ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.
Capítulo 22.
Escuché tres golpes en la puerta. Era mamá, sabía que no me había creído.
—Ana, ¿podemos hablar? —pidió desde el umbral de la puerta.
—Sí —respondí.
Se acercó y se sentó en el borde de la cama.
—Puede que tu papá creyera en tu versión, pero yo no lo creo.
—Es verdad mamá, así pasaron las cosas —alegué.
—¿Dices que las cosas quedaron bien entre ustedes? —me miró.
—Sí mamá.
—¿Entonces por eso lloras en las noches? No me creas tonta hija. Yo también tuve tu edad, en varias ocasiones te escuché llorar y uno no llora por nada. Algo pasó entre ustedes, ¿verdad? Por eso cambiaste de número.
—Mamá son ideas tuyas, cambié porque el chip se me dañó —objeté—. Es normal estar triste, terminamos, pero no lo dejé de querer. Sólo que no quiero amarrarlo y que pierda esa oportunidad.
—Digamos que es por eso. En parte tienes razón.
Me dió un beso en la frente y salió de la habitación. Dicen que a una mamá no se le puede ocultar nada. Mi madre no me creía, la verdad yo no quería desatar una tormenta donde él más perjudicado sería él.
Que buena intuición tienen las mamás. Por algo mi tía desde el primer momento que vio a Mauro le cayó mal. Al fin él fue quien se llevó la virtud de su adorada hija del diablo, a la que creía un ángel y en realidad era peor que un demonio.
…
Comencé uno de los procesos más difíciles al terminar una relación: deshacerme de todo lo que me había regalado. Mi primera intención fue tirarlo a la basura, pero cuando tuve cada objeto en mis manos, no fui capaz. En lugar de desecharlos, los guardé en un cofre, como si al encerrarlos allí pudiera contener también los recuerdos. María tenía razón… ¿para qué destruir lo que alguna vez fue hermoso? La verdad era que aún no estaba lista para deshacerme de ellos.
Con el paso de los días, el dolor no desapareció; al contrario, se hizo más intenso, más insoportable. Sentía una opresión en el pecho que no sabía cómo arrancarla, una angustia que no desaparecía ni con el llanto. Decían que el tiempo lo curaba todo… ¿pero qué carajos pasaba con el mío? ¿Por qué no avanzaba lo suficientemente rápido para arrancarme ese sufrimiento?
Estaba en mi habitación cuando escuché la voz de mamá; llegó visita. Me senté de golpe. Mi tía subía de vez en cuando para hacerle aseo a su casa. Cómo carajos iba a fingir delante de todos cuando tuviera a mi adorada prima frente a mí, si lo único que sentía era rabia.
Inhalé un sin fin de veces antes de bajar. Llegué a la cocina contando mentalmente para calmarme. Saludé.
—Hola Ana, ¿cómo estás? —saludo mi tía — ¿Estás más delgada o es mi impresión?
—Bien tía. Es que estuve enferma por eso perdí peso —volví la mirada hacia Juliana—. ¿Y tú Juliana, cómo estás?
La asesiné con la mirada. Ella desvió la suya.
—Bien —respondió entre dientes.
Siguieron platicando, pero entre Juliana y yo había un silencio incómodo, hasta que a mi tía se le ocurrió preguntar.
—¿Cómo vas con el novio?
Solté una risita, sarcástica, que Juliana captó de inmediato.
—Ya no tengo.
Mi tía se sorprendió mucho, Juliana se puso nerviosa, empezó a morderse las uñas.
—¿Qué? ¿Por qué? —inquirió con curiosidad.
—Pensé que lo sabías tía —respondí con sarcasmo—. ¿Acaso Juliana no te contó? Ella lo sabía, ¿verdad primita?
Traté de disimular, pero mis ojos me delataban. Juliana abrió los ojos tanto, que pensé que se saldrían de su lugar. Y bien grandes que tenía esos ojos de vaca. Empezó a tartamudear.
—Es-es, que olvidé contarte mamá.
—Ustedes parecían quererse mucho, ¿Qué pasó? ¿Por qué terminaron?
Tomé una manzana y la mordí, mientras con la mirada fulminaba a Juliana.
—Pregúntale a mi prima, ella sabe muy bien por qué fue. Lo sabe mejor que nadie.
Ellas cruzaron miradas, confundidas.
»Lo digo porque como somos hermanas siempre nos contamos todo, ¿verdad prima?
Julia pasó saliva.
—Ajá.
—Ana aún eres muy joven, llegarán otros chicos a tu vida —mi tía puso su mano sobre mi hombro tratando de consolarme—. Hija cuéntale la buena noticia a tu prima, se pondrá muy feliz, al fin volverán a estar juntas.
No podía ser lo que estaba pensando.
—¿Qué pasó? —preguntó mamá.
—En unos días regresamos de nuevo a casa. Ya le ayudamos a recolectar la cosecha, todos estaremos juntos de nuevo —respondió mi tía con una sonrisa.
—¡Vaya, qué maravilla! Me retiro, tengo mucho que hacer.
Salí de la cocina antes de que estallara. Caminé hacia el galpón. Sentí que alguien me seguía.
—¿Qué rayos quieres? —solté con molestia, sin siquiera voltear.
—¿Me odias tanto?
—¿Qué pretendes? ¿Que haga una fiesta por lo que hiciste? Dime, ¿ya son novios? ¿Eso era lo que querías?
—¿Has hablado con él?
—¿Crees que haré lo mismo que tú? ¿Meterme en medio de una relación?
—Me juzgas con demasiada crueldad… Toda la culpa no fue mía. Los dos la tenemos. Nadie manda en el corazón.
—Entonces, ¿quieres decir que lograste tu propósito? Dime, ¿ya terminaste con Luis o andas con los dos a la vez?
—¡Claro que no! Pensé que Mauro te lo había dicho…
Aquello solo podía significar que estaban juntos. No podía creerlo. ¿Cómo pudo hacerme esto? Según Carlos, se moría por mí… Seguí caminando, intentando ignorarla, pero sus palabras me dolían en el alma. Me destrozaban. ¿Sería cierto lo que decía o solo lo inventaba para lastimarme más?
—Te pido perdón por lo que hice… Y gracias por no contarle la verdad a mis padres.
—Ni creas que lo hice por ti. Solo quería evitarle un disgusto a mi tío, que no merece una hija como tú.
—¿Nunca me perdonarás?
—Lo que hicieron no tiene perdón de Dios… Solo aléjate de mí.
—¿Qué le diremos a la familia? Notarán que algo pasa entre nosotras… Éramos tan unidas.