Caray, la adorable señora Concha, nos ha tocado la puerta suavemente… ¿qué querrá? Y ¿qué hora es?, veo que Muriel aún lucha por no despertar, es que anoche nos acostamos muy tarde en aquella improvisada fiesta que hicimos en el taller de don Sergio y donde hasta dí mis primeros pasos de salsa de la mano de Eduardo… ¡Ay, Eduardo!, es bello el terrícola la verdad, pero enseguida me levanto pues la señora Concha vuelve a llamar a la puerta.
Entonces le digo en tono dulce:
—¡Ya va señora Concha, es que recién acabo de abrir los ojos!
Al abrir la puerta de la habitación la señora Concha aparece ataviada con su traje de baño floreado, que por cierto le queda muy mono, es que la señora Concha es una mujer hermosa y sobre todo de alma risueña, sus 70 años son pura plenitud, pura vitalidad; ella nos dice cariñosamente:
—Muchachas, se que anoche nos acostamos tardísimo, pero Francisco y Eduardo a pesar del trasnocho las quieren lleva a conocer la playa más bella de la isla de Margarita: Playa el Agua, así que alístense rápidamente, yo incluso preparé algunos refrigerios e hidratación suficiente, además si nos pega mucho el sueño podemos dormir un rato en la playa.
Muriel y yo le dimos las gracias al unísono y Muriel termina de saltar de la cama presta a arreglarse para ir a la playa.
De pronto frente al espejo del baño se refleja una Kalena que hace mucho había olvidado, una Kalena feliz, una Kalena enamorada, que suspira de amor por nada menos que un terrícola, pero ¡qué terrícola!, los fantasmas de amores pasados como Rino parecen haberse esfumado para siempre como el humo que sale por un tubo en combustión cuyo destino es perderse para siempre. Le sonrío con el alma a esta Kalena del reflejo y me arreglo a toda velocidad, incluso apurando hasta el cansancio a Muriel, que enseguida nota que me gusta Eduardo y me mira de modo picaresco.
Luego de alistarnos desayunamos rápidamente los cinco, cinco almas felices que buscan disfrutar la vida… ¡Diosa madre!, el planeta Tierra es el planeta del amor, de la amistad y de las emociones variopintas…
Esta vez es Eduardo quien maneja por espacio de 10 minutos y muy pronto llegamos a aquella playa absolutamente deslumbrante, definitivamente no hay un lugar así de bello en Marte, aunque no se puede negar que nuestras cuevas son de una belleza épica, pero esta belleza de playa tan deslumbrante es paradisiaca y única, honestamente me siento flotar en las nubes, las palmeras son de un verde intenso inigualable, el agua de la playa es absolutamente cristalina y fresca y la arena es finísima, definitivamente anhelo traer a mis padres, a tía Mirna al tío Gabo y por supuesto a mi loco hermanito Cilión a este más que magnánimo lugar. Muriel también está embelesada con este magnífico lugar; de pronto Francisco y Eduardo abren la cava con hielo que tiene en su interior cerveza y ron, no esto es demasiado perfecto para ser real…., sobre todo porque mi corazón palpita emocionado con Eduardo, honestamente quisiera eternizar este preciso instante sobre todo porque en un momento dado Eduardo me sonríe y en sus pupilas se dibuja la silueta tímida de un par de corazones y eso me termina de derretir… ¡Oh, soy feliz, soy verdaderamente feliz! Y mi emoción es tal, que de pronto me alejo de los cuatro corriendo como una niña feliz y sumerjo mis pies en el agua de la playa, Margarita es pura vida…
Una vez que conseguimos ubicarnos bajo un toldo Eduardo y Francisco sacan unas raquetas con sus respectivas pelotas y jugamos a lo que los terrícolas llaman tenis de playa, pero todos se burlan de mí pues soy incapaz de atajar aunque sea una pelota, ¡je, je, je!
Alquilamos unos equipos básicos de snorkel y máscara y nos vamos a bucear los cuatro hacia el interior de las aguas que brillan como la plata y soy testigo de una vida marina tan colorida y diversa: peces dorados y plateados nos rondan, veo algas que son muy similares en colorido a la vegetación marciana, corales y hasta una estrella de mar, brevemente me elevo de las agua, me saco la máscara y respiro, respiro ese aire tan lleno de sabor a mar… Pronto emerge de las aguas Eduardo con ese porte moreno tan galán y por unos instantes nuestras miradas se cruzan y aquellos ojos café me embriagan de amor más que aquel licor llamado ron o guarapita.
Emerge Muriel inoportunamente y me arroja agua en la cara y Francisco la secunda y los cuatro comenzamos a hacer juegos de agua simplemente riendo, viviendo, saboreando cada minuto de la vida.
De pronto miramos en la orilla a la señora Concha quien se broncea al sol despreocupadamente y quien enseguida saca de la cava una lata de refresco y del bolso de playa unos tostones, entonces Muriel nos dice:
—Caray, muero de hambre, vamos a pedir algo al restaurante.
A mi también se me ha despertado el apetito y les digo emocionada por tener la dicha de vivir este momento mágico:
—Caray, ¡yo les invito el almuerzo! —todos riendo nos sumergimos nuevamente en el agua y regresamos con prontitud a la orilla de la playa contemplando con nuestras máscaras la preciosa fauna marina y ya fuera nos dirigimos a un precioso y pintoresco restaurante con sabor a vida y a mar, y allí degustamos unos pescados denominados: pargos acompañados con tostones, ensalada rallada, refresco y de postre un delicioso quesillo que inunda mis papilas gustativas con ese aroma a caramelo dulce y enseguida echo de menos a mi familia al completo, me encantaría ver a papá a mamá a Cilión y a mis tíos en estos parajes tan memorables disfrutando la vida como yo en estos momentos la estoy disfrutando, todo mi ser es una fiesta de sentidos, brevemente miro a Muriel sonreír y comprendo que ella en este instante también está muy feliz.
El crepúsculo vespertino tan colorido y arrebolado que definitivamente me trae a la memoria a mi amado planeta Marte, pero marca sin embargo, el fin de ese día de playa que nos hemos regalado los cinco, es hora de regresar a casa de la señora Concha y los chicos a su casa…, Pienso que su vivienda y la de la señora Concha que amablemente nos hospeda apenas está separada por una pared y que ambas se comunican por el amplio balcón, es decir estamos lo suficientemente cerca en realidad y mientras regresamos con Eduardo manejando, mi mente empieza a urdir toda una historia de amor donde ambos nos convertimos en pareja y nos terminamos casando, hasta imagino a nuestros hijos con todo lujo de detalles y a esta historia le pongo por título: Me enamoré de un terrícola ¡ja,ja,ja!