Me EnamorÉ De Un Amor Que No Era MÍo.

Capítulo 38

ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 38.

Una nostalgia inmensa invadía mi ser. No había dudas de que una de las mejores épocas de mi vida había sido el colegio, con todos sus momentos, tanto buenos como malos. Las risas en los pasillos, las largas charlas en la cafetería, los regaños de los profesores y las travesuras con mis compañeros… Todo quedaría en el recuerdo.

Lo mejor era que todos habíamos pasado el año, así que podíamos graduarnos juntos. Ese día era especial, y quería verme bien, así que pasé por el salón de belleza. Me maquillaron, arreglaron mi cabello, cuando me vi en el espejo, apenas me reconocí. Me puse un vestido negro brilloso y unos tacones altos. Era la primera vez en mi vida que me maquillaba tanto y usaba tacones. Me sentía extraña, pero al mismo tiempo, diferente… como si estuviera cerrando un ciclo y transformándome en alguien nuevo.

Mis padres estaban orgullosos de mi logro. Mi tío y Saúl serían los únicos presentes en la ceremonia, pues mi tía se excusó con cualquier pretexto. La verdadera razón era que sabía que Juliana no era bienvenida.

La familia esperaría en la iglesia, mientras que nosotros debíamos llegar temprano al colegio.

Caminaba por el parque perdida en mis pensamientos, alguien tomó mi brazo de repente. Sobresaltada di un pequeño salto.

—Perdón, no quise asustarte.

Al ver quién era, no pude evitar sonreír. David.

Me abrazó y dejó un beso en mi mejilla.

—¡Qué sorpresa tan grande! ¿Qué haces aquí?

—Precisamente eso quería, sorprenderte. Llegué anoche. Sabía que hoy te graduabas y quería estar aquí.

—Pues sí que lo lograste.

Él sonrió con su expresión confiada de siempre.

—¿Crees que me perdería la graduación de mi futura esposa?

Su seriedad al decirlo, la forma en que me miraba con esos ojos verdes tan hermosos, hizo que mi rostro se encendiera de inmediato.

—Sigues con lo mismo, aun sabiendo que mi corazón pertenece a otro…

—Totalmente seguro —afirmó sin dudar—. Yo seré el encargado de recoger los pedazos que él dejó y de sanar tu corazón. Tan seguro como que me llamo David Restrepo. En unos años me darás la razón, recordarás lo que te dije y sonreirás. Yo te enseñaré a brillar más, a volar tan alto como jamás imaginaste.

Sus palabras no fueron una simple broma. Lo decía con una seriedad que me dejó sin respuesta, con una mirada que no supe cómo interpretar. Lo único que pude hacer fue sonreír.

—Hoy estás realmente hermosa —añadió.

—Gracias —respondí con timidez.

Nos despedimos con la promesa de vernos después.

Cuando llegué al colegio, mi corazón se detuvo un instante. Ahí estaba él… tan guapo como siempre. Mauro.

—Que hermosa luces hoy.

Su voz me envolvió con la calidez de siempre.

—Gracias, igual tú. Estás muy guapo.

Mauro sonrió, pero no respondió de inmediato. En cambio, se quedó mirándome fijamente, como si intentara grabar mi imagen en su mente. Su mirada intensa logró lo de siempre: hacerme ruborizar.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Tomó mis manos entre las suyas, transmitiéndome nostalgia y ternura.

—Tal vez después de hoy no volvamos a vernos. Lo sabes, ¿verdad?

Tragué saliva con dificultad.

—¿Por qué dices eso?

—Porque tal vez sea lo mejor para ambos, mi potecito.

El corazón me latió con fuerza al escuchar ese apodo que solo él me decía.

—¿Ni siquiera como amigos?

Suspiró y bajó la mirada por un instante, como si buscara la mejor manera de explicarlo.

—¿Tú crees que podremos arrancar este sentimiento si nos seguimos viendo? —levantó la mirada, directo a mis ojos—. Dos personas que se aman no pueden ser solo amigos. Menos dos personas que tienen una historia…

Mi pecho se oprimió con el peso de sus palabras. Lo entendía, pero eso no hacía que doliera menos.

Me contó que tenía planeado irse a Pereira. Esa ciudad quedaba en otro departamento, lejos, muy lejos del lugar donde yo vivía. Tenía un tío allá que le estaba buscando trabajo. No era algo seguro, pero existía la posibilidad. Y si se iba… si realmente se iba, entonces esa vez sí que no volveríamos a vernos.

Intenté reprimir la tristeza que se instaló en mi pecho.

—Pero no hablemos de cosas tristes —dijo él, con una sonrisa—. Aún no es seguro.

—Tienes razón —asentí, obligándome a sonreír—. Hoy es un día feliz, un logro más en nuestras vidas.

Como si el destino quisiera salvarme de ese momento, de pronto sentí unos brazos envolviéndome por la espalda y un beso en mi mejilla.

—¡Mi graduada favorita!

Reconocí la voz de Sebastián de inmediato.

Al girarme, lo vi sonriéndome con esa expresión juguetona que siempre tenía. Y, al igual que Mauro, lucía guapísimo.

Un capítulo de mi vida estaba cerrándose… pero, ¿estaba realmente lista para dejarlo ir? Me hice esa pregunta con miedo.

—¡Que niña más hermosa!

—Muchas gracias, igual que tú, guapísimo.

—A la orden cuando gustes —respondió con una sonrisa encantadora.

Le di un pequeño empujón juguetón y ambos reímos. Clara también se veía preciosa con su cabello ondulado y su vestido azul.

Nos reunimos, nos colocaron las togas y salimos en formación hacia la iglesia. Mi pecho era una revolución de emociones: alegría, nostalgia, un poco de temor por el futuro… Habíamos cumplido un sueño, pero ahora venía una nueva etapa. No podía evitar sentir tristeza al pensar que quizás muchos de mis compañeros tomarían caminos distintos. Algunos se irían a la ciudad a estudiar en la universidad, pero yo sabía que no tenía esa posibilidad. Nuestra situación económica no me permitía aspirar a una carrera, aunque trataba de no pensar en ello, la realidad pesaba en mi mente.

Cuando llegamos a la iglesia, nos ubicamos en nuestros lugares. Mis padres estaban allí, orgullosos. Incluso mi tío me miraba con satisfacción. Al voltear hacia la izquierda, mis ojos se encontraron con los de David. Esos ojos verdes destacaban en cualquier espacio.
Su cabello impecablemente peinado, su barba bien arreglada, su expresión seria, pero intensa… Como siempre, tenía ese aire varonil que lo hacía destacar entre los demás.




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