¡me encantas!

Celos

Después de la cena, Pablo, Kevin y Laura se sentaron en unas mecedoras que estaban en la galería de la gran villa, en frente del patio delantero. El sol se estaba poniendo y las luces crema de los faroles de aquel lugar se encendieron, embelleciendo aún más aquel escenario de suelo verde rodeado de árboles.

—¿No les pareció raro cómo su tío le habló a mi tía? —Laura les preguntó saliendo de su ensimismamiento.

—Mi tío siempre ha sido un atrevido… —Kevin contestó—. Pero esta vez se pasó de la raya.

—A mí me parece que esos dos tuvieron su historia —Pablo especuló.

—¿Tú crees? —Laura lo miró abriendo sus ojos. Ni siquiera podría imaginarlo. 

—Bueno, ese algo entre esos dos estaba condenado a no salir bien —Kevin afirmó. En ese momento, salieron las hermanas al patio y Pablo siguió a Jimena con la mirada. Kevin lo miró con picardía—. Vaya, vaya, primito. Debe ser muy interesante lo que te tiene tan entretenido. —Su voz y risita era de burla y satisfacción. Por fin tenía la oportunidad de devolvérselas.

—Chicos… recordé que debo decirle algo a Jimena —dijo ignorando el comentario de Kevin sin quitar la mirada de las hermanas. Laura asintió y él se levantó; en cuestión de un minuto, se le apreciaba hablando aparte con Jimena.

—¡Ja! —Kevin exclamó—. Quién lo diría… ¡Esos dos…! ¡Por fin podré vengarme de todas sus burlas! —Laura lo miró confundida.

—¿Vengarte?

—Ah… —no le salió más nada. Se había olvidado de que ella estaba allí.

—Acaso… ¿A ti también te gusta alguien? —preguntó sin reparos. Ella podría llegar a ser intimidante cuando se lo proponía, aunque en realidad anhelaba escuchar su respuesta, ya que él le daba muchos indicios y nunca le decía nada. ¿Desesperada?

—Pues… —Empezó a sudar frío. Nunca le había pasado eso. ¿Por qué con Laura era tan diferente? Nunca tuvo miedo de lanzársele a alguien, aunque ahora, más que lanzarse, sería una confesión y, al parecer, nunca se le había confesado a nadie. Esa sería su oportunidad, pero el miedo lo inundaba otra vez. ¿Se arriesgaría? O… dejaría todo tal y como está, una hermosa y sólida amistad. Sus pensamientos viajaban en cuestión de segundos y no podía tomar una decisión.

—Kevin… —Claudia se le acercó acariciándole la mejilla con su dedo índice como forma de coqueteo. Esto lo sacó de sus luchas mentales. ¿Salvado por la campana?—. Necesito tu ayuda con unos bocetos. —Lo miraba con ojos de cordero. Era la primera vez que se alegraba de verla. Laura, por otro lado, ardía de la ira e incomodidad. Que estuviera tan pegada a Kevin la sacaba de sus casillas. «¿Acaso estoy celosa?», pensó.

—Está bien —contestó con media sonrisa. Sabía que más tarde se arrepentiría, pero esa era su oportunidad de escapar. Aún no estaba listo para una confesión. Ambos se fueron sin decir palabra. Laura los miró con un gesto de desagrado mientras se marchaban. No sabía qué le molestaba más, si la cara triunfante y provocadora de Claudia, o la falta de modales de Kevin, ya que se fue sin decirle nada. ¡Se sintió totalmente ignorada por él!

 

El sol brillaba de una forma especial aquel día pese al mal humor de Laura. Aún no superaba cómo la trató Kevin la noche anterior. Llegó al comedor y, desde fuera, pudo escuchar discusiones. Entró dudosa y sus sospechas se hicieron realidad. Su tía y el tío de Kevin estaban discutiendo de nuevo.

—Cristian, el día no está para encerraros en este lugar siguiendo una lista de cosas por hacer —protestó Paulo—. ¡¿Cómo se me ocurre venir a unas vacaciones planeada por una retorcida mental?! —Esta vez dirigió su mirada a Clara.

—¡Te he dicho desde que llegaste que midas tus palabras conmigo, Paulo Mars! —Ella protestó molesta. Esto desencadenó otra discusión. Laura sintió lástima al ver la cara de hastío que tenía el señor Mars. Aquellos dos actuaban como dos adolescentes enamorados. ¿Será cierta la sospecha de Pablo?

—¡Vieja loca, deja ya de querer controlar a los demás! —gritó Paulo—. Nadie quiere seguir tus tontas reglas y menos en un día tan hermoso como hoy. —En eso Laura le daba la razón. Todos estaban aburridos de seguir una lista en vacaciones. Además, el día invitaba a hacer algo fuera de la rutina.

—Ah, sí… ¿y qué propone el señor? —Clara preguntó con sarcasmo.

—Vamos de aventura al bosque —propuso.

—¡Por supuesto que no! —cortó Clara.

—¿Solo porque tú lo digas? —él recriminó—. Votemos —declaró con picardía.

—¿Y de qué se trata tu aventura por el bosque? —Cristian preguntó, mientras que Clara cruzaba sus brazos en desacuerdo. Los demás solo observaban curiosos.

—Bueno, cerca de la torre de la Bruja (la llamaban así por lo alta que era, la comparaban con la torre del cuento de Rapunzel), que está en el centro del bosque, hay una cueva oculta. Allí hay unas monedas antiguas que nadie nunca ha podido encontrar porque los guardianes de esta lanzaron un hechizo para ocultarla. El que sea capaz de encontrar la cueva, tendrá acceso a las monedas —explicó como si estuviera contando una historia.

—Uff… —Kevin bufó—. ¡Como si fuéramos a creer esa tonta historia! Tío, no estás en un jardín de niños. ¡Todos somos adultos!

—Bueno… tal vez lo del hechizo no sea cierto, pero las monedas sí que están en la cueva oculta —respondió ofendido.




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