ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.
Capítulo 20.
Narra Mauro
¿Cómo carajos me dejé enredar por Juliana? Caí en un estúpido juego. Esa niña era la reencarnación del diablo. Y yo… yo era el idiota más grande del mundo.
Debí hablar con Ana desde el principio. Decirle la verdad. Pero el miedo me ganó, el miedo a perderla… y la perdí. Juliana se adelantó y no quería ni imaginar qué versión le daría. Estaba seguro de que acomodó todo para dejarme como el peor.
Y tal vez lo era.
Un maldito imbécil que lastimó a la niña más buena de todas. Rompí un corazón puro. Fui el primero en muchas cosas lindas… pero jamás imaginé ser el primero en dañarla. La amaba con todas las fuerzas de mi alma. Y en ese momento tenía tanto miedo. Miedo de que no me perdonara. Miedo porque ni siquiera me dejó explicarle. No quiso escucharme. No me dejó dar mi versión de las cosas.
Todos somos el lobo en una historia mal contada.
Pero quizá mi versión no servía de nada… porque, como ella misma lo dijo, en mi versión también la cagué. También terminé acostándome con Juliana.
La embarré de la peor manera.
Me arrepentí tantas veces que llegué a sentir asco de mí. Todo por mi estupidez de emborracharme hasta perder la puta cordura.
…
Esa noche…
Discutí con mi potecito.
Ya teníamos planes de salir, pero a última hora decidió que no. Me salí de mis casillas, me cegó el enojo y estallé de la peor manera. Fue nuestra primera pelea fuerte. Nos gritamos, le apagué el teléfono, reaccioné como un tonto.
Y después… decidí irme de fiesta.
Carlos y los demás estaban ahí. Apenas llegué, empecé a tomar. Mezclé todo: cerveza, ron, aguardiente. Trago tras trago. Carlos me advirtió que parara. No le hice caso.
Quería ahogar la frustración. Quería dejar de sentirme así. Y entonces apareció ella.
Juliana.
Con su gran sonrisa y ese aire de confianza que siempre llevaba. Me saludó como si nada, se la presenté a Carlos, pero no le interesó en lo más mínimo. Su atención estaba completamente en mí, coqueteaba descaradamente. Al principio la ignoré, pero insistió una y otra vez. Hasta que acepté bailar con ella.
Primer error:
Me contó, entre risas, cómo se había escapado de su casa para ir. Pero lo que me desconcertó fue su olor. Su perfume… era el mismo que el de Ana.
Su ropa… también. Bajé la mirada y la reconocí de inmediato.
¿Por qué Juliana tenía la ropa de Ana?
El mareo me golpeó de repente. Me aparté de ella y regresé a la mesa. Carlos seguía entretenido con los demás. Juliana, en cambio, no se despegaba de mí, como una maldita garrapata.
—¿Por qué estás tan triste? —dijo, inclinándose hacia mí—. Ana es una tonta. Yo arriesgaría todo por ti. No te ama tanto como dice.
No respondí.
—Uno por amor hace cualquier cosa —continuó—. Mírame a mí. Cuando quiero algo, lo consigo.
—Ustedes son muy diferentes —escupí, con desprecio.
—Demasiado —me guiñó un ojo—. Cuando quiero a alguien, doy todo por esa persona.
Sabía lo que estaba haciendo. Y aunque estaba borracho, entendía perfectamente la intención detrás de cada palabra, de cada mirada.
Segundo error:
Seguí tomando. Ella también.
—Además, Ana es una solapada —soltó, de repente.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué dices esas cosas? Se supone que eres su hermana.
—Porque la conozco mejor que tú —se encogió de hombros—. Tiene muchos pretendientes y a todos les da contentillo. Apenas están interesados, los manda a volar.
Sentí tanta rabia quemándome por dentro. Golpeé la mesa con fuerza.
—No. Te equivocas. Ella no es así. Ana es un ángel.
Juliana soltó una risita burlona.
—Eso crees tú. Pero en el colegio… le encanta que los hombres estén tras ella. Solo que contigo se hace la santa.
Mentiras.
Todas mentiras. Me alejé de ella. No quería escuchar más. Pero al parecer, eso la enfureció.
Tercer error:
Seguir tomando como un idiota. Sin control. Revolviendo todo tipo de licor. Hasta perder la puta cordura.
Estaba recargado contra la esquina de la tienda, tambaleándome. Todo me daba vueltas. El mundo parecía moverse a mi alrededor como si estuviera atrapado en un maldito remolino. Entonces, sentí unas manos rodearme por la espalda. Inhalé ese aroma. Mi mente se nubló. Era ella. Mi Ana. Un susurro acarició mi oído.
—Soy yo. Tu Ana.
Intenté enfocarme, pero mi visión era un desastre. Casi no podía distinguir rostros. Apenas procesaba lo que pasaba cuando sentí sus labios sobre los míos, desesperados, hambrientos.
Reaccioné como si me hubieran vertido agua fría. Me aparté bruscamente, el terror recorrió mi columna. Me limpié la boca con el dorso de la mano, pero su risa me taladró los oídos.
Juliana.
Su carcajada era la burla más cruel.
Me alejé de inmediato. Lo mejor era regresar a casa. El mareo arremetió con más fuerza. Mi estómago se revolvió y tuve que buscar apoyo mientras caminaba hacia la parte trasera de la tienda, donde había un palo de mango. Respiré hondo, tratando de contener la náusea, pero todo giraba a mi alrededor.
De repente, alguien tomó mi mano.
Ese aroma otra vez, su aroma. Me estremecí, era el perfume de mi muñeca. Todo estaba tan oscuro. Unas manos se apoyaron en mi pecho y me empujaron. Perdí el equilibrio y caí de espaldas sobre el césped. Mis extremidades no respondían. Entonces ella se colocó sobre mí, a horcajadas.
Cerré los ojos. Ese perfume...
En mi cabeza solo existía Ana.
Besó mi cuello.
—Soy Ana —susurró.
Y en mi estupidez lo creí.
Me dejé llevar. Estaba demasiado borracho, demasiado perdido. En mi mente, solo se repetía su nombre. Sus ojos, su sonrisa, su piel, su aroma... era ella. La loción que me volvía loco, el perfume que reconocería en cualquier parte.
No pensé. No entendí.
Maldito licor.
No recordaba casi nada. Solo fragmentos.