— ¿Qué?… ¿Por qué no duele? —Se preguntó la joven mientras tomaba la túnica y se levantaba de la cama.
Lidia camino hacía un pequeño espejo sobre un escritorio en la habitación y pudo ver su hermoso rostro reflejado en este “Mi… Mi cara, ¿Qué? ¿Qué es esto? ¿Esta soy yo? Imposible”. La joven que había sido llamada Lidia anteriormente miro su rostro, sus manos y su cuerpo y se sorprendió al ver que en él no se encontraba ni la más mínima cicatriz, ella frotó una mano sobre su brazo con miedo a sentir dolor, pero nada sucedió, solo sintiendo en ella la calidez de su mano sin salir herida. “No, no duele” las lágrimas en el rostro de Lidia comenzaron a brotar incontrolablemente al darse cuenta de que se encontraba en un cuerpo diferente, pero que al parecer su enfermedad ya no estaba con ella, fue entonces que se escuchó la puerta nuevamente y se abrió apareciendo frente a Lidia nuevamente la joven que había estado allí anteriormente.
—Lidia, vamos por favor, no me metas en problemas, apresúrate, la misa está por comenzar. — Dijo la joven que camino hacia una cama dentro de la habitación y saco una cinta para afirmar su cabello.
— ¿Misa? —Pregunto Lidia confundida.
—Claro, es la misa de las cuatro, debemos apresurarnos, vamos tarde. —Respondió la muchacha mientras ponía un velo en el cabello de Lidia.
Lidia se miró en el espejo mientras se veía vestida de una manera tan inusual. Fue entonces que ella le tomó mayor atención a su entorno, dándose cuenta de que el lugar parecía bastante humilde, solo había tres camas, una mesa de escritorio de madera bastante antigua, papeles sobre esta, tres baúles, uno debajo de cada cama, cobijas de cama bastante ásperas y gruesas. Al salir de la habitación, Lidia miro su alrededor siendo llevada por su compañera de cuarto a un gran salón donde se encontraba un sacerdote frente a varias personas que hacían una fila frente a él vestidos con la misma ropa que llevaba ella “¿Qué es todo esto?” Se preguntó Lidia sin entender nada, fue entonces que la fila comenzaba a avanzar más y más, y cuando apenas quedaban dos personas frente a ella escucho lo que el sacerdote les decía a las personas frente a ella.
—Que la diosa ilumine tu camino y ponga en tus manos su favor para hacer el bien y guiar a cada alma del imperio con sus enseñanzas…— Dijo el sacerdote mientras vertía con un cuenco de oro agua sobre las jóvenes frente a él.
—Juro no defraudar las enseñanzas que se me han dado, viviré con humildad y brindaré mi cuerpo y alma al futuro de los más necesitados, juro en nombre de la Diosa del imperio, quien brilla más allá del sol. —Concluyeron las dos personas delante de Lidia, mientras que el sacerdote vertía agua en las cabezas.
Fue entonces que el turno de Lidia llego quien nerviosa, dio un paso al frente mirando al sacerdote, quien comenzó diciendo las mismas palabras que le había dicho a los anteriores dos personas, pero Lidia no contesto e hizo que el sacerdote repitiera lo que acababa de decir.
—Que la diosa Ilumine tu camino y ponga en tus manos su favor para…— El sacerdote siguió hablando sin escuchar respuesta.
Lidia miró sus manos mientras que el sacerdote seguía hablando “Esas palabras, las… sé que las escuché o leí en alguna parte antes, ¿Dónde? ¿Dónde las…? ¡Claro! Estaban escritas en ese libro, fueron las palabras que le decían a la protagonista el día que se le declaró santa” Lidia levanto su cabeza y miro al sacerdote directamente a los ojos “Cabello blanco largo y ondulado, piel blanca y ojos azules, cuerpo esbelto y saludable, una apariencia completamente hermosa era lo que representaba a Lidia, la Santa de la novela {Bajo la corona imperial}” Lidia dio un paso atrás mientras miraba al sacerdote al darse cuenta de lo que estaba sucediendo.
—Esto es imposible… —Dijo Lidia en voz alta dejando sorprendido al sacerdote.
—Lidia, ¿de qué estás hablando? Vamos, debes terminar tu proceso de bautismo para convertirte en sacerdote del templo, aparte esto es obligatorio para todo quien quiere pertenecer al templo… Vamos debemos terminar esto. —Dijo El sacerdote dando un paso adelante.
Lidia, asustada, dio un paso atrás haciendo que el sacerdote la sujetara por la muñeca, botando unas cuantas gotas de aquella agua sobre el brazo de Lidia, sorprendiendo a todos cuando el agua tomo el color del oro al tocar su piel.
— ¡Ella, mira! —Gritaron algunos sacerdotes que allí se encontraban.
—Lidia tú… —El sacerdote sorprendido sonrió al ver lo que sucedía.
—No, no es así… —Lidia negó lo que sucedía y se soltó de la mano del sacerdote saliendo del gran templo.
Lidia corrió hasta la habitación donde había despertado, al llegar allí escucho la llamada de uno de los sacerdotes de alto rango llamando a la puerta, ella asustada, bloqueo la entrada mientras revisaba el baúl que estaba bajo su cama encontrando en este solo un vestido para cambiarse de ropa. “Esto debería ser suficiente, si esto es como yo creo significa que estoy en el cuerpo de la protagonista de la novela que leía en el hospital, no, no puedo, no puedo ser la protagonista, no estoy dispuesta a pasar por todo los obstáculos que protagonista debe afrontar para un final feliz, por primera vez tengo un cuerpo sano, por primera vez no siento dolor con solo respirar, no estoy dispuesta a seguir un camino que no fue escrito para mí, me niego, esta es una segunda oportunidad para mí así que haré todo lo que siempre desee, seré feliz” se dijo Lidia mientras se colocaba el vestido rápidamente mientras escuchaba al sacerdote gritar fuera de la puerta, Lidia miro cada rincón de la habitación viendo una ventana pequeña en lo alto del cuarto, por lo que arrastro una mesa hasta donde se encontraba la ventana y subiéndose sobre esta salto por la ventana para salir del lugar.
—No dejaré que me atrapen, no pienso seguir el camino que fue escrito para alguien que no soy yo, esta vida es mía…— Dijo Lidia corriendo lejos del templo.