar, besó mi mejilla y con un movimiento casual, colocó sus manos en la pared, atrapándome en medio de ellas.
Mis palabras se quedaron atoradas en mi garganta. Solo pude tragar, sentí que mi respiración se aceleró.
—Tranquila, no es para tanto. Peor sería que entraras y estuviera desnudo.
Abrí los ojos, el calor iba subiendo rápidamente a mis mejillas. Él solo sonreía, disfrutando del efecto que sus palabras tenían en mí.
—Ni lo digas, qué vergüenza —murmuré abrumada.
—¿Qué tiene? ¿A poco nunca has visto un hombre desnudo?
Sus palabras hicieron que mi corazón se detuviera por un segundo. Bajé la mirada y con un movimiento torpe, me escabullí de entre sus brazos.
—Tampoco soy una monja. Sé cómo es un hombre sin ropa... bueno, en teoría —balbuceé, sintiendo que los nervios me traicionaban —. Pero obvio que no lo he visto en persona. ¡Ay, no! Ya me puse nerviosa. Solo venía a decirte lo del desayuno.
Di media vuelta dispuesta a escapar de la habitación y recuperar el control de mi respiración, pero antes de que pudiera dar un paso, sentí que su mano tomó la mía. Con un suave, pero firme tirón me haló hacia él.
Quedé atrapada contra su pecho, sintiendo su calor y el aroma embriagador que parecía envolverme por completo. Su voz acarició mi oído como una melodía peligrosa.
—Tranquila bebé, no te pongas nerviosa. Aunque debo confesarte algo… así, con ese rojo natural en tus mejillas, te ves tan hermosa. Combina perfecto con el rojo de tus dulces labios.
Mi corazón latía tan fuerte que temí que él pudiera escucharlo. Cerré los ojos por un segundo, intentando mantener la compostura, pero fue inútil. Su rostro estaba tan cerca que podía sentir su respiración contra mi piel. Antes de darme cuenta, sus labios rozaron la mitad de los míos en un beso que parecía ser casual, pero que encendió una chispa en todo mi ser. De la nada empezó a hacer demasiado calor.
Con la voz entrecortada, apenas logré murmurar:
—Te encanta ponerme nerviosa.
—Me encantas tú, Ana —respondió, con una intensidad que me dejó sin aliento—. Me contengo porque… quisiera besarte hasta dejarte sin aliento.
No sabía cómo reaccionar. Mi mente estaba nublada y mi cuerpo parecía responder solo a él. Me armé de valor, aunque mi voz salió más débil de lo que esperaba.
—Te espero… para desayunar.
Me giré, tratando de salir de ahí antes de que mis piernas cedieran por completo. Pero mientras caminaba hacia la puerta, podía sentir su mirada clavada en mí, como si con solo eso me atara a él. Salí de la habitación apresuradamente, cerrando la puerta detrás de mí. Mi corazón seguía latiendo con fuerza, como si acabara de correr un maratón. Me apoyé contra la pared tratando de calmarme, pero su imagen seguía grabada en mi mente.
¿Cómo puede ser tan guapo? Pensé, mientras sentía que mis mejillas seguían ardiendo.
Tomé un respiro profundo y regresé a la cocina, pero en el camino me crucé con Juliana, me miró con una sonrisa maliciosa.
—¿Y esa cara, primita? ¿Qué hiciste ahora?
—Nada, Juliana. Nada —respondí rápidamente, aunque no podía evitar que mi tono la hiciera sospechar.
Ella alzó una ceja, divertida.
—A mí no puedes mentirme. ¿Se besaron verdad? ¡Que emoción!
Empezó a hacer un baile ridículo de cejas.
—Solo estábamos hablando…
—No seas mentirosa, ¿por qué te tiemblan las manos y estás roja como tomate?
Mi mente seguía reproduciendo esa escena una y otra vez, por más que lo intentara no podía borrar la sonrisa de mi rostro.
—Solo fue un beso en la mejilla.
Ella siguió insistiendo, hasta que, al final, suspiré y decidí contarle por qué estaba tan alterada. Al escucharme, Juliana comenzó a hacer un baile extraño, moviendo los brazos y dando pequeños saltos como si estuviera celebrando mi incomodidad. Luego se me acercó rápidamente colocándose a mi lado, soltó un chillido apenas contenido, me bombardeó con preguntas.