La noche caía y el apartamento de Mía estaba en silencio, iluminado solo por el reflejo azul de las pantallas. Leo y Alex habían improvisado una especie de “centro de mando” en su sala: laptops abiertas, cables enredados y una pizza fría olvidada sobre la mesa.
— Nada nuevo por ahora, —dijo Leo, con el ceño fruncido— El correo de Erick sigue sin actividad visible.”ñ
Alex, con los pies encima del sofá y auriculares puestos, asentía al ritmo de una música que solo él oía.
— Tranquilos. El enemigo siempre se muestra cuando cree que tiene ventaja.
Mía lo miró con fastidio.
— ¿Y tú leíste eso en un tutorial de anime o algo?
Pero antes de que pudiera seguir, las luces del departamento parpadearon.
Una, dos veces.
Luego, todo se apagó.
— ¿Qué demonios—? —murmuró Leo, mientras la laptop de Mía se reiniciaba sola. La pantalla encendió… pero en lugar del escritorio habitual, apareció una ventana negra con letras rojas parpadeantes.
"¿Extrañas tu fama, Mía? Yo puedo devolvértela."
El mensaje iba acompañado de un clip de uno de sus antiguos videos virales… editado de manera grotesca, distorsionada, con risas sobrepuestas y frases que nunca había dicho.
— No… —susurró Mía, retrocediendo— Eso es de mi carpeta privada. Nunca lo publiqué.
Leo se levantó de golpe.
— ¡Desconecta el Wi-Fi ya!
Alex corrió hacia el router, tropezando con un cable y casi tirando medio escritorio. Finalmente lo arrancó del enchufe con dramatismo de película.
— ¡Hecho! …aunque creo que también apagué la nevera.
La tensión era palpable. Mía respiraba rápido, intentando entender lo que acababa de pasar.
— Tiene acceso a mis archivos… a mi nube. Erick ya entró.
Leo se acercó, su voz grave.
— Esto fue una advertencia. No buscaba robarte nada, solo demostrar que puede hacerlo.
Alex, aún nervioso, encendió otra laptop desconectada de internet.
—Podría intentar rastrear el origen del mensaje, pero necesitamos hacerlo desde un entorno seguro. Y eso significa…
Mía lo interrumpió.
—¿Qué significa, Alex?
— Significa que tenemos que ir al Foro Viejo. Donde empezó todo.
Leo lo miró, desconcertado.
— ¿El foro ese de programadores y streamers de hace años?
— Exacto, —dijo Alex— Ahí fue donde Erick se hizo notar por primera vez. Si vamos a entender qué planea, tenemos que entrar ahí… pero no será fácil. Ese sitio es prácticamente una ruina digital. Lo cerraron hace años, aunque algunos dicen que sigue activo, solo por invitación.
Mía tragó saliva.
— Entonces iremos. Si él está jugando conmigo… quiero saber las reglas del juego.
Leo la miró, admirando su determinación incluso en medio del miedo.
— Está bien. Pero esta vez no lo haremos desde casa.
Alex sonrió con nerviosismo.
— ¿Y dónde planeas hacer una operación cibernética encubierta?
Leo lo miró con una media sonrisa.
— Conozco un lugar.
La cámara (si esto fuera una serie) se alejaría lentamente, mostrando el reflejo de las letras rojas en la pantalla aún encendida:
“Esto es solo el comienzo.”
Leo condujo a los tres por calles que ya conocía de memoria —atajos, callejones con grafitis y un estacionamiento que olía a aceite— hasta un viejo estudio que usaba un amigo fotógrafo como bodega/garage cuando no había sesiones. La puerta metálica tenía un letrero medio caído: “Estudios Lumen — Reservado”. Adentro olía a cartón, café y algo a goma quemada. Perfecto para pasar desapercibidos.
— Bienvenidos al cuartel general más glamoroso del under, —dijo Leo, empujando la puerta con teatralidad. — Mi amigo me presta el lugar de vez en cuando. Tiene aislamiento de señal. Ideal para operaciones encubiertas.
Alex alzó la bufanda como si fuera una capa y se dejó caer sobre una pila de cajas.
— Si esto tuviera banda sonora, tendría un solo de teclado épico.
Mía miró a su alrededor: una mesa larga con sillas robadas de distintos locales, luces colgando, un ventilador que parecía sobreviviente de otra década y estanterías con cámaras viejas. No era sofisticado, pero era suyo por unas horas.
— Antes de nada, —dijo ella— — sin internet público. Nada de redes sociales, nada de conexión que nos rastree.
Alex asintió y sacó dos laptops viejas que había limpiado como si fueran reliquias. Sobre la mesa puso: una libreta con apuntes, un mapa de la ciudad doblado, un paquete de cables, varias baterías externas, y una caja con etiquetas que decía “Por si acaso”.
Leo repartió roles sin ceremonias:
Alex: análisis forense y rastreo en sitio — desde una laptop aislada.
Leo: mensajería en la calle, ojos y patas (iría a hablar con gente si hacía falta).
Mía: dossier emocional y verificación — ella sabía quién podía mentir o sobreactuar; era buena leyendo gente.
Se trabajó con disciplina teatral: desconectaron los móviles del wifi, los guardaron en una caja metálica (Leo la llamó “la urna de la tentación”), y encendieron una única antena portátil que Alex había traído para hacer “puente” controlado — todo lo más offline y limitado posible. Alex habló en voz baja:
— No voy a entrar en tecnicismos, pero esto reduce la huella. Si el objetivo está vigilando, no sabrá desde dónde nos conectamos.
Mientras Alex abría programas y repasaba logs viejos como quien hojea una novela negra, Mía ventiló los viejos rencores en voz baja para ordenar su cabeza; Leo iba y venía con más cafés y una caja de pizza sospechosamente ya medio vacía. De cuando en cuando, los tres se miraban y reían nerviosos: la absurdidad de la escena (tres influencers convertidos en “detectives”) añadía una ligereza que nunca sabían si era buena o peligrosa.
A las dos horas de búsquedas, Alex señaló algo en la pantalla: un hilo enterrado en un subforo del antiguo Foro Viejo, con actividad reciente. No era una entrada pública: pedía invitación. Pero había algo más: un fragmento de código que Erick (o quien fuera) había usado como marca en 2017, la misma firma numérica que Mía recordaba vagamente de un viejo email.
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Editado: 09.10.2025