Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 27

ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 27...

Sebastián me abrazó con fuerza y susurró, su voz apenas era un eco de incredulidad y dolor.

—¿Qué rayos hiciste...?

Me apreté contra su pecho, sintiendo su calor, pero sin encontrar consuelo.

—Solo sácame de aquí… siento que no puedo más.

Seguí caminando a su lado, aunque cada paso se sentía como un esfuerzo sobrenatural. ¿Cuánto más podía soportar un corazón roto? ¿Podría un alma hecha pedazos seguir desgarrándose más? Era como nadar contra la corriente, sabiendo que tarde o temprano me hundiría.

Sebastián me llevó a una cafetería, pero las paredes a mi alrededor parecían cerrarse sobre mí. Solo podía llorar, ahogada en mi propia desesperación.

—¿Por qué le dijiste eso? —su voz temblaba entre la frustración y la tristeza—. ¿Por qué no me dejaste sacarlo de su error? Tú no eres una cualquiera…

Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, aunque era inútil.

—Eso es lo que él cree —respondí con voz apagada—. ¿No lo ves? Parece que en todo este tiempo nunca supo quién era realmente. Me ofendió al pensar eso de mí… así que solo le dije lo que quería escuchar. Es inútil explicar cuando el otro ha decidido no entender.

—Pero…

—No lo saques de su error, Sebastián. Déjalo. Que piense lo peor de mí. Que me odie. Tal vez así sea más fácil olvidarlo… para él y para mí. Prefiero que sus ojos me miren con desprecio y no con amor.

Sebastián negó. Tensó la mandíbula.

—No permitiré que nadie ensucie tu nombre.

—No digas nada… por favor. Solo quiero que esto termine.

—Si realmente no te importa, ¿por qué lloras así? —Su voz se rompió un poco—. Te estás destruyendo con él. Mierda…

—No importa…

Me puse de pie con la intención de irme, pero Sebastián intentó detenerme. Le pedí que me dejara sola, mientras pagaba la cuenta, aproveché para escabullirme. Quería desaparecer. Llorar no servía de nada. Lo único que deseaba en ese momento era dejar de existir…

Pero Sebastián no era tonto. Me alcanzó, hablándome, pero lo ignoré. Entonces, me sujetó de la mano con fuerza.

—¡¿Qué demonios te pasa?!

Llorando, le grité, sin poder contener todo lo que me ahogaba.

—¡Solo quiero arrancarme esto que siento! ¡Enterrarme una daga en el pecho y sacarme el corazón! ¡Borrar mi memoria para no recordar!

Intenté zafarme, pero sus manos eran firmes.

—No quiero llorar, pero las lágrimas no dejan de salir. Solo quiero olvidar… y no sentir este dolor que me mata. ¡Quiero morir! Dime, Sebastián… ¿puedes ayudarme?

Su expresión se ensombreció, como si mis palabras le hubieran atravesado el alma. Una lágrima rodó por su mejilla antes de que tomara mi mano con más fuerza. Sin decir nada, comenzó a caminar, casi arrastrándome con él.

—¿A dónde me llevas? —pregunté entre sollozos.

Sebastián me miró con una tristeza tan profunda que dolió más. Había una lucha interna en él, que no logré descifrar del todo.

—¿Quieres olvidar? ¿Quieres sentir lo que es morir? ¡Bien! —su voz se quebró por un instante, pero su seguridad no titubeó—. ¡RAYOS! Yo ya lo viví… Ahora te daré lo que quieres. Olvidarás y sentirás lo que es morir.

Sin darme tiempo a reaccionar, me tomó de la muñeca con fuerza y me arrastró por la calle, avanzando con pasos apresurados.

—¿Sebastián? —murmuré entre sollozos, pero él no me respondió.

El sonido del pueblo se hacía más lejano mientras me guiaba hacia aquel lugar que, en otro momento, me había hecho sonreír. La discoteca donde había bailado con él… donde, por un instante, fui tan feliz.

Entramos sin problemas. Todo me parecía irreal, como si estuviera viendo la escena desde lejos, atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.

Sebastián me llevó hasta el fondo del lugar y me obligó a sentarme. Hizo una señal al mesero y en cuestión de segundos, una botella de ron apareció en la mesa frente a nosotros. Tomó dos copas y las llenó hasta el borde. Luego, deslizó una copa hacia mí.

—Bien… —dijo con voz áspera—. ¿Quieres olvidar? Empieza a beber. Te juro que por un momento, no recordarás tu realidad.

Tomó su copa de un solo trago, sin vacilar y luego me miró fijamente.

—¿Y quieres morir? —continuó, con su tono cada vez más oscuro—. Cuando se te pase el efecto del alcohol, sentirás lo que es morir. Eso es lo que quieres, ¿no? Entonces hazlo. Así sabrás por qué nosotros, a veces, buscamos esto. Porqué algunos prefieren perderse en el licor… porque por un instante, todo se olvida. Pero luego… luego lo recuerdas todo y duele más.

Su actitud me desconcertaba. Había rabia en su voz, pero también algo más profundo, algo que no lograba entender.

Me quedé en silencio. Lo que decía tenía sentido, aunque odiaba admitirlo. ¿No era eso lo que yo quería? ¿Olvidar? ¿Desaparecer, aunque fuera por unas horas?

Sin pensarlo mucho tomé la copa y me la llevé a los labios. El primer sorbo me quemó la garganta, provocándome una mueca de disgusto.

—Que asco… —musité, cerrando los ojos y sacudiendo la cabeza.

Escuché un resoplido, al abrir los ojos, vi a Sebastián mirándome con una expresión entre la diversión y tristeza. Por un instante, su boca se curvó en lo que podría haber sido una sonrisa.

Él, en cambio, bebió su copa como si nada, acostumbrado a esa quemazón.

Y ahí estábamos los dos. Tratando de ahogar nuestros fantasmas en una botella.

Sebastián me observó en silencio, sus ojos reflejaban una mezcla de impotencia y dolor.

—¿Te gusta el sabor? —preguntó con tono burlón, aunque su voz tenía un matiz sombrío.

Hice una mueca y sacudí la cabeza.

—Es horrible.

Se puso de pie de golpe.

—Entonces vámonos de aquí.

Pero no lo dejé. Sujeté la botella y me pegué a ella como si realmente fuese agua, cada trago era más amargo que el anterior.

—Quiero saber qué se siente… A ver qué tan cierto es que esto los ayuda a olvidar. Acompáñame.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.