Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 35

ME ENAMORE DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 35.

Con el paso de los días Juliana siguió en sus andanzas. Entre cielo y tierra no había nada oculto. Todo el pueblito y la vereda la tenían como una cualquiera, la habían visto en varios lugares saliendo de moteles y hasta de matorrales con el novio, incluso la vieron en el cementerio.

Todos sabían la clase de mujer que era. Mi tío no lo sabía porque mi tía le tapaba todo. Es verdad eso que dicen, el mundo entero sabe las cosas, excepto uno que siempre es el último en enterarse. Siempre que la veían pasar hacían comentarios como “ahí va la creída y bien puta que es”

Juliana presumió con su propia versión a otras primas el logro de acostarse con Mauro. Un día tuvieron un desacuerdo y una de ellas armó tremendo escándalo y le contó todo a mi tía. Mi tía empezó a llorar desilusionada. Como siempre la cubrió porque mi tío no se enteró.

En el colegio nos convertimos en desconocidos, ignorándonos por completo, como si no existiéramos. A Sebastian le dolía verme sufrir. Intentó hablar con él, pero no lo permití.

Poner esa distancia no fue fácil. Perdí el apetito, bajé de peso. No sonreía como antes. Por su lado Mauro cada vez estaba más perdido en el licor. Cada fin de semana se metía una buena borrachera, incluso llegaba a estudiar enguayabado. Dolía verlo así, me llamaba llorando, me decía que la culpa lo estaba matando, sollozando le pedía que no se destruyera más.

Una compañera del colegio me preguntó si estaba interesada en trabajar en el supermercado del pueblo los viernes y los domingos. Me gustó la idea, era una buena oportunidad. Primero tenía que hablarlo con mis padres. Dudaba en obtener el permiso, pero para mi sorpresa me apoyaron.

Estaba feliz. Un nuevo camino se abría para mí. Los horarios eran de siete de la mañana a siete de la noche y el pago era bueno. Si mi trabajo los dejaba satisfechos aumentarían más días. Estaba nerviosa, pero con muchas ganas de aprender.

Bajaba desde los jueves para quedarme en casa de María. Empecé a ayudarle con los gastos, pero ella se negaba. Me decía que yo era una hija más. Mi padre siempre le mandaba cosas de la finca.

Recuerdo mi primer día de trabajo. Llegué muy puntual y una de las cajeras fue la que me explicó todo. Entendí rápido. El administrador del lugar y la esposa eran muy amables.

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Dos meses después.

Estaba organizando algunos productos en los estantes cuando de repente, alguien tropezó conmigo. Fue un choque leve, pero lo suficiente para sacarme de mi concentración.

—Disculpa, estaba distraído —dijo rápidamente, con voz masculina y educada.

Levanté la mirada y lo observé por primera vez. Era un hombre alto, de piel clara, ojos verdes intensos y una barba perfectamente recortada que le daba un aire elegante. Su cabello, bien peinado, reflejaba el mismo cuidado. A pesar de su seriedad, era innegablemente atractivo.

—No se preocupe —respondí con cortesía.

Él extendió su mano hacia mí.

—Mucho gusto, me llamo David.

Le devolví el gesto y nuestras miradas se cruzaron por un instante.

—El gusto es mío, soy Ana.

David me estudió con interés antes de preguntar:

—Es la primera vez que te veo aquí. ¿Eres nueva?

—Llevo dos meses trabajando aquí —respondí—, pero… usted no es de aquí, ¿verdad?

Sonrió con una expresión divertida.

—¿Tanto se me nota?

Asentí con una ligera sonrisa.

—Un poco.

—Vivo en otro municipio, a unas tres horas en auto de aquí —explicó.

—Eso es bastante lejos —comenté.

—¿Y tú? ¿De dónde eres?

—Soy de aquí, aunque vivo en la vereda Arboledas.

Su expresión cambió ligeramente, como si recordara algo.

—¿Sabes si está mi tío?

—¿Tu tío? ¿Quién es?

—El administrador del supermercado.

Parpadeé sorprendida.

—Vaya, no tenía idea de que eras su sobrino. Está en la bodega.

David asintió y se despidió con un gesto antes de dirigirse a buscar a su tío.

Apenas se fue, mis compañeras comenzaron a murmurar entre ellas, claramente impresionadas por su presencia. Estela, la más veterana del grupo, se acercó a mí.

—Ese muchacho fue criado con valores y principios sólidos —dijo en voz baja—. No es de los que andan de mujer en mujer ni de cantina en cantina. Es serio, trabajador y muy responsable. Además de guapo.

Escuché su comentario sin darle demasiada importancia. No tenía interés en nadie en ese momento, así que simplemente volví a mi labor, dejando atrás la fugaz conversación con David.

En esos meses mi salud se deterioró bastante. Al parecer, la falta de apetito terminó pasándome factura, me diagnosticaron anemia. Debía seguir un tratamiento y mejorar mi alimentación.

Ese día lo vi un par de veces en el supermercado. Las chicas más coquetas del pueblo no perdían el tiempo con él, pero, sorprendentemente, las ignoraba por completo. Ni una sonrisa, ni una mirada de interés. En un hombre, eso era algo poco común.

Al anochecer, pasé por la caja para cubrir a una compañera cuando de repente él se acercó.

—¿Cómo vas? —preguntó con naturalidad—. Mi tío me contó que estudias en la mañana.

—Sí, estoy terminando el bachillerato —respondí.

—Que mujer tan juiciosa.

—Se hace lo que se puede —dije con una leve sonrisa.

David me observó con su mirada fija y penetrante.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo de repente.

—Por supuesto.

—¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete.

—Qué bien, yo tengo veinte —asintió—. Ahora dime algo más… ¿Crees en el amor a primera vista?

Su pregunta me tomó por sorpresa y aunque intenté mantener la compostura, me puse nerviosa.

—¿Qué te digo? Creo que sí —respondí, aunque en el fondo sabía que lo creía con seguridad. Lo había vivido en carne propia… y ahí estaba, todavía enamorada de mi primer amor.




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