Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 18

ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 18.

—Lo sé —respondí con un intento de sonrisa—. ¿Te pasó algo?

Pero el pánico me alcanzó antes de terminar la frase.

—No me digas que estás…

—Ni lo digas —me interrumpió Juliana apresuradamente, como si temiera que al decirlo en voz alta se hiciera realidad—. Ana… tú sabes que en el corazón no se manda.

Su voz temblaba.

La miré desconcertada, sin comprender. Asentí, esperando… esperando algo que no quería escuchar.

—¡Deja los malditos rodeos y habla de una buena vez, Julia! —espetó Saúl sobresaltado.

El asombro se congeló en mi rostro. No entendía por qué estaba tan molesto. Volví la mirada a Juliana, buscando respuestas.

—¿De quién te enamoraste? —pregunté con un nudo en la garganta.

Ella bajó la mirada y empezó a jugar con sus dedos. Y entonces soltó.

—De Mauro… tu novio.

No respiré.

—Perdóname, no fue mi intención, solo pasó. Tratamos de evitarlo, pero… nadie manda el corazón.

Algo dentro de mí se desplomó.

Era como si me hubieran vaciado los pulmones. Por más que intenté inhalar, el aire no llegó. Negué con la cabeza. No. No podía ser real.

—¿Qué? ¿De qué hablas? —mi voz salió en un susurro tembloroso—.¿Cómo que te enamoraste de Mauro? ¿Cómo que trataron de evitarlo?

Mi cabeza trabajaba a mil por hora.

¿Será por eso que Mauro ha estado tan frío?

¿Se enamoró de Juliana?

¿Es por eso que me pidió que habláramos?

Juliana permaneció en silencio y eso me desesperó.

Me levanté de golpe y la sujeté del brazo, la zarandeé con fuerza, sin importarme nada más que la angustia que me ahogaba.

—¡Responde! ¿Quiénes lo evitaron? ¿De qué rayos hablas? No te quedes callada.

—Mauro y yo…

Cuatro palabras.

Cuatro palabras fueron suficientes para arrancarme el alma.

Mi garganta se cerró, el aire se volvió denso, mi corazón latía lentamente… pero dolía, dolía como si estuviera siendo arrancado de mi pecho.

Un día me pregunté qué se sentía morir.
Tal vez eso era morir.

Tardé un momento en procesarlo.

—No entiendo —susurré, tan bajito que no reconocí mi propia voz—. ¿Mauro se enamoró de ti?

Saúl se frotó la cabeza y me miró con los ojos cristalizados. Juliana bajó más la mirada.

—No lo sé… —respondió con un hilo de voz.

Me giré bruscamente, buscando su rostro, quería entender, quería encontrar una razón.

—¿Cómo que no lo sabes? ¿Entonces por qué dices esas cosas? ¡No entiendo nada! ¿Por qué estás inventando esto?

Pero entonces, Juliana me mató.

—Me acosté con Mauro.

El tiempo se detuvo.

Dejé de respirar.
Dejé de moverme.
Se me detuvo el corazón.
Se me cerró la garganta.

"Me acosté con Mauro."

Las palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza, como un eco cruel que no quería desaparecer.

Todo se volvió oscuro.

Mis lágrimas comenzaron a caer sin permiso, en silencio, quemándome la piel al rodar por mis mejillas. Exhalé con tanta fuerza que fue doloroso, como si con ese aliento se fuera también un pedazo de mi alma.

Negué con la cabeza, aferrándome a la única salida que tenía.

—¿Qué? —mi voz era apenas un hilo invisible—. Eso… no es verdad… no.

La tomé por los brazos con fuerza, obligándola a levantarse. La sacudí con desesperación.

—Julia. ¿De qué me hablas? ¿Qué es esto? ¡Dime que es una maldita broma!

—Perdóname… solo pasó. No pude evitarlo.

No pude evitarlo.

Sus palabras fueron la última estocada.

Mis piernas cedieron. Caí de rodillas en el suelo, todo a mi alrededor se desmoronaba junto conmigo.
Me llevé la mano al pecho, clavándome las uñas en la piel, tratando de aliviar la presión, tratando de arrancarme el dolor.

Pero no había alivio.

Solo un vacío inmenso y oscuro, tragándome por completo. No podía sostenerme, no había nada a qué aferrarse. Los brazos de Saúl me rodearon por la espalda, intentando levantarme, pero no tenía fuerzas. Me sentía como si mi cuerpo se hubiera convertido en un peso muerto, sin alma, sin vida. Entonces lo recordé.

Levanté la mirada, buscándola entre las lágrimas que empañaban mis ojos. Su rostro se veía borroso, pero aun así, podía distinguir su expresión: arrepentimiento. O quizá solo miedo.

Mi mandíbula empezó a temblar.

Y entonces me atreví a preguntar lo que claramente no estaba preparada para escuchar.

—¿Él era el hombre del que alardeaste…? —Mi voz se quebró en la última palabra, pero respiré hondo y continué— El que te quitó la virtud… Era Mauro, ¿verdad? Fue en la maldita fiesta, ¿verdad?

Un nudo de rabia y desesperación se apretó en mi pecho.

—¡RESPONDE!

Grité tan fuerte que la garganta me ardió. Juliana cerró los ojos y dejó caer una sola palabra. Una palabra tan pequeña, pero tan devastadora.

—Sí.

Y en ese instante, mi mundo dejó de existir.

Todo a mi alrededor se desmoronó en mil pedazos afilados como vidrio roto clavándose en mi alma. Mi corazón explotó en mi pecho. Sentí un puñal de hielo atravesarme el estómago, desgarrándome desde adentro. Las lágrimas comenzaron a caer sin control. No había más sonido que mi propia respiración entrecortada, dolía, sofocaba.

Saúl me rodeó con sus brazos y me levantó, ayudándome a llegar hasta la banca. Pero ni siquiera podía sentir su tacto. Todo lo que podía sentir era el dolor sofocante, como si mi propia piel se estuviera quemando desde adentro.

Me quedé mirando al suelo, hasta que giré el rostro y la vi.

Juliana.

Apreté los puños con tanta fuerza que mis uñas se clavaron en mi carne. Una bomba de emociones estaba a punto de explotar dentro de mí: decepción, rabia, tristeza… Y un odio que jamás había sentido por nadie.

Susurré con temblor en la voz:

—¿Cómo empezó todo?

Ella tragó saliva, evitando mi mirada, y empezó a hablar.

Desde hace tiempo, dijo. Mensajes. Llamadas. Confesiones nocturnas mientras yo dormía tranquila creyendo que tenía una hermana en quien confiar. Todo se intensificó cuando ella se fue a vivir a La Primavera.




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