ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO
Capítulo 30.
Tres meses después…
El tiempo siguió su curso, pero nada cambió. Durante ese tiempo, nos convertimos en extraños. Nos ignorábamos como si nunca hubiéramos compartido nada, evitando cualquier conversación que no fuera estrictamente necesaria.
Cada día libraba una batalla contra mis propios demonios. No fue fácil.
Me enteré de que Mauro se refugió en el alcohol, cada fin de semana sin fallar se perdía en una borrachera. Saberlo me dolía, me destrozaba ver como se autodestruía, pero no podía hacer nada. Tampoco debía. Buscaba consuelo en otras mujeres, siempre con una diferente.
Si alguien me preguntara, claro que dolía. Me quemaba el alma, porque aunque todo se derrumbó, mi amor por él seguía ahí, incrustado en mi pecho como una espina imposible de arrancar. Cada mañana me enfrentaba al deseo de rendirme, cada noche me ahogaba en mis propias lágrimas. No hubo un solo día en el que no llorara.
Sebastián, aunque me amaba, nunca hablaba de sus sentimientos. Solo estaba ahí, sufriendo en silencio conmigo. Qué irónica era la vida: él sufriendo por mí, y yo… sufriendo por otro.
Juliana comenzó con sus andanzas. ¿Recuerdan a los vecinos que mencioné? Me enteré de que se hizo novia de Cristóbal, así se llamaba. Él le llevaba casi nueve años y a escondidas, llevaban tres meses de relación. Ya se había acostado con él. Ella estaba feliz, porque él sí la colmaba de regalos y le daba todo lo que pedía. Pero dudaba que lo amara… Juliana no sabía amar. Tristemente, él sí la amaba de verdad.
Saúl era su cómplice, el que la ayudaba a escaparse, porque conmigo no contaba para nada.
Otro de los vecinos, Duvan, comenzó a interesarse en mí. No supe cómo, pero consiguió mi número. Aunque sospechaba que fue Juliana quien se lo dio. Él era amigo del novio de Juliana y desde entonces, me enviaba mensajes todos los días, me llamaba, insistía. A veces ni me molestaba en contestar.
Era dos años mayor que yo, había que admitirlo: era muy guapo. Pero yo no tenía ni cabeza ni corazón para pensar en nadie. Además, los rumores decían que era un mujeriego, que le gustaba fumar marihuana y otras cosas. Definitivamente, no era el tipo de hombre con el que me imaginaba.
…
Salí de clases y pasé por casa de María para cambiarme de ropa. Me puse una blusa negra y blanca, junto con un jean negro. Recogí mi cabello en una trenza y me miré al espejo. No tenía muchas ganas de arreglarme, pero tampoco quería dar la impresión de que la vida me había aplastado.
Ese sábado se casó Paola. Por obvias razones, no pude ir a la ceremonia en la iglesia, pero mis padres insistieron en que al menos asistiera a la fiesta. No quería ir, pero no tenía opción. Subí al parque a buscar un taxi y justo en ese momento me crucé con Mauro y Carlos.
—¿A dónde vamos tan guapa? —preguntó Carlos con una sonrisa pícara.
Mauro me miró de reojo, pero no dijo nada.
—A la Primavera —respondí con indiferencia.
—¿Te volviste fiestera? —inquirió Carlos con una risita burlona.
—Se casó Paola, voy a su fiesta.
—Súper, pásala bien. ¿Vas sola?
—Sí, allá están mis padres.
Justo en ese momento llegó el taxi. Me despedí con un gesto y me subí, esperando dejar atrás la conversación. Pero, para mi mala suerte, Mauro también tomó el mismo taxi. Claro… él vivía por esos lados.
Me acomodé junto a la ventana, intentando ignorarlo, fijando la vista en el paisaje. Sentía su mirada sobre mí, intensa y pesada, como si quisiera decir algo, pero no se atrevía. O quizás solo era mi imaginación jugándome una mala pasada.
Quería llegar lo más rápido posible, escapar de aquel silencio sofocante que llenaba el taxi. Mauro no decía nada, pero su presencia lo hacía más pesado.
El taxista no dejaba de mirarme por el espejo retrovisor, comenzó a coquetearme descaradamente. No le respondí, pero su expresión no mentía… sentía celos.
—Que ángel más hermoso… que suerte la mía. Me imagino que una niña tan linda tiene novio.
Típico.
—No tengo, pero tampoco busco —respondí con seriedad.
Mauro dejó escapar una risita, como si disfrutara la situación.
—Que lástima. Si recibes hojas de vida, me avisas. ¿Por qué tan solita?
—¿Por qué ustedes los hombres siempre asumen que una mujer sola está buscando novio? No siempre es así, hay cosas más importantes.
—Oww, así me gustan más… enojadas, para domarlas.
Sentí la sangre hervir. No era pena lo que me subió al rostro, era rabia.
—Si estuviéramos solos, te robaba.
—¿Es que no ve que está incomodando a la señorita? —intervino Mauro.
—Así son todas… se hacen las santas y difíciles, pero al final eso es lo que les gusta.
Mauro frunció el ceño. Sus manos se cerraron en puños, su respiración se volvió más pesada. Imaginé que haría una estupidez, así que, sin pensarlo, puse mi mano sobre la suya.
Dios… una corriente recorrió mi cuerpo al instante.
Nuestras miradas se encontraron, y en ese intercambio le dije que no valía la pena. Él entendió. Siempre lo hacía.
Retiré mi mano y desvié la mirada, pero odié lo que sentí. Odié mi piel por reaccionar así con un simple roce. Odié mi corazón por seguir latiendo por él. Odié todo. Me sentí frustrada.
El taxista siguió lanzando comentarios, pero los ignoré. Finalmente, llegamos a la zona de las tiendas. Apenas me bajé, sentí el peso de decenas de miradas sobre mí.
El lugar estaba lleno de hombres. Sabía que para llegar a casa de mis tíos debía atravesar aquel espacio y luego tomar un camino más apartado.
Caminé ignorando los murmullos y las miradas insistentes, pero pronto sentí algo inquietante. Me estaban siguiendo.
Un escalofrío me recorrió la espalda cuando miré de reojo. Eran dos tipos que me observaban con morbo.
El sol ya empezaba a caer. Respiré hondo y seguí caminando con normalidad, pero mi corazón latía con fuerza.