Me niego a perderte

Capítulo 2: La prueba.

—¿Qué haces aquí?

Él se sienta de manera relajada sobre el sofá de imitación de cuero que debido a la mala calidad y la humedad se ha levantado. La madera bajo sus pies rechina ante cada paso. Yo me quedo sobre la cama, toda polvorienta, y no dejo de mirar lo que alguna vez fue mi mayor orgullo y ahora me da ganas de vomitar: mi propio cuerpo. 

No puedo mirarlo a él, pero no quiero tampoco que lo note, así que sigo en un constante zigzag visual.

—Eso podría preguntar yo, Julie.

Desde siempre me llama Julie, pero solo cuando estamos solos. —¿Qué? ¿No puedo pasar una que otra noche en un lugar asqueroso? 

—El polvo no te sienta, Julie —dice burlón.

Hay momentos, como este, donde no siento que sea la hija del senador, la cabeza de la secundaria, la hermana de la tragedia… ni nada. Solo soy Julie.

—Nunca me he negado a un buen polvo.

—No sé cómo me siento al escuchar eso, señorita. 

Una pequeña risa hace que el lugar se vea menos oscuro y mugriento. Es el poder del castaño, todo parece ser más positivo si él está aquí, ese también es el peligro… Porque aunque estaba segura de que quería estar sola, como mi única seguridad en este mundo, él es quién me destroza la idea.

—¿No te sientes extraño de tenerme desnuda frente a ti?

—Julie, siempre estás desnuda frente a mí, solo que esta vez estás sin ropa también.

—¿Cómo me encontraste?

—Tú celular —me lo señala.

—¿¡Interviniste mi celular!? —me alarmo.

—Lo haría otra vez —asegura sonriente —. Necesitaba saber donde estabas y si estabas bien.

—Es ilegal.

—Pero necesario.

—Ilegal, Shawn.

—Lo haría todas las veces necesarias. No eres muy difícil de encontrar.

Shawn es el tipo de hombre que me tiene en ropa interior frente a él, en un motel, sentada sobre la cama, emocional y vulnerable, y solo sonríe, burlándose, de lo fácil que me encontró, no de lo fácil que sería aprovecharse de mí.

—Solo necesito un tiempo, espacio —digo —, además, yo no te pedí que me encontraras. No te he pedido jamás que…

—No, yo quise encontrarte. Yo, personal y libremente decidí buscarte. Y te encontré. 

—Piérdete, Shawn. 

—¿Por qué lo haría? —me dice, mientras saca su celular —¿Estuviste llorando?

—No.

—Te has hecho una de las mujeres más hermosas, Julie, pero jamás una buena mentirosa.

Limpia mis mejillas aún húmedas. El tacto de su mano tiene más delicadeza que cualquier otra acción que alguien hubiera hecho por mí, nadie jamás me toca así.

—Muchos difieren —respondo, con la frente en alto. 

—No cuando se trata de mí. Yo no soy parte de esos “muchos”.

Se levanta del sofá y busca mi teléfono, le pregunto que hace, pero me ignora. Shawn Holt hace lo que le da la gana. Solo veo que escanea algo del suyo.

—¿Me quieres decir qué pasó esta noche, que hizo que Sophie termine en el hospital?

—No voy hablar de eso —le digo, a la defensiva y ofensiva a la vez —, ¿No tienes algo mejor que hacer, Shawn?

—Eres lo mejor que puedo hacer, Jules.

—Tu simple voz me desagrada.

Mentira.

—Tu mejor amiga y la chica que tu hermano ama está luchando por su vida y fuiste la última que la vió, ¿Qué pasó con Sophie? Jules. Eva odiaría verte así.

—¿A Eva le hablarías así? —le digo, solo porque quiero afectar igual que como él me afecta a mí.

—Eva jamás estaría en este lugar —me dice —. Pero, Julie, tampoco me tendría de madrugada tan preocupado como para estar aquí. Solo tú me haces hacer estas cosas.

Eva fue su primer amor. Eva es mi hermana difunta, otra persona a la que traicioné antes.

—¿No me dirás? —hace una pausa, pero luego se queda parado justo frente a mí, donde yo estoy sentada en la cama —Entonces te diré lo que creo que pasó. Estabas con Milo, Sophie llegó a la casa y ella se enojó, porque ella sí sabe lo que vales y al parecer tiene más respeto por ti que tú misma, y debido a eso se enfrentó a Milo, él la hirió. Solo quiero saber cómo.

—Milo no la hirió, ni siquiera la tocó —me levanto.

¿Por qué lo defiendo?

—¿Tú lo hiciste entonces? —me enfrenta estando ambos cara a cara —¿Tu la heriste por enfrentarlo?

—No, yo no… Yo jamás, jamás le haría daño —mi consciencia me golpea —Ya no…

—¿Y por qué te fuiste? —pregunta mientras me sostiene fuerte.

—No quiero seguir como estoy. Shawn. Hay tantas cosas que no entiendo, que no sé. Y quiero alejarme de todo.

Me escapo de su agarre y me alejo dos pasos. Necesito distancia de él, sino no puedo mantenerme fuerte.

—¿Te irás con él? —me pregunta el castaño.

—No lo sé.

—¿Entonces ya no volverás con él?

—No lo sé —repito.

—¿No lo…? —Shawn se queda en silencio, pero sé que está enojado por la manera en la que habla, fuerte y directo. Comienza a caminar por el alrededor y el piso no deja de rechinar.

—No, Shawn, no lo sé. No tengo idea de a dónde mierda quiero ir, qué quiero ser o qué demonios voy a hacer con mi vida. ¡Bien! ¡No lo sé!

—¿Por qué siempre vuelves a Milo?

—Él sí me entiende… —susurro —Sabe lo horrible que se siente ser yo —pasan unos minutos y Shawn no dice nada, solo me mira con algo que jamás había visto en su mirada: decepción —A mí esas cosas de la ley del hielo no me funcionan, para estar así mejor vete. ¿Te quedarás en silencio? 

—¿Qué? ¿Quieres que diga que no son lo mismo, porque tú eres buena persona y él no? ¿Esperas que comience a cantar? No planeo hacerlo, Jules. Tengo dos años en esa misma canción y siempre vuelves a él. Quizá deba dejarte hacerlo y listo, quizás ahí entiendas por ti misma.

—¿Entienda qué, Shawn?

—Que no hay nada que yo pueda hacer, ni nadie más, solo tú podrías sacarte la estupidez de la cabeza.

—¿Disculpa? ¿Estupidez?

—¿Crees que esto es amor? Esto no es amor, Jules. Es una estupidez.




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