ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.
Capítulo 11
Salimos del colegio más tarde de lo habitual, Mauro me recogió como siempre. Cuando llegamos a la parada, el transporte a mi casa ya se había ido. Me acompañó a casa de María. Al llegar, entramos, saludamos y como siempre, María nos recibió con su amabilidad.
—Mi potecito, ¿crees que podemos salir un rato esta noche? Prometo que no será muy tarde, solo una vuelta por el parque —dijo Mauro, con ese tono dulce que usaba para convencerme.
Lo miré con duda.
—Amor, no sé… si mis papás se enteran, me matan. Y lo sabes.
Antes de que Mauro pudiera responder, María intervino con una sonrisa.
—Perdón que me entrometa en su conversación, pero vamos, mi niña, salgan y diviértanse un rato. Además, ¿por qué se van a enterar tus papás? ¿Quién les dirá?
Nos miramos por un segundo y sonreímos al mismo tiempo.
—Eres lo máximo, María —dijo Mauro, guiñándole un ojo.
—Son jóvenes y tienen derecho a salir a divertirse —insistió ella—. Además, mi niña sabe comportarse, ¿verdad?
—Por supuesto, María —respondí con seguridad.
Mauro me dio un beso y se fue con una sonrisa de satisfacción, me recogía en media hora. Yo me quedé con el corazón acelerado. Era la primera vez que haría algo a escondidas de mis padres y los nervios se mezclaban con la emoción.
Me apresuré a cambiarme. Elegí una blusa roja con rayas negras y blancas, unos jeans negros y dejé mi cabello suelto. Me maquillé de forma sencilla, resaltando un poco mis ojos y labios.
Cuando Mauro llegó por mí, estaba guapísimo. Llevaba un suéter blanco y negro que le quedaba perfecto, jeans oscuros y su cabello estaba peinado con ese aire desordenado que tanto me gustaba.
Nos despedimos de María, ella me entregó las llaves para que pudiera entrar más tarde. Luego, salimos tomados de la mano.
La noche tenía un aire fresco y tranquilo, pero dentro de mí, había una revolución de emociones. Era la primera vez que salía sola en la noche sin mis padres, y aunque estaba nerviosa, la primera vez que había algo a escondidas, me sentía viva, emocionada… como si el mundo nos perteneciera solo a nosotros dos.
El parque estaba lleno de gente, el ambiente era animado y relajado. Mientras caminábamos nos encontramos con Carlos y su hermana. Apenas me vio, Carlos soltó una carcajada y empezó a molestar.
—¡Milagro! La muñeca está en la calle a estas horas —dijo con una sonrisa burlona.
Mauro sonrió con orgullo y tomándome de la cintura, respondió:
—Logré robármela.
Carlos propuso ir a una discoteca cercana. Mauro me miró, buscando mi aprobación. Yo sabía que aunque le encantaba salir de fiesta con sus amigos, muchas veces no lo hacía por mí. Porque yo no podía. Mis padres nunca lo permitirían. Pero esa vez era diferente. Esa vez yo también quería romper las reglas, aunque fuera solo por una noche.
Sonreí y asentí.
El lugar estaba lleno, con luces de colores que parpadeaban al ritmo de la música. Nos dirigimos a una mesa en el fondo, donde el ruido era más llevadero. Apenas nos sentamos, ellos pidieron cervezas. Mauro me miró con una sonrisa y preguntó:
—Amor, ¿quieres tomar algo?
Carlos se adelantó.
—Tómate una cerveza.
Lo miré.
—Nunca he tomado. ¿Quieres que me embriague? —sonreí.
Ellos se rieron.
—Tienes razón —dijo Carlos con tono burlón—. De pronto mi amigo te hace la del pisco.
Elevé una ceja, intrigada.
—¿Y cómo es eso?
Mauro tomó mi mano y respondió con una sonrisa maliciosa:
—Amor, no le prestes atención, ya sabes cómo es.
Carlos soltó una carcajada antes de aclarar:
—Te emborracha y luego te come.
Los dos rieron sin control. Sentí mi rostro arder. Sabía que estaba completamente roja, menos mal las luces del lugar disimulaban mi vergüenza.
—¡Qué tonto eres! —traté de sonar normal, aunque mi voz me traicionó.
Mauro me miró con ternura y luego lanzó una mirada de advertencia a Carlos.
—Te lo dije mi vida, que iba a salir con una burrada.
—Ana, tú no lo has visto borracho… pierde los estribos —agregó Carlos con diversión.
Giré el rostro hacia Mauro, con expresión inquisitiva.
—Amor, ¿tú le crees a Carlos? —hizo un gesto de puchero exagerado, como si estuviera ofendido.
Sonreí y negué con la cabeza. Mejor pedí un refresco. Carlos, en cambio, no paraba de molestarme.
—Vamos, hay una primera vez para todo.
Pero una cosa era escaparme y otra muy diferente era emborracharme. Eso era una sentencia de muerte segura. Mis padres me asesinarían. Entre bromas y ocurrencias, la noche transcurrió. Y aunque mi corazón latía con fuerza por la adrenalina de estar rompiendo las reglas, algo dentro de mí disfrutaba esa sensación de libertad… y de estar con él.
Carlos pidió media de ron, decidido a que la noche terminara con todos borrachos. Yo no quería tomar, pero entre tanta insistencia terminé cediendo. Solo una copa. Al primer sorbo, una sensación de ardor me recorrió la garganta como fuego líquido. Hice una mueca y mil caras, ellos estallaron en carcajadas, disfrutando de mis reacciones.
—No es para tanto, muñeca —se burló Carlos, golpeando la mesa.
Mauro solo sonreía, con esa mirada intensa que siempre me ponía nerviosa.
Después de un rato, Carlos salió a bailar con una chica, dejándonos solos. La música estaba altísima, así que Mauro se inclinó para hablarme al oído. Su aliento cálido me erizó la piel.
—Ya estás borrachita, mi muñeca.
Negué con una sonrisa.
—Claro que no. Eso es lo que quieres tú, ¿verdad? Embriagarme para hacerme lo que dice Carlos.
Su risa retumbó contra mi cuello antes de besarme ahí, con suavidad.
—Claro que no, mi vida —susurró—. El día que tú y yo hagamos el amor, quiero que estés con tus cinco sentidos puestos… para que lo disfrutes al máximo.
De inmediato, el calor subió a mi rostro. Su voz ronca, su cercanía, sus palabras descaradas. Tal vez era el alcohol el que lo hacía hablar con tanta libertad, porque en otras circunstancias dudo que se atreviera.