Después de aquella charla nocturna, Mía y Leo comenzaron a escribirse con más frecuencia. Al principio eran mensajes casuales: un meme, un video corto, un comentario sobre algún influencer en común. Pero pronto se convirtieron en charlas largas que se extendían hasta la madrugada.
Una tarde, mientras Mía organizaba un nuevo en vivo desde su cuenta secundaria, Leo le envió un mensaje:
—Oye, ¿quieres que te acompañe detrás de cámaras? Prometo no robar protagonismo.
Ella aceptó, medio bromeando, medio nerviosa. Durante la transmisión, Leo estaba sentado fuera de cuadro, pero Mía sentía su presencia todo el tiempo. Cada vez que se equivocaba o soltaba una risa nerviosa, lo miraba de reojo, y él le devolvía una sonrisa cómplice.
Al terminar, Leo se acercó con una botella de agua y le dijo en voz baja:
—Lo hiciste genial. No necesitas la cuenta vieja para brillar.
Mía sintió que esas palabras pesaban más que cualquier comentario en el chat. Le salió una risa nerviosa.
—¿Siempre sabes qué decir o solo me lo parece?
— Solo contigo me pasa. —contestó él sin pensarlo demasiado.
Hubo un silencio. Ella lo miró, sorprendida, pero él enseguida desvió la vista, haciéndose el distraído.
De camino a casa, Mía abrió su celular y vio que Leo había escrito:
“Perdón si soné raro hace rato. Solo quería que supieras lo que pienso.”
Mía sonrió para sí misma, abrazando la almohada como si fuera un secreto compartido. No respondió de inmediato. Dejó el mensaje ahí, flotando, como una semilla que todavía no quería apresurar a florecer.
— ¿Y si salimos un rato? Nada de cámaras, nada de directos… solo tú y yo. —propuso Leo una mañana.
Mía se quedó pensando. Era extraño: solía salir con otros influencers en plan colaboraciones o eventos, pero esto sonaba distinto. Más simple. Más personal.
Aceptó.
Se encontraron en una cafetería pequeña, nada de lugares lujosos ni de moda. Mía apareció con gorra y lentes oscuros, intentando pasar desapercibida, pero Leo se rió apenas la vio.
— Pareces una estrella de cine escapando de los paparazzi.
— Shhh, no me descubras. —respondió ella, sacando la lengua juguetona.
La charla fluyó sola. No hablaron de seguidores ni de algoritmos; hablaron de películas, de sus comidas favoritas, de cosas que odiaban pero que igual terminaban haciendo. Entre risas, Mía descubrió que Leo tenía la costumbre de coleccionar boletos de cine, y él se enteró de que ella aún guardaba su peluche favorito de la infancia.
Cuando salieron a caminar, la tarde estaba nublada. De repente comenzó a llover suave, y los dos corrieron a refugiarse bajo un toldo. Mía, con el cabello un poco mojado, lo miró divertida.
— Esto parece escena de serie romántica barata.
— Entonces tenemos que improvisar el guion. —dijo Leo, con una sonrisa tímida.
Por un instante, se quedaron muy cerca, escuchando el golpeteo de la lluvia. Ninguno dijo nada, pero algo en el aire se había vuelto distinto. No era aún un beso ni una confesión, pero sí una sensación clara de que lo que estaban construyendo iba más allá de una amistad.
Cuando la lluvia paró, siguieron caminando como si nada. Aunque, en silencio, los dos sabían que esa tarde ya no era “una cualquiera”.
Unos días después, Leo le mandó un mensaje:
— ¿Quieres ir a ver una peli? Pero tranqui, no es una cita. O sea… solo si tú quieres que sea. Bueno, mejor olvida lo que dije.
Mía soltó una carcajada frente a la pantalla y contestó:
—Vale. Una no-cita suena bien.
En el cine, la situación no podía ser más graciosa. Apenas entraron, el acomodador los reconoció y les dijo:
— ¡Oh! ¿Son esos influencers? ¿Vienen juntos?
Leo se puso rojo al instante, mientras Mía, divertida, respondió:
— Nooo, para nada. Solo vine con mi vecino… mi primo… mi chofer… bueno, algo así.
Ya en la sala, Leo intentó comprar palomitas grandes “para compartir”, pero terminó derramándolas apenas se sentaron. Mía lo miró arqueando una ceja.
— Wow, eres todo un galán de cine.
— Shhh… era parte del plan. Ahora tengo excusa para acercarme más y alcanzarlas del suelo.
Durante la película, hubo un momento en el que sus manos se rozaron buscando al mismo tiempo una palomita sobreviviente. Se quedaron quietos unos segundos. Mía fingió toser, Leo fingió concentrarse en la pantalla… pero los dos sabían que no había nada casual ahí.
Al salir, la broma continuó:
— Entonces… ¿cómo calificamos esta no-cita? —preguntó Mía.
— Diría que fue un éxito, si no contamos mi atentado contra las palomitas. —rió Leo.
Ella lo miró divertida.
— Mejor dejamos claro algo: si la próxima vez derramas refresco encima de mí, ahí sí dejaré de fingir que no es una cita.
Leo levantó las manos en señal de rendición, sonriendo más de lo que quería admitir.
Después del cine, Mía y Leo decidieron que sus salidas serían oficialmente “no-citas”. Así que cada vez que quedaban, se esforzaban en exagerar lo poco romántico de la situación… aunque el resultado siempre era el contrario.
La primera fue en una pizzería.
— Lo bueno de venir contigo es que no tengo que fingir glamour. Puedo comer con las manos sin miedo al qué dirán. —dijo Mía, con un pedazo de queso estirándose como hilo interminable.
Leo la miró fascinado y respondió:
—Sí, pero si terminas con salsa en la cara, yo no pienso avisarte.
Obviamente lo hizo… y terminó limpiándole la mejilla con una servilleta, demasiado cerca como para que pareciera solo un gesto amistoso.
La segunda “no-cita” fue en el parque. Querían andar en bici, pero Leo, muy seguro de sí mismo, olvidó que hacía años que no tocaba una. Terminó chocando contra un arbusto.
— ¡Estoy bien! Solo estaba probando los frenos… ¡funcionan perfecto! —gritó, con ramas saliéndole del cabello.
Mía no podía parar de reír, y entre carcajadas terminó cayéndose ella también, porque se distrajo mirándolo.
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Editado: 01.10.2025