—Pasen, chicos. Ella está en su cuarto.
Escucho sus pasos y tocan la puerta.
—Lena, abre la puerta, por favor —habla Valentina.
Me dirijo a mi cama y me acuesto, me tapo con las sábanas hasta la cabeza, sin hacerles caso.
—Lena, queremos saber cómo estás, desde ayer que no sabemos algo sobre vos. Abre la puerta, por favor —dice Miel.
Siento que mis mejillas empiezan a arder por las lágrimas, luego empiezo a sentir ese nudo horrible en mi garganta y el dolor insoportable del pecho. Mi cabeza empieza a doler como nunca y de la nada tengo náuseas.
—Lena, soy Mateo, por favor, abre esa puerta o la rompo.
Destapo mi cabeza y miro mi puerta con impresión. No creo que sea capaz... ¿o sí?
—¡Nadie va a romper esa puerta porque después soy yo el que lo paga! —grita mi padre.
Suelto una pequeña risa, audible para mí y vuelvo a tapar mi cabeza con las sábanas.
—Pero... Señor Vanetto, no quiere abrirnos la puerta.
—Y bueno, traigo las llaves de repuesto y abro la puerta, pero no es necesario romper las puertas de mi casa y hacer un quilombo.
Vuelvo a destapar mi cabeza y a mirar la puerta con impresión otra vez, PERO CON MUCHA IMPRESIÓN.
—No quiero hablar con nadie. —Pienso.
—Acá tengo la llave —dice mi padre.
Intenta abrir la puerta, pero no puede.
Frunzo el ceño y me doy cuenta que no puede abrir la puerta porque mi llave está dentro de la cerradura. Me río por la situación y le agradezco a la vida por este favor.
—-Bueno, muchachos, no se puede. Además, creo que mi hija está dormida y muy cansada por lo de su abuela.
Otra vez ese dolor que conozco... Lo odio...
08 de septiembre de 2015.
05:30.
Me despierto y me siento en mi cama porque escucho que alguien toca la ventana de mi habitación, esto me da miedo... mucho miedo.
Sigo sentada en mi cama, esperando a que vuelva a tocar mi ventana, no quiero acercarme... ¿Qué tal si es un asesino o un violador, o un ladrón? Cualquiera de las tres opciones son horribles y me provoca más miedo.
Agarro mis rodillas y pongo mi barbilla entre ellas hasta que escucho una voz que se me hace conocida.
—Helena
Escucho... Creo que es Mateo.
—Helena, abre. Tenemos que hablar.
Me levanto de mi cama para acercarme y abrir la ventana. No puedo creer que esté acá y a esta hora. Puede ser peligroso.
—¿Qué haces acá? —cuestiono.
—Estaba preocupado y quería saber de vos. No nos respondías las llamadas ni los mensajes y eso nos estaba matando.
—¿Las chicas están aquí?
—No, no saben que estoy aquí —Se queda callado y vuelve a hablar— ¿Puedo pasar?
Asiento y me hago a un lado para que pase a mi habitación. Entra por la ventana de un solo salto y se va a tirar sobre mi cama.
—¿Puedo dormir acá?
—Tenemos clases hoy.
—Pero no irás y yo quiero acompañarte hasta que te sientas mejor —dice.
Me siento en mi cama y agacho mi mirada para no mirarlo, siento que se acerca a mí y me abraza muy fuerte.
—Helena, voy a estar con vos en las buenas y en las malas, y ¿sabes por qué? —pregunta.
—Porque sos mi mejor amigo.
—Sí y porque te quiero. Me duele por lo que estás pasando, pero más me duele que te quieras tirar al abismo.
—Lo sé y lo siento mucho... —Mi voz se quiere quebrar, pero no lo permito— A los que perdí en este año de mierda, son mis abuelos... Las personas más importantes de mi vida después de mis padres —digo, mientras juego con mis dedos—. Me vieron nacer y crecer... y ahora que ya no los tengo, siento que muero.
—No digas eso —Me da un beso en la frente—. No te vas a morir, solo es una sensación, pero con el tiempo va a pasar y lo sabes.
—Sé que es una sensación y que se me va a pasar, pero es horrible. Es como enfermarse.
Él solo asiente para tirarse atrás en la cama conmigo, abrazados. Lo único que se puede escuchar en mi cuarto son mis sollozos y los "Vas a estar bien" de Mateo.
13:15.
Me despierto y lo primero que veo es a Mateo abrazándose a él mismo en la otra orilla, me levanto cuidadosamente de la cama para no despertarlo y me dirijo hacia la cocina, encontrándome con mi madre y Enzo.
Puedo notar la tristeza de mi madre y también puedo notar la fuerza que hace para no desmoronarse enfrente de su familia.
Me ve y trata de sonreírme, pero no puede. Con mucha tristeza, igual me habla de la forma más dulce posible.
—¿Podés cargarlo? No he tenido tiempo para terminar de cocinar.
Yo solo asiento y me acerco para cargar al pequeño Enzo que solo está dormido.
—No se da cuenta del sufrimiento que vivimos. Qué bueno —susurro y le doy un beso en su frente.
Escucho que la puerta de mi cuarto se abre y sale Mateo como si fuese un zombi. Mi madre lo mira confundida y yo nerviosa, no quiero que mal piense las cosas, pero no me dice nada, solo se queda callada.
—Vamos a comer puré con milanesa, espero que siga siendo tu comida favorita, Mateo —dice mi madre y dirige su mirada hacia él.
—Sigue siendo mi comida favorita, señora.
17:00.
Estoy en mi cama y Mateo en mi escritorio, no sé qué hace, pero no deja que lo vea.
Mi celular empieza a sonar, lo agarro y veo que es Diego, no le contesto la llamada, pero decido mandarle un mensaje... El pobre debe estar pensando que ya no quiero ser su amiga.
Helena
Hola, Diego
Perdón si no fui constante con tus mensajes y tus llamadas, pero estoy pasando por un mal momento que sería el fallecimiento de mi abuela.
Otro día te hablo.
Te quiero.
<3
Estoy por dejar mi celular en la mesita de noche, pero un mensaje de Diego me detiene en hacerlo.
Diego
¿Sabes? Cuando mi abuelita murió, lo único que me hizo mejorar fue escribirle cartas.