Me enamoré en los commentiarios

Ruido blanco

La respuesta tardó cinco segundos en llegar.
Cinco segundos exactos.

Demasiado rápido para ser improvisada. Demasiado lento para ser una respuesta automática. Como si alguien ya supiera que ella vendría.

“Porque tú empezaste esto, Mía.
Porque solo tú puedes cerrarlo.”

Mía tragó saliva. Alex se inclinó hacia la pantalla, los ojos recorriendo cada palabra como si buscara una clave oculta. Leo, con los brazos cruzados, parecía una estatua de alerta.

— ¿Qué significa eso? —preguntó Leo— ¿Qué se supone que empezaste?

Mía negó con la cabeza.
— No lo sé… o no lo recuerdo. Erick y yo tuvimos nuestras peleas, pero nada que se sintiera como esto. Nada que justificara todo esto.

Otro mensaje llegó. Más largo esta vez:

“No se trata de ti sola. Pero tú fuiste el detonante.
Cuando rompiste el código, rompiste también el silencio.
Te hiciste viral… a costa de nosotros.”

Alex parpadeó.
— ¿"Nosotros"? Esto es personal. No es solo Erick. Hay más.

Mía se quedó inmóvil. Su mente retrocedió a esa época: los foros, las colaboraciones anónimas, los edits que volaban de un usuario a otro, las cuentas borradas…
Y luego recordó aquello.

Una vez, años atrás, Mía había expuesto públicamente un fallo masivo en una plataforma de edición de video. Un glitch que permitía alterar metadatos sin dejar rastro. Ella lo había publicado como un descubrimiento ético, por el bien común.

Pero alguien más… alguien del foro… lo había creado primero.

— Espera. —susurró— ¿Y si esto no es por lo que hice públicamente… sino por lo que robé sin saber?

Alex y Leo la miraron.

— ¿Dices que publicaste algo que no era tuyo?

— No exactamente. Lo encontré en una carpeta compartida en el foro. Creí que era abandonada… nunca supe que tenía dueño. Lo adapté, lo mejoré, y lo subí como mío. No por malicia, sino porque… porque pensé que nadie lo iba a usar ya.

Leo se acercó y le puso una mano en el hombro.

— Mía… puede que eso haya sido la chispa. Pero ahora el fuego creció solo.

Otro mensaje apareció.

“No buscamos perdón.
Solo equilibrio.
Verás tu historia reescrita… como debió ser.”

Y junto a eso, un link.

Una URL acortada, sin contexto. Sin fecha. Sin remitente.

Alex se tensó al instante.

— No hagas clic.

— Lo sé. —respondió Mía, mirando la pantalla— Pero tampoco podemos ignorarlo.

Alex asintió. Tomó una de las laptops aisladas y comenzó a escanear la URL sin abrirla directamente. Usó un entorno simulado, una especie de “caja de arena” digital.

Pasaron unos minutos. Luego, levantó la vista.

— Es un sitio oculto. Una especie de archivo multimedia con acceso restringido. Pero no contiene malware ni virus evidentes. Al menos, no aún.

— ¿Y qué hay adentro?

Alex hizo clic dentro del entorno seguro.

El sitio cargó una única página. Fondo negro. Un título:

“REWRITTEN // BETA”

Debajo, un reproductor de video con una duración: 2:17

Alex no lo dudó más y le dio play. El video comenzó.

Mía se vio a sí misma. Pero no era ella exactamente.

Era una versión de ella… editada. Una reconstrucción artificial con voz sintetizada, gestos muy parecidos, pero demasiado perfectos. Estaba diciendo cosas que jamás dijo, frente a una interfaz que parecía una mezcla entre deepfake y metraje antiguo.

La voz narraba:

“Yo no inventé nada. Solo robé.
Me alimenté del trabajo de otros y lo llamé genialidad.
Hoy regreso para confesar… todo.”

El video terminaba con su rostro mirando a cámara. Congelado. Vacío.

Leo golpeó la mesa.

— Esto… esto es una guerra de reputación. Están preparando algo grande.

Mía cerró los ojos un segundo. Luego los abrió, con fuego.

— Si están creando una versión falsa de mí… es porque aún creen que no puedo defenderme.

Se giró hacia Alex y Leo.

— Ya no se trata solo de mí. Esto es más grande. Están reescribiendo la historia. Y no solo la mía.

Leo asintió.
— Entonces reescribimos nosotros también.

Alex miró la pantalla. Luego dijo:

— Hay una sola forma de adelantarnos: necesitamos infiltrarnos más hondo en esa red. Y para eso… necesitamos contactar con alguien que fue parte de ese grupo original. Alguien que se salió antes del escándalo.

Mía levantó una ceja.

— ¿Tienes a alguien en mente?

Alex dudó. Luego asintió.

— Sí. Su alias es Oberyn. Desapareció del radar hace cinco años. Pero si alguien puede ayudarnos a entender qué está pasando… es él.

Leo suspiró.

— ¿Dónde vive?

Alex hizo una pausa.

— No lo sé. Pero sé dónde aparece cada octubre. En una convención local de hardware retro.

Mía esbozó una sonrisa irónica.

— ¿Un hacker retirado que colecciona disquetes? Me encanta.

Leo se puso de pie.

— Entonces vamos por Oberyn. Pero con cuidado. Si nos están siguiendo, cualquier paso en falso puede ser el último.

Alex cerró el portátil y guardó los cables.
Mía se puso la chaqueta.
Y el cuartel improvisado quedó en silencio, por ahora.

Afuera, la ciudad seguía su curso. Adentro, los fantasmas del pasado comenzaban a despertar.

El estudio estaba en silencio. Pero no era ese silencio tenso de antes. Era un silencio distinto, denso, como el que queda cuando la adrenalina baja y lo real empieza a pesar.

Alex se había quedado dormido en el sofá, con un auricular aún en una oreja y una libreta abierta sobre el pecho. La pantalla de su laptop parpadeaba con gráficos pausados, respirando sola en la penumbra.

Mía y Leo, en cambio, seguían despiertos.

Él estaba apoyado en la ventana, bebiendo lo que quedaba de un café tibio; ella, sentada sobre una caja de luz, con una manta gris cubriéndole los hombros. Ninguno hablaba, pero el aire entre ellos tenía algo suspendido. Algo sin nombre todavía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.