—Papá, no quiero esto… Por favor, ya no más, estoy… Cansada de que me duela.
Dijo una joven de diecinueve años recostada en una cama de hospital mientras que su padre la observaba de lejos con lágrimas en los ojos, el hombre miro a su hija mientras que su hijo mayor lo abrazaba traite al ver a su hermana menor en la cama de hospital sufriendo sola.
—Hija mía, por favor solo aguanta un poco más y podrás volver a casa, te aseguro que todo estará mejor, así que sé fuerte, no dejes a tu padre solo mi niña, tú puedes… —Dijo el hombre mientras tomaba con gran cuidado las manos de hija.
—Papá… Estoy cansada, yo… Incluso si el cáncer pulmonar desaparece, no voy a poder tener una vida normal, hah… Quisiera poder correr, caminar, y abrazar a las personas que quiero sin el miedo de salir lastimada, pero… Mi enfermedad no me lo permite, mi piel se lastima en cuanto los toco, y desde que tengo cáncer, hah… Hah… Esta enfermedad se ha agudizado cada vez más, es doloroso, cada día, sufro más y más heridas, hah… incluso por culpa de mi ropa o las sabanas de esta cama, ya… Ya no quiero más…
Dijo la joven mientras que el padre besaba con cuidado la mano de su hija, la cual estaba llena de cicatrices por culpa de su enfermedad epidermolisis bulosa (piel de cristal). La joven llevaba años viviendo con aquel dolor de salir herida por cualquier roce en su piel, y esta enfermedad se había vuelto aún más agresiva en el último año en el cual había sido diagnosticada con cáncer pulmonar, lo cual la tenía al borde de la muerte sufriendo dolor cada día.
—Hija, por favor no, no digas eso, eres mi niña, mi princesa no puedes, no te rindas ahora… —Decía el padre de la joven mientras lloraba.
—Hermanita, no hables, vamos, debes descansar, llamaré al doctor… —Dijo el hermano mayor de la joven, pero este fue detenido por la mano de su hermana que lo sujeto rápidamente.
—No, hah… Hermano, por favor, ya no, no quiero más, siento, siento que me quema, no quiero, me duele, no quiero más… —La joven suplico a su hermano y padre que no llamaran al médico.
Ambos vieron como la joven lloraba con desesperación pidiendo que la dejaran ir, que no quería seguir luchando más, ella era una joven alegre, pero después de que le dieran su diagnóstico de cáncer ella había comenzado a apagarse más y más, el dolor por su enfermedad epidermolisis bulosa se había agudizado haciéndola sufrir cada día dolores inimaginables. El padre de la joven vio como esta comenzaba a respirar con más dificultad, por lo que se decidió a llamar al médico ignorando las palabras de su hija, pero el hermano de ella se interpuso.
—No, papá, no lo hagas… Sé que es complicado, yo tampoco quiero esto, yo amo a mi hermanita, pero, no quiero verla sufrir más así, por favor, ya dejémosla descansar, ella nos está rogando que la dejemos ir, papá por favor piensa en ella, piensa en el dolor que está sufriendo… —Dijo el hermano.
El hermano de la joven soltó el brazo de su padre mientras que se acercaba a su hermana y comenzaba a llorar sentado en la silla al lado de la cama “Hermano, lamento hacerte pasar por esto, fuiste el mejor hermano del mundo… Papá, siempre me apoyaste y trataste de cuidarme lo mejor que pudiste, gracias” reflexionó la niña mientras sentía como comenzaba a faltarle el aire, fue entonces que miro a su familia y mostrándoles una sonrisa satisfecha se despidió.
—Los… Los amo, gracias… —Se despidió la joven.
Mientras que el padre al escuchar sus palabras corrió hacia ella y miro el rostro de su hija completamente inmóvil con una sonrisa dibujada en su rostro.
— ¡Hija, mi niña…! ¡No! ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Llamen a un médico! —Grito el padre de la joven abriendo la puerta del cuarto.
El hermano de la joven se acercó a su hermana y por primera vez en su vida acaricio la mejilla de ella y sonrió al ver que su hermana se había ido de ese mundo, feliz por saber que ya no tendría que sufrir más dolor. “Descansa, hermana, ya no dolerá más” pensó el hermano mayor de la joven viendo un libro entre las sabanas de la cama.
—Bajo la corona Imperial, este es el libro que le regale en su decimoctavo cumpleaños, ¿lo estaba leyendo de nuevo? - Se preguntó en voz alta el hermano de la joven mirando el libro en su mano.
—Tú se lo regalaste, así que ella lo leía seguido-Respondió el padre.
Mientras veía a los médicos entrar en la habitación y revisar a la joven anunciando la hora de su muerte.
*Luz*
—Hmm… que, hermano, cierra las cortinas, por favor… —Dijo una joven hermosa con cabello blanco y ojos azules abriendo los ojos con dificultad.
— ¡De qué hermano estás hablando! ¡Vamos levántate de una vez Lidia, debes prepararte para la misa de hoy! —La joven abrió los ojos viendo a una mujer joven parada frente a ella hablándole.
La mujer miró a Lidia que seguía acostada y le lanzo una túnica blanca para que esta se vistiera mientras la observaba con el ceño fruncido. La joven que seguía sentada en la cama vio a la otra mujer salir del cuarto, por lo que aún confundida, se miró las manos y vio que estas no parecían tener ni una sola herida y el roce de las cobijas de la cama no la lastimaban.
— ¿Qué?… ¿Por qué no duele? —Se preguntó la joven mientras tomaba la túnica y se levantaba de la cama.