ME ENAMORE DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.
Capítulo 14.
Abrí los ojos lentamente, sintiendo el calor agradable del cuerpo de Mauro junto al mío. Lo primero que vi fue su rostro. Tan tranquilo, su respiración calmada. Su cabello desordenado caía sobre su frente, lo hacía ver tan guapo. Me quedé mirándolo, grabando en mi mente cada detalle.
Cada momento a su lado superaba al anterior.
Estaba tan feliz, tan enamorada. Nunca imaginé que amar a alguien pudiera sentirse así, como si el corazón se llenara hasta el borde y aún así quisiera más. Era mi primer amor. Ese que deja huellas en el alma, imborrables, profundas.
Me incorporé con cuidado para no despertarlo y me incliné sobre él. Le di un beso en la frente. Salí de la habitación y fui a la cocina. La casa estaba en completo silencio; todos seguían profundamente dormidos.
Me puse a preparar el desayuno con una enorme sonrisa en los labios. Los recuerdos de la madrugada llegaban sin aviso, haciendo que mi piel se encendiera. Fue una locura, pero no me arrepiento; pensé.
Estaba picando un tomate cuando sentí unos brazos rodearme por la espalda. Un escalofrío me recorrió la columna antes de que unos labios depositaran un beso en mi mejilla. Mauro. Su cercanía hizo que mi cerebro rebobinara cada segundo de la noche anterior. Mi piel se calentó al instante. La mano me tembló.
—¿Cómo amaneció el amor de mi vida? —susurró en mi oído, con voz ronca de recién despierto.
Me giré sobre mi propio eje, queriendo desviar la mirada para que no notara mis mejillas. Pero Mauro era más rápido. Sujetó mi mentón con delicadeza, obligándome a mirarlo.
—Bien —dije, sintiendo el corazón en la garganta—. Soñé con los angelitos porque esta vez dormí contigo.
Una sonrisa pícara se dibujó en sus labios.
—Qué buena memoria, mi amor.
Se inclinó un poco y empezó a jugar con un mechón de mi cabello, rozándolo con la punta de su nariz. Un escalofrío de placer recorrió mi espalda. Asentí, incapaz de articular palabra. Mauro cerró la distancia entre nosotros y me besó.
Fue un beso lento, lleno de ternura. No había prisa, solo amor. Cuando nos separamos, tenía una expresión de pura satisfacción en el rostro.
—Te ayudo con el desayuno —dijo con una sonrisa traviesa.
Intenté protestar, pero no me dejó. Entre risas, terminó ayudándome a batir los huevos y a tostar el pan. Sus manos rozaban las mías de forma intencionada, enviando chispazos eléctricos por mi piel. Amaba esa sensación que me provocaba su cercanía.
Pusimos la mesa juntos y nos sentamos a desayunar con los demás. Mientras la conversación fluía entre risas y anécdotas, Mauro y yo intercambiábamos miradas llenas de complicidad. Nadie lo notaba, excepto Juliana. Ella nos observaba con el ceño ligeramente fruncido, como si intentara descifrar lo que estaba pasando entre nosotros. Apreté los labios para contener una sonrisa y desvié la mirada, pero por dentro, mi corazón latía desbocado.
…
Estaba organizando la habitación, sacudiendo las sábanas y acomodando la almohada cuando Juliana entró con paso firme, cerró la puerta tras de sí.
—¿Qué fue eso? —interrogó sin rodeos, cruzándose de brazos.
Mantuve la mirada en la cama, concentrándome en alisar la tela como si no hubiera escuchado.
—¿De qué hablas? —respondí con indiferencia—. ¿No te gustó el desayuno?
Juliana chasqueó la lengua, exasperada.
—Yo no hablo de eso.
Me encogí de hombros, restándole importancia.
—No te hagas la tonta —insistió, clavando sus ojos en los míos—. Esas miraditas, ¿qué? Se veían muy maliciosos. ¿Qué pasó después de que me dormí?
Mi corazón se aceleró un poco, pero mantuve la compostura.
—Regresamos al jardín, nos quedamos ahí platicando y luego nos fuimos a dormir —dije con naturalidad.
Juliana entrecerró los ojos, evaluándome.
—¿Segura que no pasó nada más?
—Segura —afirmé.
Ella dejó escapar un suspiro de incredulidad.
—No puedo creerlo… Mis tíos estaban borrachos, todo el mundo estaba en su mundo y tú… —Negó con la cabeza—. Tenías la oportunidad de tu vida y la dejaste ir. Qué tonta eres, Ana.
Me reí bajito, sacudiendo la cabeza.
—Pasamos una noche increíble, con eso basta.
Juliana rodó los ojos.
—Eres demasiado tonta —murmuró antes de empezar su discurso de regaños.
La dejé hablar, escuchando sus quejas con una sonrisa. Siempre le confié todo a Juliana, pero esa vez… no me nació hacerlo.
…
Decidimos irnos al río a hacer una sancochada, el típico paseo de olla que nunca falta en Colombia. El día estaba hermoso, el sol brillaba reflejándose en la superficie cristalina del agua. Mi madre y mi tía se encargaron del almuerzo; a ellas no les gustaba bañarse en el río.
Escogí unos shorts negros y un top rojo. No era nada especial, pero me sentía cómoda. Entonces vi a Mauro. Llevaba una pantaloneta y una camisilla. Tragué saliva y desvié la mirada de inmediato, pero mi mente fue traicionera. Recordé sus manos recorriéndome en la madrugada, su respiración acelerada, la calidez de su piel junto a la mía… mis manos acariciándolo. Nuestros cuerpos rozándose. Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos. No podía pensar en eso.
Mauro se acercó con una sonrisa traviesa y tomó mi mano.
—Vamos —dijo, tirando de mí suavemente hacia el agua.
El charco estaba hondo. No era la mejor nadadora, pero me defendía. De todas formas, preferí quedarme en una zona segura.
Comenzamos a jugar, salpicándonos agua entre risas. Mauro intentaba atraparme, y yo esquivaba sus manos entre chapoteos y carcajadas. De un momento a otro Juliana se unió a nosotros. Por un momento, la observé sin entender.
¿Por qué siempre tenía que interrumpirnos?
¿Lo hacía por molestar o solo quería llamar mi atención?
Tal vez simplemente quería pasar tiempo conmigo, como lo hacíamos antes.
Pero a veces… a veces su actitud me molestaba.