Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 28

ME ENAMORE DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 28.

La realidad me golpeó como un balde de agua helada.

El fuego que me consumía un segundo atrás se extinguió de golpe, dejándome vacío, aturdido. Me alejé abruptamente, como si su piel me quemara, como si el roce de sus labios hubiera sido un pecado del que necesitaba huir.

—Perdóname… —murmuré con culpa.

Ella me miró, desconcertada, con los ojos nublados por el alcohol y las emociones revueltas. Quizás la cantidad de licor que corría por su cuerpo no le permitía ver la realidad con claridad, no le dejaba entender lo que acababa de pasar.

Yo sí lo entendía.

Sabía que al amanecer el dolor regresaría con más fuerza, ese momento se convertiría en un recuerdo borroso, una sombra en su mente que tal vez nunca cobraría sentido. Y eso sería lo mejor.

Me obligué a dar un paso atrás, a respirar hondo para calmar la revolución que me sacudía por dentro. Lo que deseaba, lo que anhelaba, no importaba. Ella no estaba en condiciones de darse cuenta de lo que habíamos hecho, de lo que significaba. Y yo… yo no podía permitirme desear que lo recordara.

Ella me miró con esos ojos tan hermosos, con algo que no supe si era deseo, confusión o la simple inconsciencia del alcohol. No dijo nada, solo respiró hondo y de un empujón, me hizo perder el equilibrio. Caí de espaldas sobre el viejo sofá y antes de que pudiera reaccionar, ella estaba sobre mí.

Su cuerpo temblaba, pero no se detenía. Buscó mis labios con urgencia, con necesidad y cuando los encontró, sentí que me rompía en mil pedazos. Maldita sea, no había nada en este mundo que deseara más que besarla.

Me dejé llevar.

Mis manos recorrieron su espalda, su piel ardía bajo mis dedos, comencé a subir su blusa. La realidad volvió a golpearme como un puño en el pecho cuando mis dedos rozaron su cintura desnuda. Me detuve.

La sujeté con fuerza y la atraje hacia mí, abrazándola con desesperación. Hundí el rostro en su cuello y cerré los ojos, como si así pudiera contener el dolor que me atravesaba. Y lloré, porque, lastimosamente, cuando la miré a los ojos, lo supe con seguridad: nunca amaría a otra como la amaba a ella. Pero, desgraciadamente, me había enamorado de un amor que jamás sería mío.

Me enamoré de una dulce princesa que trataba de volar con las alas rotas.

Una princesa que sufría por otro… y yo sufría por ella.

Así de injusta era la vida, ojalá pudiéramos elegir de quién enamorarnos. Ojalá el corazón entendiera las razones. Pero no, no lo hacía. Y yo estaba condenado a amarla en silencio, a desear lo que nunca podría tener.

Le organicé la cama con cuidado, tratando de olvidar lo ocurrido. Cuando intenté acostarla, se negó una y otra vez murmurando incoherencias, aferrándose a mi brazo como si temiera que la dejara sola.

Pero el cansancio terminó venciéndola. Su respiración se volvió pausada, sus pestañas temblaron antes de cerrarse por completo, se sumió en un sueño profundo.

Me quedé de pie en la puerta, admirándola en silencio. Era tan frágil y fuerte al mismo tiempo. Tan hermosa, incluso en su vulnerabilidad.

Mis pensamientos regresaron a aquella vez, cuando con esa sonrisa suya llena de vida me dijo:

"Un día llegará esa mujer que te robará el corazón. La mirarás a los ojos y sabrás que es la indicada."

No pude evitar sonreír con tristeza. Porque esa mujer había llegado hace mucho. Y estaba justo frente a mí.

Me acosté a su lado, cuidando de no despertarla. La observé, su respiración tranquila, el leve movimiento de su pecho al inhalar y exhalar, la forma en que algunos mechones caían sobre su rostro.

Sería la única manera de sentirla tan cerca, de imaginar, aunque fuera solo por unas horas, que me pertenecía. Porque sabía que cuando amaneciera, la distancia entre nosotros volvería a ser la misma de siempre. Quizá nunca tendría otra oportunidad de tenerla así, una noche entera tan cerca de mí.

Era hermosa incluso dormida. Me pasé una mano por el rostro, tratando de ahogar la revolución en mi pecho. ¿En qué momento pasó todo eso? ¿Cuándo fue que crucé esa línea? ¿Cómo fui a meterle sentimientos?

No quería enamorarme. No de ella. Y sin embargo, ahí estaba, perdiendo la batalla, perdiéndome en la única mujer que jamás podría tener. Apreté los ojos con fuerza, la realidad era una mierda.

Maldito destino… ¿por qué juegas conmigo de esta manera? Me pregunté tantas veces.

En medio de la madrugada, un leve movimiento a mi lado me despertó. Parpadeé un par de veces, desorientado, hasta que sentí que su cuerpo se removía inquieto.

—Mmm… —Ana murmuró algo inaudible y se encogió sobre sí misma.

No tardé en darme cuenta de que algo no estaba bien. Su respiración se había vuelto errática, un quejido ahogado escapó de sus labios. De pronto, se incorporó con torpeza, llevándose una mano al estómago.

—Ana… —Me levanté de inmediato, pero ella apenas logró dar un paso antes de tambalearse.

—Voy a… —No terminó la frase, pero entendí de inmediato lo que sucedía.

La sujeté con rapidez y sin perder tiempo, la cargué en brazos llevándola al baño. Apenas alcancé a arrodillarla frente al inodoro cuando su cuerpo se sacudió con la primera arcada.

Me arrodillé a su lado, sosteniéndole el cabello con una mano mientras con la otra acariciaba su espalda en un intento de calmarla.

—Tranquila… respira —murmuré, su cuerpo tembló.

Ana vomitó una y otra vez, hasta que sus fuerzas parecieron agotarse. Su frente estaba perlada de sudor y sus manos temblaban. Me partía el alma verla así.

—Lo siento… —murmuró con voz rota, apoyando la cabeza contra su brazo.

—No tienes porqué disculparte. —Tomé un poco de papel y limpié con cuidado las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

Ella cerró los ojos con cansancio, respirando de manera entrecortada.

—No me sueltes… —susurró con voz débil.




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