ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.
Capítulo 6.
Tres meses después…
Empezamos a vernos cada ocho días. Mauro encontraba la forma de subir a mi casa siempre que podía y yo aprovechaba mis viajes al pueblo para comprar las cosas del mercado que faltaban para verlo. Cada encuentro era especial. Siempre me invitaba a un helado, un refresco o simplemente a caminar mientras hablábamos de todo y nada. Su forma de tratarme, con esa dulzura y paciencia, me hacía enamorarme más de él.
A menudo, cuando él subía, amanecía en mi casa. Curiosamente, Juliana también lo hacía. Para mí no era extraño, ya que éramos como hermanas y compartíamos casi todo. Pero mamá no parecía pensar lo mismo.
Ella era siempre muy sonriente con él. Cada vez que podía, buscaba la oportunidad para hablarle, como si intentara conocerlo más. Yo imaginaba que era normal, al fin y al cabo, ella siempre había dicho que era como mi hermana y que quería llevarse bien con "el cuñado". Pero a veces su insistencia me parecía un poco extraña, aunque prefería no prestarle demasiada atención.
Cada día Mauro me enviaba mensajes que me derretían por completo. Sus palabras tenían un poder especial, lograban hacerme sentir única, amada. Y, por supuesto, yo siempre le correspondía con la misma intensidad. Había momentos en los que no podía resistirme a la tentación de esos besos suyos, besos que me ponían la piel de gallina y que parecían detener el tiempo.
Mauro fue tan paciente y constante todo ese tiempo. Poco a poco logró ganarse la confianza de mis padres. Ahora lo veían como alguien responsable, amable y con buenas intenciones, lo cual era un alivio para mí. Parecía que todas las piezas empezaban a encajar.
Un día nos encontramos en el pueblo, un día que recordaré para siempre. Me invitó a almorzar en un lugar pequeño, pero encantador. Mientras comíamos, me miraba con esa intensidad suya que me hacía sentir nerviosa y especial al mismo tiempo. Al terminar, me sorprendió con un regalo: un pequeño oso de peluche. Lo tomé entre mis manos, sonriendo, sin imaginar lo que venía después.
De repente, tomó mis manos, sin dejar de mirarme y con una seriedad que me dejó sin aliento, me dijo:
—Ana, ya no puedo esperar más. No quiero seguir llamándote "amiga" ni esperando a que llegue el sábado para verte. Quiero que seas mi novia. Quiero dar este segundo paso contigo. Ya nos conocemos lo suficiente, sabemos lo que sentimos el uno por el otro.
Mi corazón latía con fuerza mientras lo escuchaba. No podía evitar sonreír, emocionada, sintiendo como cada palabra suya reafirmaba lo que yo también deseaba.
—Pero —añadió, apretando mis manos—, antes de hacerlo oficial, necesito hablar con tu papá. Quiero hacer las cosas bien, demostrarle que mis intenciones contigo son serias.
Ese día me di cuenta de cuánto lo admiraba y lo respetaba. Mauro no solo me amaba, sino que también valoraba a mi familia y lo que ellos significaban para mí. Ahora, solo quedaba dar ese paso. Hablar con papá. Y aunque la idea me llenaba de nervios, también me hacía sentir que ese amor era algo real, algo que valía la pena construir. Así que quedamos que a los 8 días subiría a casa y aprovecharía para hablar con ellos. Fueron 8 días eternos.
Sábado.
Ese día me recogió en la tarde después del colegio, y aunque traté de mantener la calma, los nervios me ganaban. Después de todo, Mauro iba a dar ese gran paso: pedir permiso a mi papá para ser mi novio oficialmente.
Ocho días pueden no parecer mucho, pero para mí habían sido eternos. Mauro llegó puntual, tan guapo como siempre, con su cabello perfectamente arreglado. Su sola presencia hacía que mi corazón latiera más rápido. Apenas me vio, me abrazó frente a todos mis compañeros y me besó. La escena no pasó desapercibida, el alboroto no tardó en surgir. Carlos, como siempre, fue el primero en soltar un comentario.
—¿Cómo está la muñeca más hermosa? —preguntó Mauro, con esa sonrisa que siempre lograba calmar mis nervios.
—Muy feliz ahora que te veo —respondí, tratando de mantener la compostura mientras sentía que mis mejillas se encendían.
—¡Que viva el amor! —intervino Carlos, fingiendo exagerado entusiasmo. —¡Qué romántico!
—No seas payaso —le dije, tratando de no reírme.
—Párala, ya te veré a ti —contestó Mauro, lanzándole una mirada de complicidad.
—Chicos, se enamoró la cari muñeca, la perdimos —añadió Carlos, como si fuera un gran anuncio.
Entre risas y bromas nos despedimos de mis amigos. Mauro y yo nos dirigimos a mi casa.
—Ahora sí, te comeré a besos las veces que yo quiera, novia mía —me dijo mientras caminábamos, su voz cargada de ternura.
—¡Qué lindo se escucha eso! Estoy tan feliz —respondí con una sonrisa.
—Igual yo, mi muñeca. Aunque, debo confesarte, en este tiempo he hecho todo lo posible por ganarme la confianza de tu papá, pero aún así estoy muy nervioso.
Cuando llegamos a mi casa, el ambiente era distinto. Esa vez, Mauro no iba como un amigo más, sino como mi novio. Saludarlo frente a mis padres tenía un significado diferente.
Después de entrar, subí rápidamente a mi cuarto para cambiarme y organizarme un poco. Elegí algo cómodo, me puse brillo en los labios y una sombra de ojos clarita que apenas se notaba. Luego, bajé para ayudar a mamá con la comida. Juliana no bajó esa vez; mi tía había decidido que era mejor mantenerla ocupada, sabiendo que Mauro venía con intenciones más serias.
La cena fue agradable, aunque yo apenas podía concentrarme. Sentía que los nervios me consumían. Después de comer, nos sentamos todos en la sala a conversar. Mauro estaba más callado de lo habitual, su mirada me decía que el momento había llegado.
Me armé de valor, me levanté y me acerqué a donde él estaba sentado. Me senté a su lado y cuando nuestras manos se encontraron, sentí que un pequeño gesto podía transmitirme toda su fuerza y seguridad. Mi papá nos miraba con curiosidad, sin decir una palabra.