Era miércoles por la tarde y Mía estaba lista para un live con sus suscriptores. Después del hackeo que le había robado todo el dinero, sabía que debía reconectar con su comunidad, mostrar que seguía viva en la red y, de paso, recuperar un poco del caos viral que tanto amaba.
—Ok, Mía —dijo ella mientras encendía la cámara—. Respira hondo. No te tropieces con el enchufe, ni con el gato… ni con tu dignidad.
—Tú puedes —le escribió Leo en el chat privado—. Recuerda: risas, memes y un toque de desastre adorable.
Apenas comenzó la transmisión, los mensajes comenzaron a llegar a una velocidad imposible: emojis de gatos, corazones, memes de cepillos y comentarios ridículos que hacían que Mía riera a carcajadas.
—¡Hola, hola! —dijo Mía, saludando a la cámara con una sonrisa enorme—. Bienvenidos a mi caos controlado. Hoy vamos a divertirnos, responder preguntas imposibles y, probablemente, caer en algún que otro desastre viral.
El primer suscriptor preguntó algo absurdo: “¿Puedes peinar tu gato mientras cantas ‘Eye of the Tiger’ y haces un baile ridículo?”
—Desafío aceptado —dijo Mía, levantando al gato y empezando a improvisar un baile torpe mientras el felino miraba con cara de “esto es una locura”.
Leo, desde el chat, le enviaba stickers y comentarios graciosos: “Nivel de caos: épico. Felino: confundido pero orgulloso. Tú: gloriosa.”
Entre cada interacción, Mía comenzó a leer mensajes más personales: fans contando cómo su humor les alegraba días difíciles, seguidores que habían recreado los retos virales y otros que le enviaban dibujos de gatos con cepillos. Cada historia le arrancaba una sonrisa, a veces lágrimas de ternura.
—No sabía que tanta gente podía reírse de mis locuras y sentirse parte de esto —dijo Mía, mientras leía un comentario que decía: “Gracias por hacerme reír incluso cuando la vida me aburre”
—Exacto —escribió Leo—. Y mira, todos te quieren tal cual eres: divertida, absurda y un poquito caótica.
En un momento, un suscriptor le pidió que leyera en voz alta los peores memes que habían hecho sobre ella. Mía aceptó, y entre carcajadas, empezó a imitar voces y gestos ridículos, provocando que su propio gato se escondiera detrás de una almohada.
—Ok, creo que esto es mi vida ahora —dijo Mía, entre risas—. Meme queen oficial y héroe del caos.
—Y la reina de mi corazón —apareció Leo en el chat, con un mensaje que la hizo sonrojar instantáneamente—.
Mía rió, cubriéndose el rostro con una mano, mientras los suscriptores inundaban el chat con emojis de corazones y risas. Por primera vez desde el hackeo y el robo del dinero, se sintió realmente conectada con su comunidad, con Leo y con la sensación de que podía superar cualquier desastre viral… siempre que no estuviera sola.
Antes de terminar el en vivo, Mía mirando la pantalla de su celular, con los ojos un poco hinchados y con lágrimas a punto de llorar, abrió su corazón y mencionó que había perdido la cuenta, el dinero y, con ello, sentía que también se le había ido el esfuerzo de años. Pero en lugar de desaparecer, decidió abrir un directo improvisado desde una cuenta secundaria por esa nueva que la veían.
—“Hola… soy Mía, sí, la real. Perdí mi cuenta, me la hackearon otra vez. Y esta vez no hay final feliz… no la voy a recuperar.”
El chat empezó a llenarse de mensajes:
“¡Nooo, Mía!”
“Aquí estamos contigo, no importa la cuenta.”
“El dinero vuelve, pero tú no te rindas.”
Al principio Mía dudaba en leer, pero poco a poco las palabras de apoyo la fueron ablandando.
—“No saben cuánto significa para mí verlos aquí. Yo pensé que sin la cuenta… ustedes ya no iban a estar.”
Los suscriptores empezaron a compartir anécdotas de cómo la habían conocido:
Uno dijo que sus videos le habían ayudado a superar una ruptura.
Otra confesó que gracias a sus transmisiones se animó a abrir su propio canal.
Incluso apareció un grupo de fans que coordinó un donativo colectivo, no para reemplazar lo perdido, sino como gesto de cariño.
Mía, con voz temblorosa, rió entre lágrimas:
—“Ok… ustedes acaban de convertir la peor semana de mi vida en algo que jamás voy a olvidar. Tal vez perdí una cuenta, pero gané la certeza de que mi comunidad es real, más allá de números.”
La transmisión cerró con una promesa:
Mía volvería, no importaba desde qué perfil, porque su esencia no se podía hackear.
Cuando terminó el live, exhausta pero feliz, Mía se recostó en la cama y le escribió a Leo:
—Gracias por estar ahí, incluso en mis locuras virales.
—Siempre —respondió él—. Incluso si un millón de suscriptores te piden que bailes con un cepillo y un gato al mismo tiempo. Tus fanlovers te adoran, lo sabes ...
Era tarde. Y de repente Leo envía un mensaje que decía:
—¿Puedo llamarte? Solo… quiero saber cómo estás.
Ella dudó unos segundos, pero aceptó. La videollamada se abrió y ahí estaba él, despeinado, en sudadera, sin luces de estudio ni poses de influencer. Solo Leo, el chico detrás de las cámaras.
—No pensé que fueras a estar despierto. —dijo Mía, sonriendo débilmente.
— No pensé que fueras a contestar. —rió él.
Hubo un silencio breve, no incómodo, más bien como un respiro.
— Es raro, ¿sabes? Toda mi vida la comparto en línea… y aun así siento que nunca hablo de lo que realmente me pasa. —confesó Mía.
— Sí, porque allá afuera todos esperan la versión brillante de nosotros. La que no se rompe.
Mía lo miró fijamente en la pantalla, sorprendida por lo directo que podía ser.
— ¿Y tú? ¿Qué ocultas, Leo?
Él suspiró, apoyando la frente en su mano.
— Que a veces siento que no soy suficiente. Que vivo rodeado de gente que parece tenerlo todo bajo control… y yo solo improviso para no quedarme atrás.
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Editado: 01.10.2025