Me gustas, tonto.

Capítulo 15: Semanas dolorosas.

21 de marzo de 2015.

16:05.

Ya se acerca la hora en que tenemos que llevar al abuelo al cementerio. Yo no quiero, pero no puedo hacer nada, solo callar.

Mamá ya se encuentra bien y mi hermanito también está bien, casi lo pierde porque se le subió la presión, pero hicieron de todo para bajarla y estabilizar al bebé.

—Helenita, por favor, no le digas a la abuela que el abuelo murió, eso puede hacerle mal, ¿entendido? —dice un tío.

Yo solo asiento, mirando como hacen entrar el ataúd de mi abuelo a un nicho.

—Lo entiendo —murmuro y trato de aguantar las lágrimas que amenazan con salir.

06 de abril de 2015.

06:00.

Estoy preparando mis cosas para volver al colegio, desde que mi abuelo falleció, no he vuelto y recién hoy, volveré. Aún sigo sin ánimos porque no puedo superar su fallecimiento.

Mateo, Valentina y Miel se la pasan mandándome mensajes para saber cómo estoy, pero nunca les respondo, hasta vienen hasta mi casa, pero mis padres siempre les dicen que no quiero verlos, esto a petición mía.

Y hoy... Será la primera vez en dos semanas y cinco días que los voy a ver, y tengo mucho miedo de que estén enojados conmigo.

Mi abuela no sabe todavía que mi abuelo está muerto, no tenemos el valor de decirle por el miedo de que le pase algo a su corazón. No queremos tener otra muerte en tan poco tiempo después de lo de mi abuelo.

Mi mamá no puede levantarse de la cama, tiene que estar en reposo hasta que nazca el bebé, las únicas veces que puede estar de pie es para ir al baño, para ducharse tiene que estar sentada en una silla de plástico. La verdad me da mucha pena mi madre porque tiene que reprimir sus emociones para no perder a mi hermanito. No tuvo tiempo para llorarle ni estresarse a mi abuelo para cuidar al bebé.

08:00.

Estoy en mi asiento, mis amigos todavía no llegan y prefiero que no lleguen, no sé cómo van a reaccionar o cómo voy a reaccionar.

Por suerte la profesora de Lengua y Literatura entiende mi situación, y no me trata mal. Muchos de mis compañeros me preguntan a cada rato de cómo estoy, preguntan por la salud de mi madre y también por la salud de mi abuela.

La clase está por comenzar hasta que tocaron la puerta del aula, la profesora se acerca a abrir la puerta; son Mateo y Miel.

Entran al aula con una sonrisa, mientras la maestra está cruzada de brazos con una cara de cansancio.

—Solo pasen, chicos. Última vez que llegan tarde.

No notan de mi presencia hasta que Mateo lo hace. Está muy sorprendido al verme, intenta decir algo, pero la maestra le pide que se siente; él hace caso y empieza a zamarrear a Miel para que me vea y lo hace, ella también tiene una cara de sorpresa con un poco de tristeza.

Yo solo dirijo mi mirada al pizarrón y trato de escuchar lo que está hablando la maestra.

9:15.

¿Saben que es lo más cansador para alguien cobarde como yo? Esconderse y esconderse de las persona que más ama porque tiene miedo de que estén enojados con ella porque los ignoró por dos casi tres semanas.

Estoy escondida en uno de los baños de la escuela, Miel y Mateo tratan de encontrarme, pero no pueden. Creo que han recorrido toda la escuela, tratando de encontrar mi existencia. Lo único que quiero es que toque otra vez el timbre para así entrar a la siguiente clase y no hablarles hasta que me sienta lista para hacerlo, pero no se va a poder porque tocaron la puerta del baño en dónde estoy.

—Helena, ¿por qué nos ignoras?

Es Miel...

—Miel, mejor vámonos. Tal vez, se siente mal y quiere estar sola.

Ese es Mateo...

—¡No! —exclama Miel— ¡Nos debes una explicación, Helena Sofía Vanetto Montiel! ¡¿Por qué nos haces esto?!

Sigo callada, sin hablar por el miedo que estoy sintiendo y por la tristeza que se inunda en mi corazón y alma.

—¡Miel, no le grites! —grita Mateo— Es nuestra amiga, ven acá. Miel, por favor, no puedo pasar al baño de mujeres, así que ven acá.

Escucho un sollozo de parte de mi amiga y vuelve a golpear la puerta con más fuerza, por lo cuál me hizo temblar.

—¡Helena, abre!

—¡Miel! —grita Mateo.

—Miel... —susurro.

Por un momento los golpes cesaron y solo pude escuchar la respiración de mi amiga.

—Prometo hablar con ustedes hoy en mi casa, pero por favor, no quiero hablar ahora, no ahora, chicos —digo mientras se me quiebra la voz.

—Está bien, iremos a tu casa los tres hoy. Espero que no nos rechaces.

Todavía puedo notar en la voz un poco de resentimiento, pero no la culpo. Debí ser más fuerte y tratar de hablar las cosas con ellos, pero solo escapé de los problemas.

15:56.

Solo faltan cuatro minutos para que lleguen a mi casa y ya todo está ordenado. La pava con el agua hervida para tomar el té ya está, algunas galletas dulces y pan caseros también.

Mamá ya está tomando el té con sus pancitos, está más tranquila, por suerte.

Tocan la puerta de mi casa y la abro; son ellos, Mateo, Valentina y Miel.

Valentina me mira con cara de preocupación, Mateo siempre con una sonrisa, pero me duele más ver que mi dulce amiga me ve con enojo y con resentimiento.

—Pasen, chicos, por favor —digo, haciéndome a un lado para que pasen.

Ellos solamente pasaron con un poco de desconfianza. Nos sentamos y comenzamos a tomar el té que había servido.

—Nos debes una explicación, Lena —dice Valentina, pero de una manera demasiado suave.

¿Quién lo hubiese creído? ¿Valentina? ¿La diva de las divas está siendo buena conmigo? Nah, pero, sí. Me gusta más esta Valentina que la anterior, la otra Valentina seguramente me hubiese tirado de unas escaleras solo por Mateo, pero esta Valentina es totalmente diferente, ella es buena, se preocupa por mí y me quiere.

—Lo sé, chicos y se las voy a dar en este momento —digo, mientras juego con mis dedos.

—Pero ¿qué pasó, Lena? —pregunta Mateo y agarra una de mis manos, obviamente porque él está al lado mío.



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En el texto hay: romance, amor, amistad

Editado: 26.04.2025

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