Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 10

ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 10.

Al día siguiente, me levanté temprano para empezar con mis labores. No había mejor manera de iniciar el día que con una llamada del amor de mi vida. Respondí con una sonrisa, pero se desvaneció en cuanto escuché su pregunta.

—Amor, ¿tú le diste mi número a tu prima?

Fruncí el ceño.

—¿Qué? ¿Por qué? No, claro que no.

Entonces, me contó lo que había pasado la noche anterior.

A altas horas, su teléfono comenzó a sonar con insistencia desde un número desconocido. Primero, lo ignoró. Pero luego, llegó un mensaje:

"¿A que no adivinas quién soy?"

Él respondió con un simple "No sé", pero la persona del otro lado continuó insistiendo:

"Tú me conoces."

"Ya me has visto."

Intrigado y un poco fastidiado, Mauro decidió llamar. Y cuando escuchó la voz al otro lado de la línea, se llevó una tremenda sorpresa.

Era Juliana.

—No puedo creerlo —murmuré, molesta—. En ningún momento le di tu número.

—Lo primero que le pregunté fue eso —continuó Mauro con tono serio—. Me dijo que lo sacó de tu teléfono y que solo quería hacerme una broma, según ella, para ver si yo era un hombre convencido.

Sentí un nudo en el estómago. Me quedé en silencio, apreté los labios con fuerza. Juliana había revisado mi celular sin mi permiso, lo peor había tomado el número de mi novio para hacer una de sus absurdas “bromas”.

No. Eso no podía pasarlo por alto. Juliana tenía que darme una muy buena explicación.

—Amor, ¿sigues ahí?

Su voz me sacó de mi aturdimiento.

—Sí… —dije, aunque mi mente seguía dándole vueltas a todo—. Me sorprende bastante lo que hizo, no entiendo.

—A mí también me sorprendió mucho, mi amor —respondió Mauro con un suspiro—. Me dijo que solo quería saber qué tan convencido soy… Porque te quiere como una hermana y no quiere que yo te lastime.

Mis dedos se apretaron alrededor del teléfono.

¿De verdad lo hizo por eso? ¿O era solo una excusa?

Quería convencerme de que Juliana actuaba con buenas intenciones, pero algo dentro de mí no terminaba de creerlo. No era la primera vez que cruzaba límites que no le correspondían. Revisar mis mensajes, responder mis llamadas, tomar sin permiso el número de Mauro… Me mordí el labio inferior. Tal vez estaba exagerando. Tal vez todo eso era solo una broma torpe de su parte. O tal vez… no.

No, no podía dejar que los celos nublaran mi juicio. Más tarde llegué a la huerta. Minutos más tarde llegó Juliana, me saludó con una sonrisa, respondí secamente. Ella me miró.

—¿Estás molesta o amaneciste de mal genio? —preguntó con curiosidad y diversión.

Le sostuve la mirada, sin rodeos.

—No me pasa nada… —hice una pausa y solté la pregunta que me quemaba—. Sabes que sí. ¿Por qué sacaste el número de Mauro de mi teléfono?

Ella soltó una carcajada, como si fuera la cosa más insignificante del mundo.

—¿Estás molesta por eso? Solo quería hacerle una broma. Vaya que es muy convencido. Le envié un mensaje diciendo que era una admiradora y de inmediato respondió.

—Él me contó.

Su mirada se clavó en la mía, estudiándome, esperando mi reacción.

—Solo quería saber si no era como todos los hombres… un mujeriego —continuó despreocupada—. Mira que eres como mi hermana, no quiero que nadie te lastime. Solo por eso lo hice, quería comprobar qué tan fiel es. Al parecer, no cayó en mi broma.

Su tono sonaba convincente, como si de verdad hubiera sido una simple prueba. Pero algo en su expresión, en la forma en que me observaba con esa leve sonrisa en los labios, me hizo dudar.

Suspiré, decidí dejarlo pasar.

—No me pareció bien lo que hiciste. No debiste sacar su número sin mi permiso.

Ella solo encogió los hombros. No se disculpó, no pareció afectarle en lo más mínimo.

A pesar de la incomodidad que sentía, seguimos con nuestras labores, pero una idea rondaba mi cabeza: Juliana siempre hacía cosas "por mi bien", pero… ¿hasta dónde era capaz de llegar?

Ese fin de semana no pudimos vernos por su mudanza. Tuvimos que esperar quince días. Días que se hicieron eternos.

Estaba en clases cuando el profesor nos informó que llegaban nuevos estudiantes que habían sido trasladados de otro colegio. Tendría nuevos compañeros. Eran cinco alumnos nuevos, entre ellos dos con los que simpaticé al instante. Clara, tenía mi misma edad. Y Sebastián, era muy sonriente, amable y guapo. Tenía el cabello rubio y unos ojos azules que deslumbraron a varias.

Cuando salimos a desayunar me acerqué a Clara, me presenté. Me dijo que llegar a un colegio diferente siempre era difícil, me ofrecí a ayudarla en lo que necesitara. Platicamos unos minutos, estaba segura de que seríamos grandes amigas. Teníamos muchas cosas en común, también fue educada como yo. El profesor nos puso trabajo en equipo, me tocó con Clara y Sebastián. Él se presentó, tenía una personalidad muy espontánea, salía con cada ocurrencia, era inevitable no reírse.

Luego de salir de clases, Sebastián nos invitó a un helado. Así aprovechaban para ponerse al día con los temas atrasados. Clara aceptó, pero dijo que no podíamos tardarnos. Ella también tenía que quedarse en el pueblo, al igual que yo vivía en una vereda. Se quedaba en casa de su abuela que supervisaba cada paso. Sus padres eran más estrictos que los míos.

—Ana, del salón eres la chica más amable, las demás son algo engreídas —comentó Sebastián.

—De acuerdo contigo —agregó Clara—, eres muy amable, eres la única que se ofreció a prestarnos los apuntes.

Estaba por responder cuando alguien nos interrumpió

—Pillada muñeca, le voy a contar a Mauro.

Solté una risita.

—No seas payaso, además no estoy haciendo nada malo.

Soltó una carcajada y siguió su camino. Sebastián me miró con curiosidad y preguntó.

—¿Tienes novio?

Asentí con una sonrisa y él rodó los ojos. Le preguntó lo mismo a Clara, ella confirmó que también tenía novio. Hizo una mueca de fastidio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.