Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 9

ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 9.

Juliana ya le tenía más confianza a Mauro, incluso bromeaba con él. Se despidió con un beso en la mejilla, como siempre lo hacía y se fue a casa.

Después, Mauro y yo salimos a caminar, como hacíamos cada vez que me visitaba. El día estaba hermoso y esos momentos a su lado eran los que más disfrutaba. Caminamos entre los pastizales hasta que me tumbé sobre el césped, disfrutando de la brisa. Él se sentó junto a mí, tomó una pequeña rama y comenzó a hacerme cosquillas en el abdomen, haciéndome reír.

—Eres demasiado cosquillosa—se burló.

Aprovechando un descuido, me lancé sobre él y comencé a hacerle cosquillas en venganza. Entre risas se retorció suplicando que me detuviera. En medio de la risa y el alboroto sin pensarlo mis manos se deslizaron bajo su camisa.

De repente, me di cuenta de lo que estaba haciendo. Me alejé abruptamente, sentí mi rostro arder.

—Lo siento… —murmuré, avergonzada.

Mauro, me miró con una sonrisa.

—¿Por qué te disculpas?

No supe qué responder. Había sido un impulso, pero la sensación de su piel cálida bajo mis manos me hacía estremecer. Se sentó frente a mí sin dejar de sonreír, con esa expresión maliciosa. Luego tomó el borde de su camiseta y en un solo movimiento, se la quitó.

Abrí tanto los ojos que por poco se me salen. Sentí que el aire se atascaba en mi garganta. Su piel desnuda era un espectáculo que no estaba preparada para ver.

—Mi amor, no tengas pena —susurró con voz ronca.

Antes de que pudiera reaccionar, tomó mi mano y me haló hacia él. Aterricé contra su pecho, sentí el fuerte latido de mi corazón acompañado del suyo. Sus brazos me rodearon con fuerza impidiéndome escapar. Me miró con esa intensidad que me dejaba sin aliento, sus ojos recorriendo cada centímetro de mi rostro. Me estaba quemando y él lo sabía.

—Amo cuando cambias de color, mi muñeca —murmuró, deslizando la yema de sus dedos por mi mejilla caliente—. Amo el rojo de tus mejillas… pero más amo el rojo de esos labios.

Su aliento caliente se mezcló con el mío creando una tensión insoportable. No me dio tiempo de pensar ni de huir de la revolución de sensaciones que me provocaba. Sus labios encontraron los míos con urgencia, primero suaves, provocadores, tentadores… Luego, con tanta intensidad que me hizo aferrarme a sus hombros.

El beso se profundizó, su lengua exploró la mía con un ritmo pausado, pero firme, como si saboreara cada instante. Mis dedos, sin darme cuenta, se deslizaron por su nuca, hundiéndose en su cabello mientras mi cuerpo se amoldaba al suyo. No existía el tiempo, ni el mundo, solo el fuego que se encendía con cada roce, con cada susurro entre beso y beso.

Cuando nos separamos, nuestras respiraciones estaban entrecortadas. Me miró con esa sonrisa de satisfacción que me derretía.

—Definitivamente, el rojo es mi color favorito.

Me mordí el labio, tratando de recuperar el aliento, pero la verdad era que ya estaba completamente perdida en él.

—Puedes tocar, todo esto es tuyo —susurró—. Siente como late mi corazón cuando estás cerca de mí.

Su pulso se aceleraba, pero fue él quien en un movimiento rápido, quedó sobre mí, el aire se volvió más espeso. Sus labios comenzaron a dejar pequeños besos por mi rostro, cada uno más cálido que el anterior, más cercano. Mi cuerpo reaccionaba antes que mi mente, un ardor comenzó a crecer en mi interior, como si cada beso estuviera encendiendo una llama que no podía apagar. Todas esas sensaciones eran desconocidas para mí.

Sus dedos trazaron el contorno de mi ombligo. Esos roces delicados me incendiaban, me hacían sentir como si el calor se filtrara en cada rincón de mi ser, por cada poro de mi piel. Me estremecí, incapaz de apartar mi mirada de la suya que me penetraba con una intensidad que me hacía olvidar todo lo demás.

En un giro, él quedó sobre mí, su cuerpo presionaba suavemente contra el mío. Sin dejar de besarme, sus labios recorrían mi rostro con una dulzura que me dejaba sin aliento. Su dedo índice pasó por mi abdomen, dibujando círculos lentos y provocadores.

—Que hermoso ombligo tienes —dijo en voz baja, admirando cada centímetro de mi piel, como si fuera lo más perfecto que hubiera visto.

Sonreí sin saber qué decir o sentir cuando vi su expresión. No sabía si era admiración o deseo, por un momento todo se detuvo. Se inclinó hacia mí, me quedé tan quieta, tan perdida en él, que olvidé incluso cómo respirar.

Su nariz recorrió mi abdomen con suavidad, como si quisiera memorizar cada detalle, cada sensación. Al sentir el calor de sus labios cerca de mi piel cerré los ojos, el roce de su aliento me hacía estremecer. Mi corazón latía desbocado, como si fuera a salirse de mi pecho. Todo mi cuerpo se erizó.

Lo que sentí después fue una sensación que no pude describir, algo profundo, que me recorría desde el centro de mi ser hasta la punta de los dedos. Era tan intensa, tan nueva, que me dejaba sin palabras, pero al mismo tiempo, me dejaba completamente rendida a él. Entonces dejé de ser razonable y pensar con la cabeza.

El calor era insoportable, se expandía por mi interior como un incendio que no podía apagar. Una de sus manos empezó a subir lentamente por mi muslo, su roce era tan suave que me dejó sin aliento. Tragué saliva con fuerza, sintiendo como mi piel reaccionaba a su toque. Pero entonces se detuvo y en su lugar, sus labios tomaron el relevo. Un beso suave, casi invisible quemó más que cualquier caricia.

—Que moretón te salió, mi muñeca —susurró contra mi piel.

Su voz me recorrió como una caricia. Antes de que pudiera responder empezó a dejar pequeños besos en la zona. Mi mandíbula parecía tener vida propia, atrapando un jadeo que no me atrevía a liberar. No era el frío lo que me hacía temblar… era él.

Mi cuerpo reaccionaba de formas que jamás había experimentado. Sensaciones nuevas, desconocidas. Se incorporó y sin previo aviso hundió su rostro en mi cuello. Su aliento caliente me erizó la piel antes de que su lengua recorriera lentamente el lóbulo de mi oreja. Un escalofrío descendió en línea recta hasta la parte baja de mi abdomen, tan intenso que fue casi doloroso.




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