Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 17

ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 17.

El silencio se alargó mientras yo seguía sonriendo como una tarada, aunque por dentro mi corazón latía como loco.

—¿Qué… qué dijiste? —titubeó, con la voz entrecortada.

Su reacción me daba risa, pero también me hacía sentir insegura. Aun así, no me eché para atrás. Mantuve la mirada fija en él, aunque mis mejillas ardían.

—Quiero que mi novio me haga el amor —susurré, cada palabra encendía algo dentro de mí—. Que termine de enseñarme eso que no sé.

Mauro seguía mirándome, con algo parecido a pánico en su expresión.

—Tienes que pensarlo bien, no es una decisión que se tome a la ligera… ¿Estás segura…?

Lo interrumpí antes de que siguiera con su discurso de precaución. Puse mi dedo índice sobre sus labios, sentí el temblor de su respiración.

—No tengo que pensar nada. Hace mucho que lo decidí —desvié un poco la mirada—. Tú eres el indicado. Quiero, deseo que mi primera vez sea contigo.

Sus labios se entreabrieron, parecía en shock. Su pecho subía y bajaba con rapidez, como si mi confesión le hubiera quitado el aliento. Solté una risita nerviosa.

—Mi vida, no pongas esa cara. No te estoy pidiendo que te cases conmigo —bromeé, intentando cortar la tensión—. Solo quiero que este momento sea nuestro. Sé que eres el indicado y no me arrepentiré de hacerlo. Si sigues mirándome así, voy a pensar que te estoy acosando…

Desvié la mirada, nerviosa. Pero entonces sentí sus brazos rodearme con fuerza. Mauro me estrechó contra su pecho, su corazón latía como loco.

—Perdón, mi amor —murmuró sobre mi cabello, dejando un beso suave en mi cabeza—. Es que de verdad me tomó por sorpresa… tu deseo de estar conmigo, de compartir esto… vas a ir en contra de todo lo que te inculcaron y no quiero que te sientas presionada después.

Tragué saliva con dificultad.

—¿Estás segura de que merezco ser el dueño de tu primera vez? —preguntó con la voz quebrada. Cuando me alejé un poco para verlo, sus ojos estaban cristalizados.

Tomé su rostro entre mis manos, acariciándolo con ternura.

—Por supuesto, amor. Eso no se pregunta. Estoy segura. No quiero esperar a casarme porque el hombre que yo quiero para mi primera vez eres tú, no tengo dudas.

Mauro aspiró con fuerza, su mirada recorrió mi rostro. Unas lágrimas silenciosas rodaron por sus mejillas, mi corazón se apretó.

—Debes pensarlo bien, mi dulzura —insistió, en un murmullo—. Tal vez yo no merezca nada… menos un regalo tan hermoso como el que quieres darme. No quiero que te arrepientas luego.

No entendí su reacción. Creí que se pondría feliz, que me besaría de inmediato, que me diría cuánto me amaba y lo mucho que deseaba estar conmigo. No pensé que se sorprendería tanto. Me mordí el labio inferior, sentí inseguridad. Me escuché desesperada o fácil: pensé.

—Nunca he estado tan segura de algo —susurré con miedo—. Quiero que me enseñes todo lo que aún no sé. Yo te elegí a ti… tal vez te dé pereza estar conmigo porque soy inexperta, tal vez para ti no sea tan placentero, pero…

No me dejó terminar. Sus labios atraparon los míos en un beso profundo, desesperado. Escuché los latidos de su corazón más fuertes que nunca, como si mi confesión lo hubiera descontrolado. Sus labios me devoraban con una urgencia que nunca antes había sentido en él, como si quisiera hacerme entender sin palabras cuánto significaba para él. Cuando nos separamos, su frente se apoyó en la mía. Su respiración estaba agitada.

—No pienses eso, mi amor… —susurró contra mis labios—. No hay nada que desee más en este mundo que estar contigo. No pienses cosas que no son. Yo te deseo… con todas las fuerzas de mi alma.

Su voz se quebró, me abrazó con más fuerza, como si necesitara asegurarse de que todo era real. Lo abracé con la misma fuerza.

—Entonces ya no hablemos más —murmuré contra su cuello—. Solo espérame ese día…

Él suspiró con fuerza, dejando otro beso en mi cabello.

Aunque parecía abrumado, solo quedaba planear todo. Era una celebración doble, pues también se aproximaba nuestro primer aniversario de novios.

Hablábamos por teléfono todos los días como de costumbre, pero no necesitaba verlo para darme cuenta de que algo no estaba bien. Quizás seguían los problemas en su casa. Lo pensé mucho antes de tomar una decisión, pero la preocupación fue más fuerte, así que llamé a Carlos.

Él era su mejor amigo, la persona que mejor podía saber qué estaba pasando. Me respondió con su típica sonrisa, pero en cuanto le pregunté si sabía algo, aquella expresión se esfumó. Le comenté que Mauro llevaba días extraño, ausente, pero él aseguró que no sabía nada.

Insistí. Sin embargo, buscó la manera de evadir mis preguntas. Su tono de voz había cambiado, y aunque intentara disimularlo, era evidente que sabía más de lo que decía. Aun así, no tenía argumentos para hacerle admitir la verdad.

En el fondo, me dolía que Mauro no confiara en mí. Pero no me quedaba más remedio que aceptar su decisión.

Faltaba poco para iniciar las clases nuevamente. Eso me daba felicidad, podríamos compartir más tiempo juntos. Al fin el sueño de estudiar en el mismo colegio estaba cada vez más cerca. A la vereda llegaron nuevos vecinos, dos familias. Una de ellas tenía varios hijos varones, había uno que tenía casi mi edad. La otra familia: tenía dos hijos, uno menor y otro más grande que yo.

Juliana ya no me llamaba tan seguido. Imaginé que estaba haciendo de las suyas con ayuda de Paola. En una ocasión que hablamos le conté sobre los nuevos vecinos. Lo primero que dijo fue que tenía que conocerlos para saber si estaban guapos. Ella no iba a cambiar nunca.

..

Estaba acostada viendo una telenovela cuando sonó mi teléfono. Como siempre, era él. Nos gustaba comentar cada escena, debatir sobre las decisiones de los personajes, imaginarnos finales diferentes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.