¡me encantas!

Seamos amigos

Laura se levantó llena de energía. Quería hacer algo diferente y divertido. Pensó que sería genial salir al pueblo, pues se empezaba a sentir presa en aquel lugar. El estar rodeada de personas todo el tiempo y con una rutina predeterminada la estaba hostigando. Después de vestirse, se paró frente al espejo, notó que las marcas de los golpes que le proporcionaron sus primas habían desaparecido. Dejó su cabello suelto, eso era lo que más le gustaba de su físico o, tal vez, lo único. Estaba saliendo de la villa y aún no sabía cómo llegaría al pueblo.

—¿A dónde vas, Ojos melosos? —la sorprendió esa voz varonil que tanto le molestaba y… estremecía.

—No es de tu incumbencia —respondió tajante—. Y, por favor, deja de llamarme así.

—No pidas, imposibles, preciosa. —Le sonrió—. ¿Vas a escaparte?

—¿Acaso tengo que escaparme? Solo quiero visitar el pueblo.

—Estás de suerte, Ojos melosos, voy para allá. 

—¿Y…?

—Que puedo llevarte.

—¿Llevarme? No, gracias. Además… ¿Tienes auto aquí?

—Claro. ¿Cómo crees que vine?

—Pues pensé que viniste con tu padre.

—Claro que no. Mi padre vino antes que yo. Además, me gusta viajar solo. 

—Como sea —respondió haciéndose la desinteresada.

Luego se marchó y Kevin fue detrás de ella.

—¿Podrías dejar de seguirme? —se quejó parándose de repente, Kevin no se había percatado y chocó de frente con ella; Laura resbaló y Kevin la sostuvo con su brazo derecho por la cintura. La llevó hacia él y quedaron tan cerca que ambos sentían la respiración del otro. El impacto fue electrizante. Kevin posó la mirada sobre esos labios color cereza que lo enloquecían. Tenía tantas ganas de probarlos… Laura sentía que se moriría de un infarto. Pudo sentir un cosquilleo en su estómago, por las manos le recorría un sudor frío… Recordó aquella vez, hace nueve años—. ¿Qué piensas hacer? —dijo mirándolo a los ojos. Él miró sus labios, se veían dulces. Realmente quería saborearlos. Se mordió su labio inferior como conteniéndose.

—No te preocupes, no te voy a besar, si eso es lo que estás pensando —le soltó.

—Bueno, no me sorprendería que lo hicieras. Es muy típico de niños ricos que se creen que pueden obtener todos sus caprichos. —Él dejó escapar una risita sarcástica.

—¿Qué he hecho para que tengas ese concepto de mí?

—¿Tú qué crees? —dijo arqueando una ceja.

—¿En serio? Eso fue hace nueve años y éramos unos muchachos. ¿Me vas a juzgar por eso? A no ser… —se acercó buscando algo en su mirada— que no hayas olvidado ese beso… —Movió las cejas con una sonrisita pícara—. Parece que significó mucho para ti.

—Ja, ja —soltó una risa falsa—. Ni en tus sueños.

—Entonces, olvida ya eso. Seamos amigos, ¿vale? —Extendió su mano. Después de pensarlo unos segundos, Laura estrechó su mano en respuesta.

—Está bien, Kevin Mars; pero, por favor, mantén tu distancia. 

—Vaya… realmente crees que soy peligroso. —Rio entretenido—. No te preocupes, cuando me conozcas bien, sabrás lo caballeroso que soy. Tan caballeroso que te voy a llevar al pueblo. Vamos. —La tomó de la mano.

Cuando llegaron al garaje, las tres hermanas y Pablo los sorprendieron.

—Kevin. —Se le acercó Claudia coqueteándole, cosa que él no soportaba.

—¿Y ustedes qué? —Kevin preguntó no muy contento.

—Mi tío nos mandó a comprar algunas cosas para la actividad de esta noche —respondió Pablo— y nos dijo que te pidiéramos que nos llevaras.  

—¿En serio…? —dijo entre dientes. Su suerte no podía ser peor—. ¿Y por qué no llaman un taxi? O… usan el vehículo de papá.

—¿No nos quieres llevar? —le abordó Claudia—. ¿Acaso tenías planes? —dijo mirando a Laura.

—¡Claro que no! —respondió Laura espantada, luego tornó su mirada hacia él—. Kevin, no veo cuál es el problema de llevarlos. De todas formas, estás muy dadivoso hoy.

—¡Pero tantas personas en mi auto…! —se excusó.

—Entonces yo me voy por mi cuenta. Así serán una persona menos —Laura contestó cruzada de brazos.

—¡Claro que no! Yo te invité primero. —Respiró, luego rodó los ojos—. Bien… pero solo los llevaré al pueblo. Laura sube —dijo abriendo la puerta del copiloto, asegurándose de que Claudia no tomase la delantera. Pablo se le acercó con esa mirada de burla que lo caracterizaba y le dijo al oído:

—Lo siento. No fue mi intención arruinarte los planes. —Y le dio unas palmadas en el hombro.

—No te preocupes, primo. Suerte en tus compras con las parlanchinas Gutiérrez —sonrió.

Emprendieron el viaje. Llegaron al pueblo y cada uno tomó su camino. Kevin se estacionó en un parqueadero y siguió a Laura. Ella decidió ignorarlo; sacó su cámara de su pequeño bolso y empezó a tomar fotos de todo lo que le llamaba la atención. Kevin la miraba entretenido.

—Vaya, que te gusta fotografiar.




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