Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 29

ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 29.

Traté de continuar con mi vida, fingiendo que nada había pasado.

El sábado llegamos a clases. Como era de esperarse los rumores no tardaron en propagarse entre los compañeros. Estábamos en la cancha esperando al profesor cuando comenzaron las bromas.

—¡Ey, Sebastián! ¿Cómo te fue el sábado? —gritó uno de los chicos, con tono burlón— Te veías muy bien acompañado en la noche. Ya sabes, como dicen: una noche de copas, una noche loca. Te robaste a la muñeca otra vez, ¿eh?

Las risas estallaron a nuestro alrededor.

Justo en ese momento, Mauro y Carlos pasaron cerca. Nuestras miradas se cruzaron. Su expresión fría me atravesó como un puñal. Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo.

Dolía.

Respiré hondo, tratando de mantener la compostura. Sebastián me observó de reojo, preguntándome en silencio si estaba bien. Solo asentí, sin decir una palabra. Entramos a clases. Por lo visto, Mauro ya tenía varias admiradoras, tanto en mi salón como en otros. Una de las chicas se acercó entusiasmada y lo abrazó frente a todos, felicitándolo por su cumpleaños.

Un nudo se formó en mi garganta. ¿Cómo evitar sentir celos? ¿Cómo controlar lo que sentía?

Los demás lo felicitaron, incluso el profesor. Pero lo que no esperaba era que él dirigiera su atención hacia mí.
Se acomodó en su asiento al lado izquierdo del aula y en voz alta, para que todos lo escucharan, dijo:

—¿Tú no me felicitas, compañera?

Un incómodo silencio se instaló en el aula. Todas las miradas estaban sobre mí.

Levanté la vista, encontrándome con sus ojos. En ellos había tantas preguntas… Lo conocía lo suficiente para saber que buscaba respuestas.

Tragué saliva y forcé una sonrisa.

—Feliz cumpleaños. Espero que todas tus metas se cumplan y que hoy sea un día especial. Ojalá recibas un regalo maravilloso.

Cada palabra llevaba un mensaje oculto que él entendió a la perfección.

Se suponía que yo sería su regalo de cumpleaños.

Continuamos con las clases, pero la tensión era insoportable. Me costaba concentrarme y la sensación de vacío en el pecho se hacía más fuerte con cada minuto que pasaba.

Cuando llegó la hora del descanso, varios compañeros se reunieron en la cafetería para celebrarlo. Entre todos, le compraron un pequeño presente, un pastel y refrescos. No solo estaban los del salón… también estaban sus nuevas "amiguitas" de otros cursos.

Observé la escena desde lejos. Me quedé en los corredores en compañía de mis amigos, tratando de mantenerme fuerte.

—¿Estás bien? —preguntaron al unísono Clara y Sebastián.

Suspiré, encogiéndome de hombros.

—Lo intento.

—Qué situación tan incómoda —comentó Clara, frunciendo el ceño.

—Dímelo a mí —respondí con una sonrisa amarga—. Me sorprende mi propia voluntad porque siento que esto se saldrá de mis manos en cualquier momento. Quisiera salir corriendo.

Clara me miró con curiosidad antes de añadir:

—Además de todo lo que se rumora sobre lo que pasó entre ustedes, también hablan de ti y Sebastián.

Sebastián chasqueó la lengua con fastidio.

—Son unos estúpidos. Voy a aclarar todos esos rumores de una maldita vez.

Se puso de pie con seguridad, pero reaccioné al instante. Salí tras él y lo tomé de la mano antes de que pudiera avanzar más.

—No lo hagas, lo prometiste —le recordé en voz baja.

Él apretó los puños con impotencia.

—No me gusta que dañen tu imagen —dijo con la mandíbula tensa—. Aunque lo niegues, te está matando esa mirada tan fría que él te da. No quiero verte sufrir. No quiero.

Su preocupación me conmovió. Lo abracé con fuerza y sin soltarlo, susurré:

—Tú lo dijiste… no será fácil. No dirás nada.

Sebastián respiró hondo y tras unos segundos de silencio, murmuró resignado:

—Como quieras, hermosa.

Decidimos ir a la cafetería por algo de comer antes de regresar a los pasillos. No podía evitar la sensación de que me observaban. Era como si su mirada me siguiera en cada paso.

El día llegó a su fin, pero lo peor aún no había pasado. El profesor me asignó, junto a Mauro, la tarea de hacer el aseo del salón. Para mi desgracia los demás debían salir, dejándonos completamente solos.

Eso no podía ser verdad.

¿Por qué el destino jugaba así conmigo?

Sentí su mirada fija en mí, pero me negué a levantar la vista. Mi única opción era ignorarlo… aunque el simple hecho de compartir el mismo espacio hacía que mi corazón latiera con fuerza.

—Usted barre y yo trapeo —mascullé entre dientes, sin siquiera mirarlo.

Él soltó una risa seca, amarga.

—Ahora nos tratamos de usted… Ok.

No respondí. Me giré y fui al baño por el agua y el trapeador. Necesitaba respirar, calmarme, pero todo en mí temblaba. Mis manos, mis piernas, hasta mi pecho dolía como si me faltara el aire.

Llené el balde, tratando de concentrarme en la tarea, en cualquier cosa que no fuera él.

Pero entonces su voz sonó a mis espaldas, tan cerca que su aliento acarició mi cuello erizándome la piel.

—Yo te ayudo con el balde.

Al tomarlo su mano rozó mi brazo. Un simple contacto, pero sentí una corriente recorrerme como un latigazo. Odié mi reacción, odié la debilidad que me provocaba.

—Ok —musité, sin darle importancia.

Regresamos al salón. Él comenzó a ayudarme en silencio. Un silencio espeso que pesaba demasiado.

Pero yo lo sentía.

Su mirada sobre mí.

Su respiración pesada.

Y entonces, sin más, soltó el dardo.

—¿Hoy también saldrás con tu nueva conquista?

Me quedé quieta por un segundo, sabía lo que estaba haciendo. Sabía que quería provocarme, pero no le daría el gusto. Seguí limpiando.

—¿A eso cómo se le llama? —continuó con su tono frío—. Amigos con derechos, supongo. Parece que se les pasaron las copas el sábado… Tanto que me criticabas, y mírate ahora. Estás igual que yo… o peor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.