Era sábado por la tarde y Mía había decidido salir a dar un paseo rápido antes de que los fans la encontraran en cualquier esquina. Sin embargo, la fama viral no descansaba. Apenas puso un pie fuera de su casa, un grupo de seguidores la reconoció y comenzó a seguirla, grabando cada movimiento con sus celulares.
—Ok, esto es oficialmente demasiado —murmuró Mía, mientras intentaba mantener la calma y sonreír para las cámaras improvisadas de los fans—. ¿Por qué siento que estoy en un reality show?
—Porque lo estás —respondió Leo por chat—. Solo que en este, yo soy tu compañero secreto de aventuras.
Mía rió y comenzó a caminar más rápido, esquivando carritos de supermercado y mascotas curiosas. De repente, uno de los fans le lanzó un accesorio ridículo: un sombrero gigante con luces parpadeantes. Sin pensarlo, Mía se lo puso y posó dramáticamente, haciendo que todos los presentes estallaran en aplausos y risas.
—Ok… este es oficialmente el momento más absurdo de mi vida —escribió a Leo, enviándole una foto con el sombrero—. Tu turno de burlarte virtualmente.
—Ridícula y adorable —respondió él—. Ese sombrero debería ser considerado patrimonio mundial.
Mientras avanzaba por la plaza, Mía comenzó a notar cómo la presencia de Leo, aunque virtual, le daba confianza. Se sentía más ligera, más divertida, como si su caos personal y el de los fans se mezclara con una burbuja de seguridad invisible.
En un momento, un grupo de fans intentó organizar un pequeño “reto de selfies” con Mía y su famoso cepillo. Ella aceptó, riéndose y posando con su sombrero luminoso mientras los fans competían por la selfie más épica. Leo estaba en videollamada, dando instrucciones cómicas:
—Inclina el cepillo dramáticamente… Sí, así… Perfecto, estás lista para Hollywood.
Entre risas, caídas cómicas y comentarios de los fans, Mía sintió un calor especial en el pecho. Cada broma de Leo, cada mensaje tierno escondido entre risas, hacía que el caos del público se convirtiera en algo casi romántico.
Al final del paseo, Mía decidió sentarse en un banco, agotada y feliz. Leo apareció en videollamada, con esa sonrisa que la hacía derretir:
—Sobrevivimos otra misión viral —dijo él—. Y debo admitir… verte manejar el caos me hace admirarte más de lo que ya lo hago.
Mía sonrió, sin poder evitar que sus mejillas se pusieran rojas.
—Gracias, Leo —susurró—. Contigo hasta los fans más locos se sienten… divertidos.
—Y tú… —dijo él, bajando un poco la voz— haces que mi día sea mejor, incluso en medio de todo este desastre.
Al dia siguiente
Era lunes por la mañana cuando Mía abrió su celular y sintió un escalofrío: no podía acceder a su cuenta. Cada intento de ingreso fallaba y, para colmo, apareció un mensaje extraño en la pantalla:
"Gracias por confiar en mí. Ahora soy el dueño de tu fama. Atentamente, el Hacker del Cepillo."
—No puede ser… —murmuró Mía, mientras su corazón se aceleraba—. ¡Alguien robó mi cuenta!
El pánico no tardó en apoderarse de ella. Todos los seguidores, fans y mensajes que habían estado creciendo durante días ahora podían ser manipulados por un desconocido. Mientras Mía intentaba mantener la calma, Leo apareció en el chat casi de inmediato:
—Tranquila —dijo él—. Respira. Esto no es el fin del mundo… aunque sí del caos virtual.
—No es nada tranquilo —contestó Mía—. ¿Qué hago si empieza a publicar cosas ridículas o vergonzosas con mi nombre?
—Primero, necesitamos un plan de ataque hacker —respondió Leo con un emoji de detective—. Segundo… yo te cubro. Virtualmente, pero te cubro.
Mía empezó a recibir notificaciones extrañas: publicaciones con filtros absurdos, memes del “cepillo cantante” y hasta mensajes donde su cuenta parecía hacer bromas de mal gusto a sus seguidores. La situación era surrealista.
—Este hacker tiene demasiado tiempo libre —escribió Mía—. Y mal gusto.
—Claro —respondió Leo—. Pero piensa en esto como un reto extremo. Si sobrevivimos a este caos digital, podemos sobrevivir a cualquier cosa… incluso a una invasión de fans disfrazados de cepillos.
Decidieron actuar rápido. Mientras Mía cambiaba contraseñas y activaba la autenticación de dos factores, Leo la guiaba paso a paso:
—Ahora toca el segundo factor… correcto, ese es el código. Sí, muy bien. Respira… ¡y listo! Recuperaste tu cuenta.
—¡Sí! —gritó Mía, saltando de alegría mientras veía que todo volvía a la normalidad—. Gracias, Leo. Sin ti, habría llorado en público por un hacker de cepillos.
—Todo en un día de trabajo para tu héroe secreto —bromeó Leo—. Aunque debo admitir… casi me da un infarto virtual.
Mía rió, aunque aún un poco nerviosa. El hacker había sido un susto, pero también les recordó algo importante: juntos podían enfrentar cualquier caos, digital o real. Y mientras la adrenalina bajaba, Mía sintió un pequeño cosquilleo en el pecho al mirar el chat de Leo.
—Sabes —escribió ella finalmente—, si esto se repite, quiero que estés a mi lado todo el tiempo… incluso para rescatarme de hackers malvados.
—Siempre —respondió él—. No importa si es un hacker, un fan loco o un cepillo rebelde. Yo estoy aquí.
Mía sonrió, sintiendo que, aunque el mundo virtual era impredecible y a veces absurdo, tener a alguien como Leo hacía que cada desastre se transformara en una aventura compartida… con risas, ternura y un toque de romance que solo ellos podían entender.
Era un martes gris cuando Mía revisó su celular y sintió un nudo en el estómago. Su cuenta ya no solo estaba comprometida… esta vez, todo el dinero generado por sus videos y colaboraciones había desaparecido. Los notificaciones de pagos y ganancias mostraban saldo cero, y un mensaje críptico aparecía en pantalla:
"Gracias por tu contenido. Ahora tus ganancias son mías. No intentes recuperarlas."
—No… no puede ser —susurró Mía, temblando un poco—. ¡Todo mi trabajo… todo!
#3149 en Novela romántica
#1066 en Otros
#389 en Humor
comedia humor, internet amor atra vez de la computadora, romance y humor
Editado: 01.10.2025