¡me encantas!

¿Qué es esta sensación?

Después de una mañana agitada, se reunieron en el lago donde los aguardaba un picnic. Todos se sentaron alrededor de la larga y fina manta que servía de soporte al festín que los esperaba. Kevin se sentó junto a Laura y le susurró:

—Aún tengo a tu hijo conmigo. —Ella lo miró confundida.

—¿Acaso los juegos de hoy te fundieron el cerebro? —Laura contestó con malicia. Él sonrió.

—Me refiero al oso que gané en la feria. ¿Lo olvidaste?

—¡¿El oso que ganaste?! Si más no recuerdo, no acertaste ni un mísero tiro. —Lo miró con picardía.

—Yo lo recuerdo diferente —contestó ofendido. Laura rio. Su risa fue pura y sincera, le estremecía verla reír con esa libertad que poco veía en ella. El hecho de poder provocar eso en Laura lo llenaba de satisfacción—. Recuerda que hoy tenemos clase cuando el sol se ponga. Voy a enseñarte a cómo fotografiar en la noche.

—Vale —replicó. Pudo apreciar esos ojos verdes que la miraban con un brillo especial, ese brillo que ella ignoraba ser la causante—. Me gustan tus ojos —susurró.

—¿Qué dijiste, Ojos melosos? —preguntó simulando no haber escuchado.

—Nada… Solo dije que está bien. —Él sonrió.

—¡Brindemos por la unión de nuestras familias y por el éxito de nuestros negocios! — anunció el señor Mars sosteniendo una copa de vino en el aire. Todos levantaron sus copas y, al unísono, dijeron: «¡Salud!».

 

Laura estaba sentada en un banco blanco rodeada de plantas, flores y arbustos. Era un jardín inmenso que quedaba cerca de las habitaciones de los Gutiérrez. Estaba maravillada con el hermoso atardecer que decoraba el cielo con un rosado brillante, unas nubes grises dispersas se difuminaban en un blanco cremoso con rayos de sol débiles de color amarillo y naranja; todo en un cielo azul intenso. Su contemplación fue interrumpida por sus primas.

—Con que aquí estás —Claudia la abordó de repente. Laura la miró confundida.

—¿Sucedió algo? —preguntó.

—Ahora mismo me vas a explicar qué te traes con Kevin —soltó. 

—No sé a qué te refieres.

—No te hagas la inocente, Laura —reprendió Jimena—. ¿Acaso crees que no hemos notado cómo flirteas con él? —Laura dejó escapar una risita sarcástica. 

—¿Yo, lanzada? Siempre he evitado a Kevin; si hablo con él, es porque él mismo me pidió que seamos amigos.

—¡¿Kevin te pidió ser amigos?! —Claudia se llevó la mano al pecho como si le fuera a dar un infarto.

—Eso no es posible, mentirosa —Cecilia contestó—. ¿No serás tú la que le pidió que sean amigos y él, por cortesía, aceptó?

—¿Es en serio? —Laura preguntó maravillada ante las tonterías que solo a sus primas se le podían ocurrir—. ¿Por qué mentiría? ¿Acaso él no puede ser mi amigo? ¡Ni que fuera el rey de Europa! —exclamó con sarcasmo.

—Escúchame, Laura; si te vuelvo a ver cerca de Kevin, te vas a arrepentir de estar con él —Claudia no pudo contenerse y la amenazó. 

—Claudia, ¿crees que voy a romper la amistad con el único amigo que tengo? —Claudia se desesperó y arremetió contra Laura. Esta cerró los ojos por instinto y los volvió abrir con recelo al percatarse de que ella ni siquiera la tocó. Se sorprendió al ver a Kevin agarrando el brazo que iba a golpearla; un silencio inundó el lugar. Kevin soltó a Claudia y extendió su mano hacia Laura.

—Ojos melosos… ¿No te dije que tendríamos una clase al atardecer? —preguntó como si nada hubiera pasado y solo ellos dos estuvieran allí.

—¿Dijiste atardecer…? Creí que habías dicho anochecer —respondió sosteniéndose en él. Ambos se fueron agarrados de la mano, dejando a las hermanas con la boca abierta por el susto y el asombro.

Después de una sustancial lección, se sentaron bajo un gran árbol a la orilla del lago. El escenario era hermoso. Las luces color crema tenues y las luciérnagas que volaban por doquier proporcionaban un exquisito espectáculo.

—¡Es agradable estar aquí! —Laura rompió el silencio. Kevin la miró con seriedad.

—Ojos melosos… ¿Puedo preguntarte algo? —soltó con preocupación en los ojos.

—Bueno… acabas de hacerlo —bromeó. Él sonrió al ver su llamativo gesto.

—Me gustaría saber por qué permites que tus primas te traten de esa manera —dijo con voz tímida. Laura pensó un momento.

—Bueno… Ellas son tres. ¿No crees que llevo desventaja? —bromeó tratando de no añadirle más importancia al asunto. Kevin trató de sonreír, pero en vez de eso le salió un sonido que expresaba el esfuerzo que hacía de no mostrar su incomodidad.

—Hace mucho que quiero confirmar algo…. —empezó él tratando de no sonar entrometido—. Esto… Como tu amigo… me preocupo por tu bienestar y me gustaría saber si la vez que “te enfermaste” —realizó gestos de comillas con los dedos al mencionar la palabra—, lo que realmente sucedió fue que tus primas te golpearon después de regresar de los entrenamientos… —Laura se quedó desconcertada. Era una pregunta incómoda. Se produjo un silencio por un largo rato. Kevin se unió al mutismo, esperando que ella estuviera lista para responderle.




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