09 de enero de 2015.
12:37.
Estamos todos en el comedor de mi casa, nos despertamos y levantamos muy tarde, y recién estamos rompiendo el ayuno con el estofado rico de mi querida madre.
Lo poco que sé de mi abuela es que está en terapia intensiva y que la puedo visitar a las 18 de la tarde.
Y sobre lo de Valentina... quedamos que no vamos a decir algo sobre ese tema, ese tema está en aguas muy oscuras y profundas.
Mientras meto una papa a mi boca, miro a Valentina y ella me mira. Nuestras miradas aún se puede notar la sorpresa de anoche... de ese secreto.
–Chicas, ¿por qué se miran tanto? –pregunta Miel.
Miro a Miel y siento que mi corazón quiere salir por mi boca, nunca le guardé un secreto a mi mejor amiga desde que tengo trece o catorce años, esto es muy raro para mí. Valentina de la nada está temblando de los nervios y más porque Miel está colgada de su brazo.
–¿Qué secretos están guardando? –Esta vez habla el metiche de Mateo.
–De n-na-nada –tartamudeo.
Me maldigo internamente porque sé que se me notan los nervios y por la sonrisa de mi mejor amigo, sé que se quiere aprovechar de eso. Lo conozco como si yo lo hubiese parido y no su madre.
–Mmmm
Le doy una mirada asesina y hablo.
–¿Alguien me quiere acompañar a la clínica a ver a mi abuela? –Intento cambiar de tema– Es que no quiero ir sola, además después quiero ir por unos panchos.
–Yo no tengo problemas con acompañarte, Lena –dice Valentina.
Sé que es una excusa para seguir con la conversación pendiente que tenemos desde anoche.
–Claro, me gusta la idea –digo.
Dirijo mi mirada hacia Miel y la noto un poco decaída, tal vez está pensando en Marcos como los otros días y los próximos que siguen.
–¿Qué te pasa Miel? –pregunto, mientras hago un puchero.
–Nada, no tengo nada –dice mientras se levanta de la mesa para luego dejar el plato dentro de la pileta, y luego irse.
–Debe seguir mal por lo de Marcos –dice Mateo para también levantarse y seguirla.
Vale hace a un lado su plato y se recuesta sobre sus brazos, dando un suspiro muy pesado.
–Tenemos que calmarnos, Vale. Sé que te sentís muy confundida, pero tenés que mentir por ahora –susurro.
–Es que me puse nerviosa, pero sabes que yo no soy así. –Hace su pelo hacia atrás con su mano derecha.
15:57.
Estoy en mi cuarto, sentada en mi cama, preparándome y en eso entra Mateo muy contento.
–Algo está pasando entre Valentina y vos, y no me quieren contar –dice para luego sentarse al lado mío.
–¿No te enseñaron a tocar la puerta? –Lo miro fijamente a los ojos.
–Sos una odiosa. –Rueda sus ojos.
–Ya, no está pasando algo entre ella y yo.
–Mjm –Se acerca más a mí–. No te creo, Helena. Decime la verdad, decime tu secreto. –Acerca su cara a la mía, puedo sentir su respiración mezclarse con la mía.
–No tengo ningún secreto, Teo, en serio.
Siento que mis cachetes arden por la vergüenza que estoy sintiendo en estos momentos. Su cercanía me está matando y lo único que logro es apartarlo con mis manos sobre su pecho.
–Aléjate de mí –digo.
–Algo ocultan, no sé qué, pero algo ocultan –Me señala–. Anoche escuché a Valentina llorar y que vos le estabas diciendo algo.
–No te diré nada –digo para luego girar mi cabeza.
–Así que, ¿admitís que ocultan algo?
–¿No tenés algo más importante que molestarme, Teo? –pregunto ya con molestia.
–No, la verdad que no. Tengo mucho tiempo para molestarte, querida Lena.
"Querida"... Maldito, me quiere manipular.
–Andá a molestar a tu abuela, Mateo. –Me levanto de mi cama para dirigirme a mi escritorio.
–Mi abuela está muerta hace años, mi cielo.
Me quedo callada por su respuesta, yo casi no sé de la vida de Mateo. Sé muy poco de él por Miel... ¿Cuándo murió su abuela? ¿Cómo se llamaba? ¿Qué edad tenía? ¿Era una buena abuela?
–Nunca me hablaste de tu abuela –digo mientras le doy la espalda.
–Mmmm... Sí, cierto –Se levanta de mi cama para acercarse a mi escritorio y sentarse sobre él–. Bueno, ¿qué te puedo contar?
Pongo mi barbilla sobre mis manos, pensando no solamente en preguntas básicas que le podría hacer a mi amigo, sino, en preguntas más profundas... Quiero conocer bien a Mateo, tantos años de amistad y no sé ni siquiera cómo es su relación con su madre y lo poco que sé, fue porque él me llamó pidiendo mi ayuda porque la señora lo corrió de su casa.
–Empecemos con lo básico –digo. Dirijo mi mirada hacia él y le regalo una sonrisa– ¿Cómo se llamaba?
–Se llamaba Margarita, Margarita Antonia Rodríguez de Olivares.
–O sea... –Me quedo pensando unos segundos– ¿es la mamá de tu mamá?
Se ríe y asiente a mi pregunta.
–Mmm... ¿Qué edad tenía cuando murió? Y, ¿cuándo murió?
–Tenía 90 años y murió el 25 de agosto de 2009 –dice mientras hace su cabello para atrás.
–¿Era una buena abuela con vos? –pregunto, pero con una voz demasiado suave que casi no se podría escuchar.
Me sonríe y habla.
–La mejor abuela del mundo. Me consentía mucho, me amaba mucho, era su nieto favorito y siempre estaba atenta de mí –dice y luego se muerde su labio inferior–. Cuando era más chiquito, tal vez, unos siete u ocho años, me daba plata a escondidas de mi mamá para que me compre lo que quiera en la escuela.
Me río y sonrío a su respuesta.
–Creo que todas las abuelas hicieron eso, nos daban dinero a escondidas de nuestros padres para que compráramos lo que quisiéramos. –Me levanto de mi asiento para volver a dirigirme a mi cama.
–Creo que Valentina va a llegar en cualquier momento, Lena. Ya son las 16:05.
Silencio, hay un silencio que es cómodo por lo menos.
–¿Cuándo vas a hablarme de tu vida, Teo? -pregunto, volviendo a dirigir mi mirada hacia él.
–Te juro que te lo diré cuando esté listo –dice. Da un suspiro muy pesado.