El sonido de un vehículo todoterreno circulando por las calles empedradas del pueblo de Galipán, me trae de vuelta a la realidad, estoy a pocas horas de ver a mi amado, pero aún estoy en la embajada de Marte muy cerca de Caracas, suspiro enamorada y observo desde la ventana de mi habitación la oscuridad de la noche, una noche especialmente clara y estrellada, el olor a rosas proveniente del jardín es un elixir para mi sensible olfato y de alguna forma el delicado perfume de las rosas me lleva a recordar a mi querido: Eduardo, mi gran amor…, mas un cornetazo repentino me pone en sobreaviso, pero… ¿Quién se atreve a circular por las calles de este precioso pueblecito en las alturas del cerro El Ávila a estas horas? Y ¿qué clase de maleducado toca la corneta a esta hora de la madrugada?, bastante malhumorada me fijo en la hora, al ver mi dispositivo móvil obsoletin veo que apenas son las 4 de la mañana, a caray, debe ser que algún visitante se embriagó con una buena dosis de licor, caramba los terrícolas y su amor por la bebida…, pero la corneta vuelve a sonar mientras intento volver a dormir y pienso que definitivamente la persona o las personas que se encuentran a estas horas en el vehículo son muy irrespetuosas, la corneta vuelve a soñar nuevamente y está vez escucho que el sonido estridente proviene de la propia entrada de la posada, serán los hijos de la pareja que cuidan la embajada marciana?... De pronto siento unos pasos desde la habitación donde Muriel descansa y ella abre la puerta y con los ojos muy abiertos me dice emocionada:
—!Kalena, Kalena, despiértate chica… Francisco y Eduardo ya están afuera, están tocando la corneta de su vehículo!, ¡qué emoción primita!
—Caray, prima, ¿no puede ser? Si apenas son las 4 de la mañana… Y, y yo estoy en pijama…
Enseguida me levanto de la cama como un rayo veloz y me miro al espejo, pero si tengo el pelo echo un desastre y estoy con mi pijama rosada para nada bonita…, Muriel de pronto se mirá en el espejo de mi habitación y trata de arreglarse el pelo lo mejor que puede, luego corre a mi baño y se cepilla los dientes y con mi cepillo…, y yo como loca busco entre el poco equipaje que está a la mano un pantalón y una camisa decente y bueno no encuentro el peine, pero bueno… ¡Ay, que caos! y a la vez ¡qué emoción!, ¿cómo es posible?
En cosa de minutos Xilliniia nos toca diciéndonos:
—Mis queridas princesas unos jóvenes terrícolas las buscan…
Yo abro la puerta y la veo sonreír de modo picaresco y nos dice en tono cómplice:
—Oh, qué hermoso, otra historia de amor como la mía y la de mi Roberto… ¡Ay, el amor!
Yo le sonrío de vuelta y ahora estoy buscando mi collar de perlas, para que él vea que me ha encantado su regalo.
Bastante mal arregladas salimos Muriel y yo corriendo a las afueras de la posada/embajada de Marte y recorremos emocionadas a toda velocidad sobre el camino de piedras que dista entre la puerta de la casa hasta la entrada donde sin duda alguna aguardan impacientemente los grandes amores de nuestras vidas, más de un mes sin vernos, demasiado tiempo… ¡Qué emoción!
Nos abrazamos Eduardo y yo y nos besamos en los labios llenos de ansiedad… Muriel y Francisco también se funden en un fuerte abrazo y tanta felicidad por estar juntos me deja sin palabras, solo me permite brillar en una cálida luz desde donde nace la felicidad más pura...
Al rato nuestros novios estacionan el vehículo en el estacionamiento de la posada y bueno Francisco y Muriel desaparecen repentinamente y bueno yo también… Está posada en Galipán ya no es ninguna embajada de Marte, es la posada del amor…
Un amor que nos abraza como fuego convirtiéndonos en uno, esta gloriosa madrugada, con nuestras almas fusionadas de pronto nuestras almas se permiten contemplar entre dulces placeres un amanecer arrebolado y… ¡El amor es luz!
***
Al medio día despierto de aquel ensueño cuyo protagonista es Eduardo, miro el claro y luminoso cielo desde el ventanal de mi habitación, escucho el afinado cantar de unos pájaros coloridos y el refrescante sonido del mecer de las ramas de los árboles; el aroma de café se cuela en mi acogedora habitación y me despierta el apetito, pero la contemplación meditativa de mi amante me hace sonreír llena de gratitud y es que: qué bello es mi terrícola color arena de ojos café, ojos que emulan a la perfección el universo conocido.
Pero mi meditación se ve interrumpida por los pasos de Muriel y Francisco y un pensamiento sacude de modo picaresco mi mente: «seguramente ellos pasaron también una madrugada fabulosa…, y bueno la noble embajada de Marte encubierta que es una hermosa casita ubicada en Galipán se ha convertido en nuestro refugio de amor», arropó mejor a mi galán quien aún duerme y me dedico a urdir nuestro futuro común, imaginando con vehemencia en esos hijos que la vida nos ofrecerá como premio a nuestro más que perseverante amor.
De pronto Eduardo se levanta y nos abrazamos y la sensación tan humana de hambre me hace decir:
—Cariño, creo que el desayuno o más bien el almuerzo está listo, pues el aroma a café invade mi sistema respiratorio.
Eduardo me besa los labios y me responde:
—Vamos a comer ya mismo mi amor, Francisco y yo apenas cenamos anoche pendientes de preparar todo lo necesario para pasarlas a buscar.
De pronto veo levantarse de la cama a mi precioso hombre color arena de profunda y arrebatadora mirada de iris café y amplias pupilas y no puedo más que suspirar de amor…
Al salir al pasillo de la casita, de pronto el delicioso olor de exquisitos manjares nos lleva tanto a mí como a Eduardo que estamos tomados de la mano amorosamente, hacía una terraza ubicada posterior a la sala y allí vemos la mesa bien servida con deliciosos manjares terrícolas típicos colombo-venezolanos, Muriel y Francisco ya se encuentran almorzando y la muy amable señora Xiliniia y Roberto se levantan de la mesa y nos dicen cariñosamente: