Al día siguiente, Mía abrió el celular y el mundo le explotó en la pantalla. Su video había sido compartido por cuentas virales, y ahora incluso marcas de belleza y tiendas de productos para el cabello le enviaban mensajes ofreciéndole colaboraciones. Cada notificación era un recordatorio de que su vida cotidiana ya no le pertenecía del todo.
Salió a la calle con gafas de sol y gorra, pero ni así pudo pasar desapercibida. Vecinos la saludaban, niños la miraban con admiración y algunos adultos se acercaban para tomarse fotos. Cada sonrisa fingida o gesto amable le recordaba que la fama tenía un precio extraño: diversión mezclada con agotamiento.
Entre todo ese caos, Mía encontraba alivio en su chat con Leo. Él parecía el único que podía hacerla reír de verdad en medio del torbellino de comentarios, menciones y likes. Sus mensajes eran pequeños respiros de normalidad, cargados de humor absurdo y complicidad.
—Si mañana alguien me pide autógrafos, te culpo a ti —escribió Mía mientras esperaba a que Leo respondiera.
—Y si me despiden por estar pendiente de tus mensajes, será culpa tuya —respondió él casi de inmediato.
—Al menos podemos culpar al cepillo —dijo ella, con una carcajada virtual.
—El verdadero culpable de todo este romance trágico 😉 —remató Leo, y Mía se sonrojó sola en su cuarto, imaginando su sonrisa.
Esa tarde, mientras revisaba otra vez los comentarios y memes, Mía se dio cuenta de que estaba aprendiendo a moverse entre la fama y la vida real con cuidado. No podía ignorar los mensajes de marcas, pero tampoco quería perder su pequeña burbuja de normalidad que compartía con Leo.
Leo, del otro lado de la ciudad, también estaba atrapado en su propia mezcla de obligaciones y diversión. Sus compañeros de trabajo lo miraban con curiosidad mientras él se reía solo frente al computador, respondiendo al chat de Mía y creando memes internos sobre su “influencer favorita del vecindario”.
Por la noche, volvieron a hablar sin pausa, y esta vez la conversación fue más personal. Mía le confesó que se sentía extraña siendo conocida por algo tan ridículo como un cepillo que había convertido en viral. Leo le aseguró que todo eso no cambiaba lo que él pensaba de ella: seguía siendo la misma chica ingeniosa y divertida que podía hacer que su día entero fuera más ligero con un simple mensaje.
Entre risas, memes y confesiones, se dieron cuenta de algo importante: la fama podía ser abrumadora, pero juntos habían encontrado un refugio secreto, donde podían ser ellos mismos. Y aunque no sabían cuánto duraría ese refugio, sabían que mientras estuvieran conectados, el caos viral sería mucho más divertido.
La fama viral tenía sus propios horarios. Esa mañana, Mía se despertó con una decena de notificaciones nuevas: su video del cepillo había sido compartido en otra ciudad, algunos seguidores le pedían consejos sobre qué cepillo usar, y un par incluso habían recreado su famosa “actuación” frente al espejo. Entre selfies de fans y comentarios exagerados, Mía se preguntaba cómo un simple cepillo había cambiado tanto su vida.
Decidió tomar aire y salir al supermercado para despejarse. Apenas puso un pie fuera de la casa, un grupo de vecinos la reconoció y le pidió fotos. Mía sonrió, posó para las fotos y, mientras tanto, su mente no podía dejar de pensar en Leo. Su chat con él era como un oasis de normalidad en medio del torbellino de likes, comentarios y memes que la perseguían.
—Si me hacen un mural de mi cara, será tu culpa —escribió ella mientras caminaba por el pasillo de los cereales.
—Y si me despiden por estar pendiente de tus mensajes, también será tu culpa —respondió Leo, acompañado de un emoji de risa que casi le hace soltar la bolsa de compras.
—Al menos podemos culpar al cepillo —añadió Mía, soltando una risita.
—El verdadero culpable de todo este romance trágico —remató él, y Mía no pudo evitar sonrojarse otra vez, imaginando la sonrisa de Leo al escribirlo.
Esa noche, Mía decidió mostrarle a Leo algo secreto: su lista de “fails” virales. Videos cortos de momentos ridículos, bromas que nunca había compartido y confesiones tontas sobre su vida diaria. Leo respondió con memes internos que solo ellos entendían, y ambos rieron hasta que sus ojos se cansaron.
—Si alguien viera esto, pensarían que somos locos —dijo Mía.
—Locos, pero sincronizados —respondió Leo.
Entre risas, emojis y mensajes nocturnos, algo comenzó a cambiar. La conexión entre ellos ya no era solo diversión; había complicidad, confianza… y una chispa que ninguno quería ignorar.
Mientras Mía se dormía finalmente, con el celular en la mano y una sonrisa, Leo permaneció despierto un poco más, mirando la pantalla vacía y deseando que mañana fuera igual de caótico y divertido, porque cada mensaje con Mía se había vuelto la parte favorita de su día.
El lunes comenzó con un mensaje que Mía nunca olvidaría: su tía había organizado una pequeña entrevista para un periódico local. Mientras su madre la presionaba para arreglarse, Mía no podía dejar de mirar el celular, esperando algún mensaje de Leo. Él, del otro lado de la ciudad, también revisaba cada notificación, asegurándose de que ella estuviera bien entre tanto caos.
—Si me preguntan algo estúpido, diles que el cepillo es mi portavoz —escribió Mía mientras se maquillaba frente al espejo.
—Perfecto, y yo declaro que tu gato es tu manager personal —respondió Leo con un emoji guiñando el ojo.
Rieron al mismo tiempo, y Mía se dio cuenta de que incluso en medio del estrés, él era su refugio.
La entrevista fue un desastre glorioso. Cada pregunta que le hacían parecía más ridícula que la anterior: cuál era su cepillo favorito, qué música escuchaba mientras cepillaba, si pensaba en un tour de cepillos por la ciudad. Mía respondió con humor y sarcasmo, y su sonrisa nerviosa se convirtió en viral instantáneamente en la red local.
De regreso a casa, Mía estaba agotada y frustrada, pero abrió el chat de Leo y encontró un mensaje que la hizo reír a carcajadas:
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Editado: 01.10.2025