Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 8

ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 8.

Recargó su cabeza en mi regazo y cerró los ojos. No pude evitar sonreír mientras mis dedos se deslizaban suavemente por su cabello, jugando con cada mechón. Se veía tan guapo así, con la serenidad dibujada en su rostro. En ese instante, estaba segura de que él era el amor de mi vida. Sabía que era joven, pero nunca había sentido algo tan intenso, tan verdadero. Con él quería descubrir todo lo que la vida me tenía reservado.

—Amor, ¿en qué piensas? —inquirió con curiosidad, abriendo los ojos apenas lo suficiente para mirarme.

Aspiré con lentitud antes de responder.

—Quiero pedirte algo... en realidad, quiero que me hagas una promesa.

Frunció el ceño levemente, pero asintió.

—Si algún día dejas de quererme… no me lo demuestres con distancia o indiferencia. Dímelo de frente, sin rodeos. Quiero que seas completamente honesto conmigo.

Mauro parpadeó un par de veces, tras un breve silencio sonrió con ternura.

—Por supuesto que sí, mi vida. Pero eso no va a pasar jamás.

Su respuesta debería haberme tranquilizado, pero en el fondo, sabía que la vida era impredecible.

—Si en algún momento alguien más llama tu atención —continué, sosteniendo su mirada—, o si alguna vez… llegas a fallarme, quiero escucharlo de tu boca.

Él deslizó los dedos por mi mejilla, su sonrisa seguía ahí, pero esa vez con un matiz de seriedad.

—Si eso llegara a pasar, sería un completo imbécil. ¿Cómo podría fallarte, amor? ¿Cómo podría arriesgarme a perderte? No, eso jamás sucederá.

Intenté sonreír, pero la mía fue más una mueca que un gesto de alegría.

—Sabes que la palabra "nunca" suele contradecirse… Además, entiendo que nada es eterno. Solo quiero que seamos honestos. Promételo.

Mauro se incorporó de golpe, mirándome con intensidad.

—Ana, sé que tal vez el "para siempre" no exista, pero mientras tú estés en mi vida, haré que ese "para siempre" sea real. Te amo de una manera que no se puede describir con palabras. No pienso romper tu corazón. Y si la honestidad es lo que quieres, te lo prometo.

Sonreí. Me incliné hacia él y acaricié su rostro con ternura.

—Gracias, mi amor. Para mí, la honestidad lo es todo —susurré con una sonrisa—. Yo también anhelo tenerte para siempre…

Por primera vez, quise creer en esa promesa.

Aunque lo que estaba viviendo con Mauro era hermoso, no podía ignorar la realidad; nada en la vida dura para siempre. A pesar de mis planes de construir un futuro juntos, la realidad era que el destino siempre tenía la última palabra. Levanté la mirada hacia el vacío, perdiéndome por un momento en mis pensamientos.

Él notó mi distracción y volvió a preguntar en qué pensaba.

—En lo mucho que te amo… en lo feliz que me haces sentir —respondí con una sonrisa.

Lo que no le dije fue el miedo que me daba salir lastimada, el temor de que un día eso pudiera desmoronarse. Guardé ese pensamiento solo para mí.

Me incliné hacia él y lo besé, una y otra vez, sin poder saciarme del sabor de sus labios. A su lado, el tiempo transcurría demasiado rápido. Me invitó a comer y cuando nos dimos cuenta eran las seis de la tarde.

—Nos cogió la noche —comenté, suspirando.

Mauro soltó una carcajada.

—Mi amor, la noche no coge a nadie. Además, estás conmigo. ¿María te regaña si llegas tarde?

—No, ella no me dice nada. Pero siempre tenemos que caminar y ya se está oscureciendo.

Sin soltar mi mano, comenzamos a andar.

—No te preocupes. Estás conmigo, nada va a pasarte —sonrió con picardía—. Además, en la noche es cuando suceden las mejores cosas.

Sabía perfectamente el efecto que tenía en mí cuando decía cosas así. Menos mal estaba oscuro, porque seguro mi rostro se había puesto rojo como un tomate. No era la noche lo que me inquietaba, sino estar a solas con él en la oscuridad. Me asustaba la tentación, el dejarme llevar por todo lo que sentía cuando me miraba, cuando me besaba, cuando simplemente estaba cerca.

Perdida en esos pensamientos, no me fijé bien donde pisaba. En un descuido, tropecé y terminé en el suelo, golpeándome el muslo contra una piedra.

—¡Ana! —Mauro se agachó de inmediato, alarmado.

Intenté tranquilizarlo.

—Me golpeé con algo… Me duele un poco, pero estoy bien.

Él no se quedó conforme. Con delicadeza, puso su mano en mi rodilla, como evaluando el daño. Poco a poco, la deslizó hasta donde le indiqué que sentía el golpe. Encendió su celular y comprobó que tenía un raspón.

—Solo es un moretón, pero te va a doler un poco —murmuró.

Comenzó a darme un suave masaje en la zona afectada. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y no, no era por el dolor ni por el frío. Era él, su toque, el efecto que tenía sobre mí. En ese momento supe que, por mucho que intentara resistirme, estaba cayendo irremediablemente en su hechizo.

Le dije que ya me sentía mejor. Mauro me ayudó a levantarme y continuamos nuestro camino. No pude evitar reírme de lo tonta que había sido mi caída.

—Estoy tan enamorada de ti que, literal, caigo a tus pies —bromeé.

Él soltó una carcajada, y yo lo seguí.

Seguimos avanzando… o al menos lo intentamos. Cada pocos pasos nos deteníamos para besarnos, en lo que nosotros llamábamos "hacer estaciones". Éramos como dos tortugas avanzando con pausas interminables. Reímos, tropezábamos. En un momento, sin previo aviso, Mauro me levantó en sus brazos. Solté un pequeño grito y me aferré a su cuello.

—Nos vamos a caer —susurré entre risas.

Hundí mi rostro en su cuello, mi corazón se disparó al sentir su aroma. Mauro caminaba despacio, dejando un rastro de besos en mi rostro.

—Nunca te dejaría caer —murmuró—. Me gusta sentirte cerca, amo la calidez de tu aliento en mi piel.

Deslizó mi cuerpo lentamente hasta que mis pies tocaron el suelo. Pero su cercanía era demasiado. Mi temperatura subió de golpe. Aunque la noche era fresca y el viento agitaba las copas de los árboles, yo sentía que me estaba quemando.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.