Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 32

ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 32.

El viernes, me reuní con Clara para trabajar en la tarea de química. El profesor había formado las parejas, y a Sebastián le tocó con otro chico, así que no tuvimos que trabajar juntos. La tarde se nos fue entre apuntes, cálculos y experimentos, hasta que, cerca de las siete de la noche, mi teléfono sonó.

—Sí, diga —contesté distraída, sin apartar la vista del cuaderno.

—Hola, hermosa —respondió una voz masculina al otro lado de la línea.

Fruncí el ceño.

—¿Quién habla?

—Duvan, tu vecino —dijo con tono engreído.

Suspiré. Apenas lo recordaba, pero ya me imaginaba quién le había contado que estaba en el pueblo. Juliana, como siempre metiendo sus narices donde no debía.

—Ah, sí… —murmuré con poca emoción.

Al fondo se escuchaba ruido, música y voces.

—Me enteré de que andas por aquí y quería invitarte a un refresco —dijo con confianza.

—Estoy haciendo tareas, te agradezco, pero no puedo.

—Solo será un momento. Siempre me haces desplantes, y sabes que me gustas mucho.

Rodé los ojos.

—Duvan, siempre te he dicho que no me interesa una relación ni nada por el estilo.

—Pero al menos podríamos ser amigos, ¿no?

La insistencia en su voz me incomodó.

—Lo siento, pero no. Mañana tengo que madrugar —respondí, cortante.

Duvan suspiró con resignación y colgó sin despedirse.

Por fin terminamos el trabajo. Me despedí de Clara y me dirigí a casa de María. Tomé mi ruta habitual, pero al pasar por una discoteca vi a Duvan en la entrada con un grupo de amigos. Seguí de largo sin hacer contacto visual.

Más adelante, noté una multitud aglomerada alrededor de lo que parecía ser una pelea. No quería involucrarme, así que opté por desviarme por una calle más solitaria y oscura.

Estaba perdida en mis pensamientos cuando una voz inesperada me sobresaltó.

—¿A dónde tan sola? No quería asustarte.

Me giré rápidamente con el corazón latiéndome en la garganta. Ahí estaba Duvan, con una sonrisa torcida y una mirada vidriosa.

—Voy a casa. Mañana tengo que madrugar —respondí con frialdad, acelerando el paso.

Se interpuso en mi camino. Su postura relajada contrastaba con la tensión que se instaló en mi cuerpo.

—¿Por qué tanta prisa? Platiquemos un rato.

El olor a alcohol y cigarro en su aliento me revolvió el estómago. Era obvio que estaba drogado. Mi instinto me gritaba que saliera de ahí, pero mis piernas parecían clavadas al suelo.

—Déjame pasar, Duvan —exigí, manteniendo la voz firme.

El aire de la noche se tornó pesado, casi sofocante. La calle solitaria y oscura intensificaba la sensación de vulnerabilidad. Duvan no se movió. Su mirada, antes adormilada por el alcohol, tenía un brillo extraño, una mezcla de frustración y algo más oscuro que me heló la sangre.

—Solo quiero charlar contigo —insistió, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Intenté mantener la calma.

—De verdad no puedo.

Hice un movimiento para rodearlo, pero su brazo se extendió, bloqueando mi paso.

—Me aburren tanto tus desplantes… —dijo con fastidio, arrastrando las palabras—. Me estoy cansando de eso. Sabes que me gustas, estoy enamorado de ti.

Tragué saliva, mi pulso se aceleró.

—Desde el principio te dejé las cosas claras —dije, obligándome a mantener la calma—. Lo siento por ti, pero te ilusionaste solo.

Pasé por su lado con rapidez, sentí un nudo en la garganta. Iba a seguir mi camino cuando su voz me alcanzó, burlona y venenosa.

—Te gusta hacerte la difícil, ¿es eso? Juliana me dijo que te gusta que te rueguen.

Me detuve en seco.

Juliana.

Otra vez ella.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. ¿Qué rayos pretendía ahora?

Seguí caminando sin responder, pero antes de que pudiera reaccionar, Duvan me sujetó con fuerza por los brazos, obligándome a girarme para enfrentarlo. Sus dedos se clavaban en mi piel. Su mirada… era completamente distinta.

Por primera vez, sentí verdadero miedo.

—No me gusta que jueguen conmigo —su voz era un gruñido bajo—. Ya lo sé todo.

Intenté zafarme, pero su agarre se endureció.

—No entiendo de qué hablas…

—Juliana me contó que te gusta hacerte la digna, pero en realidad te encanta que te traten con rudeza —se inclinó un poco más hacia mí, su aliento mezclado con alcohol me revolvió el estómago—. También me dijo que querías pasar una noche conmigo, pero que te querías hacer de rogar. Que te gusta jugar con los hombres.

Mis piernas temblaban.

—Eso es mentira…

—Eres una zorra que disfruta provocando.

Sus palabras me golpearon como una bofetada. Sentí el ardor en mi pecho antes de que mi cerebro pudiera procesarlo. Intenté empujarlo, pero me sujetó más fuerte y me arrastró hacia un callejón cercano.

El pánico se instaló en mi pecho haciendo que mi cuerpo se paralizara.

—¡Suéltame! —exigí, luchando contra su agarre—. No sé qué te dijo Juliana, pero te mintió.

Él rió, una risa fría y llena de burla.

—Te gusta hacerte la santa, pero eres una zorrita en la cama…

Me empujó contra la pared. La superficie áspera raspó mis brazos. Se inclinó hacia mí, su rostro estaba demasiado cerca.

Quiso besarme.

Mi instinto reaccionó antes que mi mente.

Le pegué con todas mis fuerzas.

El golpe lo tomó por sorpresa, pero en lugar de soltarme, su expresión cambió a algo peor: rabia.

—Te gusta rudo, ¿verdad? Bien, juguemos.

Un escalofrío de terror recorrió mi espalda.

Juliana se había pasado de la raya.

En un intento desesperado por escapar, logré ponerme de pie. Pero él intentó besarme de nuevo. Esa vez reaccioné con más fuerza.

—¡Conmigo te equivocas!

Le di un rodillazo con todas mis fuerzas. Justo ahí, en su punto débil. Un gruñido de dolor escapó de sus labios, aproveché el momento para liberarme y salir corriendo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.