Me enamoré en los commentiarios

Ecos del pasado

El callejón quedó en silencio. La laptop apagada en las manos de Leo era lo único que les quedaba de Samir.

— ¿Crees que se fue porque lo asustamos? —preguntó Mía.
— No… alguien lo asustó a él. —dijo Leo, revisando con rapidez el portátil.

Intentó encenderlo. Tras unos segundos, la pantalla mostró un solo archivo, como si hubiera sobrevivido a la limpieza automática del hacker:

📁 MIA_2017

Mía se tensó al ver su nombre.
— ¿2017? Eso es… viejo.

Leo hizo clic. Aparecieron capturas de pantalla de publicaciones, mensajes privados y hasta correos que Mía casi había olvidado. Algunos eran inocentes, pero otros… eran conversaciones personales de sus primeros años como creadora, cuando aún no sabía poner límites.

— Dios mío… —murmuró ella, llevándose la mano a la boca—. Esto no debería existir todavía. Yo borré todo eso hace años.

Leo miró la pantalla, luego a Mía.
— El hacker está hurgando en tu pasado. Quiere algo que pasó en ese tiempo.

Mía se dejó caer en un cajón de madera abandonado en el callejón.
— En 2017… fue cuando empecé a crecer en redes. Pero también fue… cuando tuve problemas con algunos creadores.

Leo se agachó frente a ella.
— ¿Problemas cómo?

Ella dudó, pero finalmente lo admitió:
— Hubo un tipo… un colega que me acusó de copiarle ideas. Fue un drama enorme. Yo lo bloqueé, él desapareció del radar… pero nunca se lo perdonó.

Leo entrecerró los ojos.
— ¿Crees que podría ser él?

Mía no respondió de inmediato. La idea le revolvía el estómago.
— No lo sé. Pero si es así… entonces esto no es un ataque al azar. Es personal.

En ese momento, el portátil vibró y la pantalla volvió a parpadear. Un último mensaje apareció antes de apagarse definitivamente:

“Nos vemos pronto, Mía. Nada de lo que enterraste está realmente muerto.”

Un escalofrío recorrió a ambos.

Leo cerró la laptop con fuerza.
— Entonces tenemos una pista… y un enemigo con rencor. Pero si quiere jugar con tu pasado, tendrá que enfrentarse a nosotros.

Mía lo miró, y por primera vez no se sintió sola en esa pesadilla.

La noche había caído sobre la ciudad. Mía y Leo estaban en el departamento de ella, rodeados de laptops, cables y papeles impresos como si fueran detectives de verdad.

Mía tecleaba con fuerza, repasando viejas publicaciones que había intentado enterrar.
— Aquí está… —susurró—. Se llamaba Erick Salvatierra. Tenía un canal de reseñas y parodias. Llegamos a colaborar un par de veces… hasta que explotó todo.

Leo leyó los encabezados de viejos foros donde se hablaba del escándalo: “Drama entre streamers: ¿quién copió a quién?”
— Vaya… esto fue más grande de lo que pensé.

Mía suspiró, con el ceño fruncido.
— Yo intenté arreglarlo, pero él no quería. Decía que yo le robé su idea de una serie. Al final, desapareció del mapa. Cerró su canal, borró sus redes…

Leo, que había estado investigando aparte, levantó la vista con seriedad.
— No lo borró todo. Mira esto.

Giró su laptop hacia ella. En la pantalla aparecía un perfil semioculto en una red social vieja, con un nombre diferente pero con la misma foto de perfil que Erick había usado en 2017.

Mía sintió un nudo en el estómago.
— No puede ser…

Leo clicó en el perfil. Había pocas publicaciones recientes, pero los comentarios eran inquietantes: frases sarcásticas, indirectas, y en una publicación de hacía un mes, un mensaje resaltaba en rojo:

“Algunos olvidan sus raíces… pero yo nunca olvido una traición.”

Mía tragó saliva.
— Esto… suena demasiado personal.

Leo se recargó en la silla, pensativo.
— Si Erick es el hacker… no solo busca arruinarte profesionalmente. Quiere vengarse. Y no va a parar.

Un silencio denso llenó la habitación. Mía, que siempre había usado el humor como defensa, se sintió de pronto vulnerable.
— Leo… ¿y si tiene razón? ¿Y si de verdad yo… fui injusta con él?

Leo la miró fijo, serio, con esa calma que lo hacía diferente a todos los demás.
— Puede que tengas tus errores. Pero nada justifica lo que te está haciendo ahora. Si esto es personal, vamos a descubrirlo… juntos.

Mía lo sostuvo con la mirada. Por primera vez, no había bromas ni disimulos: solo la sensación de que ambos estaban cruzando un límite peligroso.

De repente, el celular de Mía vibró. Era un número desconocido. Al desbloquear la pantalla, vio un mensaje que la dejó helada:

“Vas por buen camino, Mía. Pero cada paso hacia mí, te acerca al final de tu carrera.”

Leo se inclinó para leerlo también.
— Definitivamente nos está observando…

Mía apretó el celular con fuerza.
— Pues que mire bien. Porque no pienso detenerme.

Al día siguiente, Mía y Leo se reunieron en la biblioteca central de la ciudad, un lugar silencioso donde casi nadie los reconocería. Entre laptops y cafés de máquina, buscaban pistas que pudieran llevarlos a Erick.

— Ok… —dijo Leo, repasando en voz alta—. Perfil semioculto, publicaciones recientes y… cero datos de ubicación. Este tipo es cuidadoso.

Mía asintió, aunque su mente estaba en otra parte.
— Si alguien puede ayudarnos, son los que estuvieron en ese drama en 2017. Tal vez recuerden algo de él.

Leo levantó una ceja.
— ¿Quieres decir que vamos a contactar a… tus ex-‘amigos streamers’? Los que te cancelaron con memes, edits y compilaciones de dos horas en YouTube?

— Exacto. —respondió ella, con una mezcla de resignación y nervios.

Después de varios mensajes incómodos, uno de esos viejos conocidos aceptó hablar con ellos: Valeria, una streamer de juegos retro que había estado muy cerca de Erick en ese tiempo.

Se encontraron en un café pequeño. Valeria llegó con gafas oscuras y gorro, como si fuera una celebridad de incógnito. Apenas los vio, sonrió con ironía.
— Mía… Leo. Vaya, esto sí que es inesperado.




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