ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.
CAPÍTULO 13.
Cuando llegamos a mi casa, mientras Mauro platicaba con mis padres, aproveché para darme una ducha. Me puse un crop top negro y encima un suéter verde, junto con una sudadera negra. Dejé mi cabello suelto y añadí un poco de brillo en los labios.
Mis padres celebraban la Navidad con una pequeña cena familiar, invitaban a algunos vecinos cercanos. Mis tíos ya habían llegado. La primera en saludar fue Juliana.
—Mauro, ¿cómo estás? Hace mucho que no nos vemos —dijo con una sonrisa antes de darle un beso en la mejilla.
—Bien, Juliana —respondió él con cortesía, tomando mi mano.
Juliana me dio un pequeño empujón juguetón y sonrió con picardía.
—¿Por qué no aprovechan y se dan una escapada? Yo los puedo cubrir.
Fruncí el ceño, fingiendo indignación.
—¿Quién crees que soy?
—Una tonta —rodó los ojos y luego miró a Mauro—. Te tiene sufriendo, ¿verdad?
Soltó una risita mientras Mauro simplemente la ignoraba o cambiaba de tema. Pero ella no se daba por vencida. Siempre que yo lo dejaba solo, ahí estaba ella, pendiente de él. Quería ser amable, según ella.
La cena estuvo deliciosa y los buñuelos con natilla, como siempre, fueron el toque perfecto. Después, la música llenó la casa, todos comenzaron a bailar y a tomar. La única que se retiró temprano fue la mamá de Juliana; nunca le gustaron las reuniones donde había alcohol, ella siempre fue muy amargada.
Papá le ofreció una copa a Mauro, pero él sonrió con cortesía y negó con la cabeza. Lo miré con curiosidad.
—Amor, ¿no vas a tomar?
Mauro me miró divertido antes de pellizcarme la nariz con cariño.
—No mi amor, así estoy bien.
Juliana no tardó en intervenir.
—¿No te gusta tomar? A mí me encanta, pero no me dejan —soltó una risita traviesa—. Lo he probado a escondidas.
Mauro le sostuvo la mirada con paciencia.
—Sí me gusta, pero prefiero no tomar —hizo una pausa y luego me miró con malicia—. No quiero pasarme de tragos, ¿verdad, amor?
Nuestras miradas se cruzaron con una complicidad que solo nosotros entendimos. Juliana nos observó con curiosidad, intentando descifrar ese intercambio de miradas. Lo que recordábamos no lo compartíamos con nadie, ni siquiera con ella. Noté que su expresión cambió un poco; no lo expresó con palabras, pero su mirada la delató.
La noche transcurrió entre risas, bailes y conversaciones. La mayoría ya estaba entonada por el alcohol. Juliana, aprovechó el descuido de los adultos, comenzó a beber a escondidas. Mi tío estaba tan tomado que ni se dio cuenta. Saúl, como siempre, le alcahueteaba todo.
Juliana se nos acercó. Tomó a Mauro del brazo.
—Vamos a bailar —dijo con entusiasmo, pero antes de dar un paso más, me miró con una sonrisa—. ¿Me lo prestas?
Mauro giró su rostro hacia mí, esperando mi respuesta. Con una leve inclinación de cabeza le hice saber que no tenía problema. Después de todo era mi hermana. Salieron a la pista improvisada en el patio y yo aproveché el momento para ir al baño.
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Narrador omnisciente.
Juliana se acercó a Mauro con una sonrisa traviesa, cortó la distancia entre ellos. Él, en un reflejo instintivo, retrocedió sutilmente.
—Me encanta tu loción —comentó ella con voz seductora.
Mauro la miró con una expresión de confusión antes de responder con cautela.
—Gracias… ¿Estás tomada, verdad?
Juliana soltó una risita coqueta y le lanzó una mirada maliciosa, una que él prefirió ignorar.
—Solo un poquito —admitió, encogiéndose de hombros.
—¿No te regañan? —preguntó él, con curiosidad y reproche.
—A mí me prohíben muchas cosas, pero no hago caso —respondió con orgullo—. Me salto las reglas, me encanta probar cosas nuevas. Amo la adrenalina. No soy mojigata como Ana.
Mauro sintió un pequeño malestar por la comparación. La canción que bailaban se le estaba haciendo demasiado larga.
—Que arriesgada eres —dijo mirándola con seriedad—. Ana no es mojigata, solo sigue las reglas. Y tiene algo que ya casi no se encuentra: valores.
Juliana rodó los ojos con exasperación.
—Ajá… —murmuró con sarcasmo—. ¿A ti te gusta que sea así o quisieras que se arriesgara más por ti?
Mauro no dudó en su respuesta.
—Para mí, ella es perfecta.
Juliana apretó los labios, frustrada. Sus intentos por llamar su atención parecían chocar contra una pared. Pero, no se dio por vencida. Se acercó un poco más, aprovechando la diferencia de estatura para rozarle el cuello con la nariz y exhalar suavemente contra su piel. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Mauro dio un paso atrás con incomodidad, en ese momento Juliana se enredó con sus propios movimientos y terminó pisándolo sin querer.
—Estás muy tomada —dijo él con firmeza.
—¿Te pisé muy fuerte? —preguntó ella, fingiendo inocencia.
—Solo un poco.
Mauro sonrió, sin darle mayor importancia, pero ese simple gesto hizo que Juliana contuviera el aliento. Lo encontraba terriblemente atractivo cuando sonreía. Un pensamiento cruzó su mente: No será tan fácil como pensé. Él solo tiene ojos para Ana.
—Creo que tomé demasiado, pero me encanta —comentó ella, tratando de mantener la conversación—. ¿A ti no te gusta o es que Ana no te deja?
—Sí me gusta. Ana no tiene problema con eso, pero… cuando bebo demasiado, pierdo la razón.
Juliana entrecerró los ojos con curiosidad.
—¿Y eso por qué?
Mauro evadió la pregunta con elegancia.
—Dejémoslo así.
La canción terminó, pero Juliana no estaba dispuesta a soltarlo tan rápido. Se las arregló para que siguieran bailando tres canciones más. Durante todo ese tiempo, intentó dirigir la conversación hacia temas con doble sentido, pero Mauro, con la paciencia de alguien que sabe exactamente lo que está pasando, esquivó cada insinuación.
En un momento, su mirada se elevó por encima de Juliana y se encontró con Ana. Sus ojos se iluminaron de inmediato y una sonrisa sincera apareció en sus labios. Sin dudarlo, soltó a Juliana y fue directo hacia Ana.