ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.
CAPÍTULO 12.
Semanas después.
Saúl y Juliana a veces subían los fines de semana. Juliana me hablaba por teléfono todos los días. Y mi novio guapo no fallaba con las visitas cada ocho días. Nuestra relación marchaba de maravilla.
Esa última semana fue demasiado estresante por los exámenes finales. Casi toda la semana me la pasé en casa de María, pues tenía que estudiar con Sebastian y Clara. Lo único bueno de todo eran los planes que tenía de pasar navidad y año nuevo con mi novio.
Casi siempre nos reuníamos en casa de la abuela de Clara, porque debía estar bajo la supervisión de ella. Con el tiempo, Clara y yo nos hicimos inseparables, convirtiéndonos en mejores amigas. Nuestras familias también encajaban a la perfección, compartían costumbres y valores similares. Lo que hizo posible que se llevaran tan bien. Incluso me permitían quedarme a dormir en su casa de vez en cuando. Clara modo cómplice, me decía en broma que, si alguna vez quería escaparme con Mauro, ella me cubriría sin dudarlo.
Pero no todo era armonía. Juliana, mi amiga de toda la vida, comenzó a mostrarse celosa. Según ella, la había olvidado y reemplazado por una desconocida. Le aseguré que eso jamás pasaría, pero su actitud seguía igual.
Después de un largo día de estudio, terminamos nuestras tareas. Eran las seis de la tarde cuando nos despedimos, deseándonos suerte para los exámenes del día siguiente. Justo en ese momento, Sebastián nos invitó a tomar un café. Clara, negó con la cabeza.
—No puedo ir —dijo con resignación—. Mi abuela no me dejará.
Intentamos insistirle a la señora, pero su negativa fue firme.
—Ni modo, nos veremos mañana en clases —se despidió Sebastián y luego se giró hacia mí—. Ana, ¿tú sí aceptas la invitación? Luego te acompaño a casa de María. ¿Qué dices? ¿O tu novio se pone celoso?
Rodé los ojos, con una sonrisa.
—¡Que tonto! Claro que no, él no es así.
Entramos a la cafetería y pedimos café con leche, acompañado de unos buñuelos recién hechos. Empezamos a platicar de cosas triviales hasta que Sebastián lanzó una pregunta inesperada.
—Ana, ¿cómo vas con tu novio?
Al escuchar la pregunta, suspiré y sonreí sin darme cuenta. Sebastián bufó y puso los ojos en blanco.
—De maravilla. Ya casi cumplimos un año de novios.
—Han durado demasiado tiempo —dijo con incredulidad.
—¿Por qué dices eso? —fruncí el ceño.
—Porque el amor no existe. Todos, tarde o temprano, mienten y traicionan.
Lo miré con curiosidad.
—¿Nunca te has vuelto a enamorar?
Sebastián dejó su taza sobre la mesa y suspiró.
—Esa chica de la que te hablé… Ella fue mi primer amor. Me subió al cielo y estando allá, me dejó caer sin piedad. Desde entonces, me convertí en un cabrón.
Bebí un sorbo de mi café, dejándolo hablar.
—Eres un gran chico, Sebastián. Tienes cualidades únicas, cualquier chica se enamoraría de ti.
Él soltó una risa amarga.
—No, me volví un cabrón para no volver a sufrir. No me enamoro ni tengo noviazgo con nadie. Cuando estoy con una chica, paso un buen rato y luego la despacho. Como se dice vulgarmente, solo sexo. La paso bien, luego adiós. Sin sentimientos, sin corazón, así nadie sufre.
—Un día llegará la indicada, esa mujer que te demuestre que el amor sí existe. Como dicen por ahí, tu media naranja.
—Imposible —replicó con firmeza—. Todos mienten. Prefiero estar solo, sin compromisos, sin problemas.
Sacudí la cabeza con una leve sonrisa.
—Sebastián, que una mala mujer te haya hecho daño no significa que todas seamos iguales. No todas somos malas. ¿O sea que tú solo buscas sexo en una mujer?
Él me observó fijamente antes de responder con una sonrisa.
—Tal vez no todas sean malas… Al parecer, tú eres una dulzura, pero estás comprometida. Y sí, solo busco sexo. Nada más.
Me sonrojé por su comentario. Sebastián soltó una risita.
Cuando salimos de la cafetería, caminamos hacia la casa de María pasando por el parque. Sebastián no dejaba de fastidiarme. En un momento, puso su brazo sobre mis hombros.
—Déjate robar unos minutos, yo te enseño cosas buenas.
Le di un pequeño empujón riendo.
—¡No seas payaso!
—Tú te pierdes esta delicia.
Solté una carcajada.
—Ajá, me imagino.
—Después te arrepentirás… Cuando te pongan los cuernos y tú, siempre tan fiel, te lamentarás de no haber aprovechado. ¿Quién sabe qué hace tu novio cuando está solo? Seguro lo disfruta.
—No digas tonterías. Él no es así.
Sebastián chasqueó la lengua.
—Lo digo por experiencia. Una vez fui fiel. Tuve miles de oportunidades de fallarle y no lo hice, por amor, por respeto. ¿Y sabes qué hizo ella? Me puso los cuernos mil veces. Ahora me arrepiento de las oportunidades que dejé ir.
Lo miré con tristeza.
—Eso queda en la conciencia de ella. Uno no traiciona a quien ama. No se daña eso que tanto te importa. ¿Por qué vas a dañar a la persona que amas? ¿Qué sentido tendría?
Sebastián sonrió con algo de nostalgia.
—Ana, eres una mujer perfecta. Lástima que estés comprometida.
—No te desesperes, ya llegará la indicada.
—¿Y cómo sabré que es la indicada?
—Lo sabrás, estoy segura, es algo que se siente aquí —señalé mi corazón—. La verás a los ojos y lo entenderás.
—Entonces estoy jodido, no me llevo bien con mi corazón.
Solté una risita. Sebastián se quedó en silencio por unos segundos. Luego, suspiró y se detuvo en seco.
»Mejor me voy. Estar cerca de ti es peligroso. Hasta mañana.
Giró sobre su propio eje y empezó a alejarse.
Fruncí el ceño, confundida.
—¡Oye! —exclamé—. ¿Cómo que peligroso?
Se detuvo un segundo mirándome de reojo.
—Porque cualquiera podría enamorarse de ti… incluso yo. Y eso sería enamorarse de un amor que no es de uno.
Soltó una carcajada y siguió su camino.