Al día siguiente, Mía y Leo se encontraron en un café con un par de amigos influencers.
El problema: después de aquel primer beso, ninguno sabía cómo comportarse.
— Entonces, ¿qué hicieron ayer? —preguntó uno de los amigos con curiosidad.
Mía y Leo se miraron un segundo, congelados.
— Un escape room. —respondieron al mismo tiempo.
— ¡Exacto! Y nada más, o sea… cero interesante. —añadió Leo, nervioso.
— Sí, aburridísimo. Nada que contar. —remató Mía, riéndose demasiado fuerte.
El amigo los miró raro.
— Ya… suenan muy convincentes.
Durante la plática, cada detalle los delataba.
Mía pedía azúcar y Leo se la alcanzaba antes de que ella hablara.
Leo hacía un chiste malo y Mía se reía como si fuera el comediante del año.
Cuando sus manos se rozaban en la mesa, ambos retiraban los dedos de golpe como si hubieran tocado fuego.
— ¿Seguro que no pasó nada en ese escape room? —insistió la amiga, con una sonrisa sospechosa.
— Claro que no. —dijo Mía, mirando hacia cualquier parte menos a Leo.
— ¡Obvio que no! —agregó él, casi atragantándose con el café.
El silencio fue tan incómodo que los tres amigos estallaron en carcajadas.
Al salir del café, Mía lo miró entre divertida y molesta.
— Eres malísimo disimulando.
— ¿Yo? Si parecías jurado en un concurso de risas falsas.
Se quedaron mirándose un segundo y ambos rompieron a reír.
— Ok, regla número uno: jamás volvemos a hablar de ese beso frente a nadie. —dijo Mía, alzando el dedo como advertencia.
— Perfecto. Pero… —Leo se acercó un poco, con una sonrisa traviesa—, ¿quién dijo que no pueda haber un segundo?
Mía lo empujó juguetonamente, intentando ocultar el rubor en sus mejillas.
La guerra del disimulo acababa de empezar.
Esa tarde, después de grabar un par de colaboraciones, Mía y Leo se quedaron solos en el estudio, guardando equipo y ordenando cables. El lugar estaba silencioso, con solo el sonido de la música ambiental y sus risas contenidas.
— Oye… —comenzó Leo, mientras enrollaba un cable—, sobre lo de ayer…
Mía lo miró con curiosidad, fingiendo no saber a qué se refería.
— ¿Qué de ayer? —preguntó, juguetonamente inocente.
Leo soltó un suspiro y se encogió de hombros.
— Nada… solo que… bueno, que… creo que…
— ¿Que qué? —interrumpió ella, apoyando el codo en la mesa, divertida.
Él tragó saliva, visiblemente nervioso, y finalmente dijo:
— Creo que me gustas… un poco más de lo que debería.
Mía sintió que su corazón daba un vuelco. En lugar de responder directamente, se cruzó de brazos y levantó una ceja.
— Solo un poco, ¿eh? Qué considerado. —dijo, con una sonrisa que no podía ocultar.
Leo se rió, rascándose la nuca, y agregó:
— Bueno… depende del día. A veces más, a veces… igual que siempre.
Mía caminó hasta él, fingiendo revisar un cable, pero se quedó demasiado cerca.
— Supongo que yo también… siento algo parecido. —dijo, dejando que sus palabras fueran ambiguas, pero suficientes para que él entendiera.
Ambos se miraron por un momento largo, demasiado consciente de la distancia entre ellos y de todo lo que no decían.
— Entonces… ¿seguimos con las no-citas? —preguntó Leo, intentando sonar casual.
— Claro… aunque ya no sé si podemos llamar ‘no-cita’ a algo así. —respondió Mía, con una sonrisa cómplice.
El aire entre ellos estaba cargado de algo nuevo: la certeza de que ninguno quería decirlo todo todavía, pero que no necesitaban palabras completas para entenderse.
La siguiente “no-cita” fue un intento de hacer deporte juntos: escalada indoor.
— Tranquila, esto es totalmente seguro… más o menos. —dijo Leo, mientras se colocaban los arneses.
— Sí, claro… ‘más o menos’. Qué confianza me das. —respondió Mía, cruzando los brazos, con la sonrisa contenida que delataba que estaba emocionada.
Desde el primer intento, todo fue un desastre cómico.
Leo, intentando ayudarla a subir, perdió el equilibrio y terminó colgado de la cuerda como un payaso.
— Estoy bien… esto es parte de la estrategia, seguro. —dijo, tratando de mantener la dignidad.
Mía se rió tanto que casi se resbala. Al ayudarlo, sus manos se rozaron más veces de lo necesario. Cada toque era eléctrico, pero ambos fingían que nada pasaba.
— No sé si esto cuenta como ejercicio… o como tortura. —dijo Mía, entre risas.
— Definitivamente es tortura compartida. —respondió Leo, riéndose y mirando sus manos entrelazadas por accidente.
Cuando finalmente alcanzaron la cima, ambos respiraban agitadamente, no solo por el esfuerzo físico.
— Wow… ¿ves? No solo sobrevivimos, sino que nos vemos increíbles. —dijo Leo, con una sonrisa traviesa.
— Increíbles… como un par de héroes torpes. —respondió Mía, mientras ambos se miraban a los ojos un segundo demasiado largo.
Al bajar, Leo accidentalmente chocó suavemente contra ella en un pasillo estrecho. Mía se apartó un poco, pero sin romper el contacto visual.
— Nada pasó, ¿verdad? —preguntó él, con una sonrisa nerviosa.
— Claro que no… absolutamente nada. —contestó ella, pero sus mejillas delataban lo contrario.
Ambos rieron, intentando fingir normalidad, mientras sabían que cada no-cita los estaba acercando más de lo que querían admitir.
— Tengo la idea perfecta para nuestra próxima no-cita. —dijo Leo con una sonrisa traviesa.
— Oh, no… ¿qué hiciste ahora? —respondió Mía, medio temerosa.
El plan: una feria local, con juegos, comida y montañas rusas. Nada romántico… según ellos.
Primera parada: los autos chocadores.
Leo se subió con una confianza exagerada. Mía lo siguió, riéndose mientras él chocaba con todo y todos.
— ¡Cuidado, que te voy a derribar! —gritó ella, chocando deliberadamente contra él.
— Nunca! Soy invencible… hasta que tú apareces. —respondió, riendo, y chocaron otra vez, esta vez demasiado cerca.
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Editado: 01.10.2025