Mía y Leo no podían quitarse de la cabeza lo que dijo Alex.
— Creo que sé quién es el hacker…
Esa frase había quedado rebotando como eco en su cabeza.
Esa misma noche, mientras caminaban hacia sus casas, Mía frenó en seco:
— Leo, tenemos que investigar.
—¿‘Tenemos’? No era tu cuenta la hackeada?
—Sí, pero… si lo hago sola seguro termino olvidando la contraseña otra vez. Necesito un cómplice.
Leo se rió, levantando las manos como si aceptara una misión imposible:
— Está bien, detective Mía, ¿por dónde empezamos? ¿Lupas gigantes, impermeables de Sherlock, o…?
— No. Empezamos con lo que siempre funciona. —sacó su celular y abrió un grupo secreto en WhatsApp llamado Operación Atrapa-Hacker.
Primera pista:
Alex les había dicho que “escuchó rumores de alguien de la comunidad de streamers que se jactaba de haber hackeado cuentas”.
— Eso significa que debemos infiltrarnos. —dijo Mía con cara seria.
— ¿Infiltrarnos dónde? —preguntó Leo, imaginando algo de alto riesgo.
— En un chat de streamers… fingiendo que también somos hackers.
Leo se atragantó con su refresco.
— Mía… apenas sé cambiar la contraseña de mi correo. ¿Cómo voy a fingir ser un hacker?
— Improvisa. Yo finjo todo el tiempo en mis transmisiones, ¿no? —respondió ella con orgullo.
Crearon dos cuentas falsas con nombres ridículamente obvios:
“Anon123SuperPro” (Leo)
“HackerQueen88” (Mía)
Ambos entraron a un servidor público donde los streamers hablaban de seguridad digital. La escena era tan seria que contrastaba con sus mensajes:
Mía (como HackerQueen88): “Yo hackeé la NASA el martes, pero estaba aburrida.”
Leo (como Anon123SuperPro): “Yo… eh… hackeé mi tostadora. Ahora solo hace waffles.”
Increíblemente, nadie los echó del chat. Y en medio de las bromas, alguien soltó un comentario sospechoso:
— Por cierto, ¿se enteraron de la cuenta de Mía? Qué fácil fue…
Mía y Leo se miraron al mismo tiempo, con los ojos muy abiertos.
— ¡Lo tenemos! —susurró Mía, apretando el celular como si fuera prueba de oro.
Pero en ese mismo momento, el misterioso usuario salió del chat.
Leo suspiró:
— Genial… tenemos media pista, un montón de nombres falsos y yo sigo sin entender cómo una tostadora se hackea.
Mía lo miró con determinación.
— No importa. Esto es solo el comienzo. Vamos a atrapar a ese hacker.
Y sin darse cuenta, entre risas y planes descabellados, su no-cita se estaba convirtiendo en la primera aventura real juntos.
Mía no podía dormir. La frase en el chat no dejaba de repetirse en su mente: “Qué fácil fue hackear la cuenta de Mía…”
Al día siguiente, se reunió con Leo en una cafetería. No había bromas esta vez, ni algodones de azúcar. Solo dos cafés fríos y una tensión que se podía cortar con cuchillo.
— Leo, esto ya no es gracioso. Esa persona sabía lo de mi cuenta… y entró al chat solo para presumirlo. —dijo Mía en voz baja, mirando alrededor como si alguien pudiera estar escuchando.
— Lo sé… —respondió él, serio por primera vez—. Y si lo hizo una vez, puede volver a hacerlo. O peor.
El silencio se extendió entre ellos. Por primera vez, se dieron cuenta de que esto no era solo un juego de internet.
Mía apoyó la frente en su mano.
— No es solo por los seguidores… el hacker también tiene acceso a mis datos personales. Podría arruinarme.
Leo se inclinó hacia ella.
— Entonces vamos a detenerlo. No sé cómo… pero no voy a dejar que alguien te haga daño.
Mía lo miró, sorprendida. Había visto al Leo bromista, torpe, que hacía comentarios ridículos… pero esa seriedad en su mirada le transmitió una confianza que no esperaba.
— ¿Y qué propones, detective improvisado? —intentó suavizar la tensión con una sonrisa, pero él no sonrió.
Leo sacó su celular y mostró algo en la pantalla.
— Estuve revisando anoche. Ese usuario sospechoso… no borró bien sus rastros. Dejé corriendo un rastreador casero y… creo que tengo una ubicación.
Mía abrió mucho los ojos.
— ¿En serio?
— En serio. No es exacto, pero apunta a un café internet en la otra punta de la ciudad.
Un escalofrío recorrió la espalda de Mía.
— ¿Y si es una trampa? ¿Y si nos está esperando?
Leo respiró hondo.
— Entonces vamos juntos. No vamos a dejar que esto siga.
Por primera vez, no parecían influencers jugando a ser detectives… parecían dos cómplices a punto de meterse en algo grande.
Mía asintió, mordiéndose el labio.
— De acuerdo. Vamos.
Ambos salieron de la cafetería, con el corazón acelerado. Y aunque intentaban convencerse de que era una investigación improvisada, los dos sabían que lo que iban a encontrar podía cambiar todo.
El lugar estaba escondido entre calles estrechas y locales viejos, con un letrero apenas iluminado que decía “CyberNet 24/7”. El neón parpadeaba como si quisiera advertirles que no entraran.
Mía y Leo se detuvieron frente a la puerta.
— Bueno… aquí estamos. —susurró Leo.
— Genial, ¿y ahora qué? ¿Entramos como si fuéramos a imprimir la tarea? —replicó Mía, cruzándose de brazos.
Leo respiró hondo y abrió la puerta.
Adentro, el ambiente estaba cargado de calor y un leve olor a fritura vieja. Había unas diez computadoras encendidas, cada una con alguien distinto frente a la pantalla: estudiantes, jugadores en línea, y un par de tipos con aspecto demasiado atentos a lo que hacían.
Mía y Leo se sentaron en una cabina del fondo. Mía susurró:
— ¿Y cómo se supone que reconocemos a un hacker? ¿Tendrá una sudadera con capucha como en las series?
—No lo sé… pero si alguien está jugando Buscaminas, ese no es. —intentó bromear Leo, aunque la tensión en su voz lo traicionaba.
Él encendió la computadora, metió un USB con el rastreador que había preparado y murmuró:
— Si la ubicación es correcta… el mismo dispositivo que se conectó ayer debería estar aquí.
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Editado: 09.10.2025